miércoles, 3 de octubre de 2012

CONFUNDIDA

En este sentido, en Harvard quedaron mucho más evidentes aún que en Georgetown, ya que su fastidio la llevó a alargar innecesariamente la ronda de preguntas hasta la número de diez y a mostrarse belicosa con el entorno, sin saber siquiera de qué condición social eran los estudiantes que, a su juicio, la estaban acosando por cuenta y orden de algunos periodistas que les habían dado letra. Por lo repetitiva, la secuencia fue casi un calco: pregunta difícil, descalificación directa o indirecta del estudiante para deslegitimarlo y respuesta negadora o de criterio inmodificable basado en un criterio discutible de verdad. Ya lo había hecho en Georgetown cuando le preguntaron por los precios. “Si realmente la inflación fuese de 25% el país estallaría por los aires”, dijo lo más campante el miércoles por la tarde. Y también cuando la interrogaron sobre su relación con todos los periodistas, su pesadilla número uno: “en la Argentina , no hablar con la prensa en no decir lo que ellos quieren escuchar. Gritan y hasta patean las puertas”, sentenció. O cuando pontificó sobre el FMI: “no tengo ninguna animosidad. Cuando estoy en función de Estado tengo análisis crítico y objetivo”. Pero en la cita en Boston, Cristina fue más allá. En su embestida de boxeador golpeado, frontal y con los ojos cerrados, la Presidenta atacó crudamente a los alumnos y de la bronca pasó a la prepotencia. Aún a través de la televisión se notaba que el clima se iba tensando cada vez más, porque a cada pregunta ella hacía referencias a Harvard y a lo que debe suponer que es el alto nivel económico de todos los alumnos. Seguramente, Cristina nunca se puso a pensar en que quizás las familias de algunos jóvenes pasan penurias en la Argentina para darles la oportunidad de superarse a hijos y nietos o si tuvieron que vender alguna propiedad o el auto o si los alumnos tenían becas o si hacían alguna tarea por poca paga en el mínimo tiempo libre que les deja la Universidad. La sensación que dejó el evidente estado de nervios de la Presidenta fue que los supuso a todos inmensamente ricos y alejados de su proyecto político y, por lo tanto, pasibles de que se les aplique un correctivo desde el atril. Nunca Cristina pudo procesar, ella que dice que tanto le gusta la juventud, que quienes le preguntaban, antes que otra cosa eran jóvenes y por lo tanto, desenfadados. No son funcionarios, quienes ya se sabe le tienen “un poquito de miedo” o empresarios que le tienden alfombras a su paso, sino estudiantes moldeados en una Universidad de cabeza abierta, acostumbrados a resolver problemas mucho más engorrosos que hablar con una Presidenta encerrada en sus trece. Todos dijeron sus cosas con mucho respeto y algunos hasta con sincera admiración por estar hablando con quien hablaban, algo que no está reservado para todos. Sin embargo, el estar permanente a la defensiva, provocó que la Presidenta los reconviniera por esa misma sinceridad, ya que ella, además, parecía convencida de que eran espías encubiertos que estaban trabajando para un abominable agente del mal: la prensa. “Sé que hubo muchos mails y periodistas que estuvieron haciendo las preguntas”, pero ustedes “son chicos inteligentes, tienen nivel académico. Yo creo que no pueden repetir monocordemente lo que escriben dos o tres periodistas”, atacó. Al respecto, le dijo con sorna a un estudiante venezolano, en medio de murmullos de desaprobación: “te vi leer la pregunta, seguramente no tenés buena memoria para recordar lo que me querés decir”. En la misma línea de denigrar a cada interlocutor, sobre el final le salió el tiro por la culata cuando, después de un largo circunloquio sobre el periodismo, le pidió a un estudiante de San Juan que le repitiera su pregunta y el alumno se la dijo de corrido y sin lectura, lo que provocó un aplauso cerrado del auditorio. De paso, quiso pasar un aviso y le salió tan tímido que casi no se escuchó en la sala: “¡Qué bien. Cuánta gente del interior del país estudiando en Harvard. Anda bien el país!”, ironizó. En un momento dado, y ante el comienzo de una pregunta en la que un alumno pampeano le dijo que “le quería agradecer por estar acá, por esta oportunidad única de hacerle preguntas”, la dejó pasar. Pero, luego, otro chico argentino agregó: “me siento muy privilegiado de poder ser uno de los pocos argentinos que pueden hacerle preguntas” y entonces, Cristina explotó y dejó ver lo peor de su autoritarismo. Y en la rosca que armó en su dialéctica, no sólo vapuleó a Harvard por lo que cree que es, sino que usó a La Matanza como desgraciada referencia de comparación. “Primero te voy a contestar, porque no se lo contesté a tu anterior compañerito, sobre el tema de que ‘soy uno de los pocos privilegiados’. Chicos, estamos en Harvard, por favor, esas cosas son para La Matanza , no para Harvard. Esta frasecita, ‘soy uno de los pocos argentinos privilegiados’. Mirá, será porque están acá en Harvard y no se enteran, (pero) yo hablo con millones de argentinos en los veinte mil actos a los que voy”, dijo textualmente CFK con tonos de maestra. Con la mente tan prejuiciosamente programada, no tuvo Cristina reflejos para escuchar ni para moderarse en la cuestión de las chicanas. Es que nunca pudo entender cómo no le servían sus remanidos argumentos ante esos jóvenes que tenían las incómodas preguntas escritas para leerlas de corrido, únicamente porque desde la Universidad se les había pedido que sean concretos. Ella los apostrofaba, mientras bajaban los silbidos o se escuchaban aplausos de aprobación hacia los estudiantes. Fue notable ver como la Presidenta , enceguecida y con ánimo de revancha, iba por más lana y salía cada vez más trasquilada. Casi nada de lo que intentó le salió bien, salvo cuando señaló cómo son las leyes antimonopolios en materia de prensa en los Estados Unidos y la necesidad de aplicar remedios similares, pero su pasión por destruir al Grupo Clarín el 7 de diciembre la volvió a dejar en la banquina. Nunca el kirchnerismo quiso reconocer que el artículo 161 de la Ley de Medios legisla retroactivamente (sobre licencias concedidas anteriormente por plazos superiores a los que la nueva Ley impone) y que, por lo tanto, es inconstitucional. No lo iba a hacer en Harvard. Otro punto más que interesante en sus respuestas fue que, por primera vez en 11 meses, alguien del Gobierno se ha dignado a explicarle a la opinión pública por qué se tomó la decisión de cerrar el mercado de cambios. Fiel a su costumbre, Cristina primero aclaró su punto de vista sobre la simplificación del llamado cepo cambiario, con la paranoia de la prensa en primera línea: “el cepo cambiario es un título mediático… no hay ningún cepo cambiario”, sostuvo sin sonrojarse. “El otro día salió campeón Maravilla Martínez. Estaba lleno de argentinos Las Vegas”, opinó como señora del tan vapuleado Barrio Norte. Luego, explicó seriamente que ella tenía que “cuidar” las Reservas y que ésa era su “obligación” para pagar la deuda, importaciones de insumos básicos y aunque no dijo energía, energía también: “si no se hubieran ido esos 4.768 millones de dólares que se fueron entre agosto, septiembre y octubre del año pasado…”, se lamentó. Mientras la Presidenta tironeaba con los estudiantes y se iba de Harvard más rápido que volando, en Buenos Aires, Guillermo Moreno hacía de las suyas, vapuleando verbalmente a dos mujeres en escasas horas. En protesta, le hicieron un cacerolazo en la puerta de su casa y eso motivó no sólo una presentación del Gobierno ante la Justicia , sino una definición de exquisita delicadeza por parte del secretario de Comercio sobre el lugar dónde los caceroleros podían meterse las ollas. Probablemente, las cosas en las universidades se le hubiesen puesto más tensas si hubiesen aparecido referencias a Moreno. Aunque, podía haber sido todo mucho peor para el estado de ánimo presidencial si algún estudiante le hacía la pregunta matadora: “¿Por qué lo sostiene a Amado Boudou?”

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