martes, 30 de octubre de 2012

SEPULTUREROS

EL KIRCHNERISMO PRODUCE SUS PROPIOS SEPULTUREROS por Carlos Berro Madero carlosberro24@gmail.com El “progresismo” pequeño burgués del kirchnerismo cristinista, es solo un “incidente” ideológico que pretende volver a la industria nacional ineficiente y poco competitiva, el sindicalismo corporativo y el capitalismo de amigos, invocando razones teórico-sentimentales. En su ímpetu por remediar la concentración de la riqueza en pocas manos (que no sean las de sus correligionarios, claro está), pretende erradicar la injusticia y la explotación propiciando reformas que no son más que pura ilusión. Piensa en términos morales “sui generis”, propiciando la ya fracasada utopía de una lucha de clases “depuradora”, donde el Estado toma el papel de justiciero e interviene en todo el proceso de los bienes de producción en forma desordenada e inarmónica. Mientras tanto, han ido desarrollando una nueva burguesía que se presenta a sí misma con una apariencia de clase “superior”: los funcionarios del gobierno. Éstos han sido elevados a una excelsa “dignidad” que los ha investido del poder para decidir sobre vida y hacienda ajena. Cual marxistas de cafetería, se dedican al “descubrimiento” de los efectos sociales de las técnicas modernas de producción, sin tener la menor idea de lo que significa su incidencia en el trabajo y el desarrollo empresario, una dinámica que depende siempre de la decisión de individuos que resuelven cuándo y cómo prestar su aprobación a las supuestas “bondades” de un régimen económico cualquiera. Para Hegel –a quien supuestamente admiran Cristina y varios “pensadores” de su entorno-, la razón era la sustancia, el poder y la materia infinita de toda vida natural y espiritual. Creen pues, como el filósofo, que la razón se nutre de sí misma, y el universo material y la historia son su manifestación y su imagen. Hegel, como Heráclito, sostenía que todo es puro fluir y este devenir no está gobernado por los principios de la identidad sino por la naturaleza contradictoria a todas las cosas. La identidad ha pasado a ser así para el kirchnerismo la determinación de lo inmediato, mientras su objetividad está basada, paradojalmente, en la subjetividad. La dialéctica significó en la antigüedad el arte del diálogo y de la discusión. Para los errabundos kirchneristas el universo en el que se desenvuelven por el contrario es el “gran pensamiento” en marcha permanente, que construye una realidad dialéctica en sí mismo y no admite disenso alguno. Todas estas cuestiones, abordadas con una increíble liviandad abrevada en textos mal leídos, han sumido en la confusión al “movimiento” produciendo el efecto opuesto al deseado. La falta de coherencia en los planteamientos que se esgrimen como verdad infalible es notoria, y su fomento de una contradictoria e imperfecta forma de sociedad “colectiva” es rechazado por una ciudadanía que ha vivido, tradicionalmente, de otro modo. El intento de reemplazar las creencias populares más arraigadas en este aspecto, está haciendo fracasar –entre otras cuestiones-, su pretensión de recrear compulsivamente el “afecto” popular por la moneda nacional, intentando erradicar el signo monetario estadounidense de las transacciones comerciales de todo tipo, produciendo por ende una semiparalización de la actividad productiva. La política del gobierno se ha convertido así en un “pastiche” que mezcla discepolianamente la biblia con el calefón. Para sus funcionarios, esclavitud, rapiña, violencia y despotismo, no son sino movimientos dialécticos de un devenir total: el que han imaginado podría llevarlos al triunfo definitivo. Nada de eso está ocurriendo, ni ocurrirá. Por ese motivo, el kirchnerismo está produciendo sus propios sepultureros.

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