domingo, 21 de octubre de 2012

PLATO DE LENTEJAS

DE LA LIBERTAD AL PLATO DE LENTEJAS Y DE LA VERDAD A LA MENTIRA A TRAVÉS DE LO POLÍTICAMENTE CORRECTO POR CARLOS SCHULMAISTER El desarrollo de la conciencia del yo y del valor del individuo en la construcción de la realidad social tuvo sus momentos de mayor vitalidad en el siglo V a. C, en Grecia, y en los últimos cinco siglos de la Modernidad en Occidente. En ambos períodos el individuo y la sociedad se expandieron unas veces uno a expensas del otro, y otras veces complementariamente, en una larga marcha histórica que produjo un orden mundial del cual, no sin obstáculos ni retrocesos, por cierto, los dos salieron beneficiados. Sobre todo en la Modernidad, el individuo y la sociedad han aprendido a realizarse y trascender cada vez más sobre la base del descubrimiento y la conquista de formas y magnitudes crecientes de libertad. Libertad, pues, es el insumo básico del hombre civilizado, y no, como supone y me arrojará a la cara el bizarro militante de izquierdas, ¡el plato de lentejas! Esta representación icónica de la contestación social es un cliché en gran parte del mundo actual, sobre todo en mi país, Argentina. Pues si hoy falta el plato de lentejas, igual que en el pasado es porque hay carencia de libertad. No es que el plato de lentejas, al calmarte el hambre y al desarrollar las neuronas de tu intelecto para ser receptivas al proceso de socialización y educación, te hace libre por carácter transitivo. Esto ha sido el “verso”, la mentira, la chantada mayor de lo que desde los tiempos del romanticismo, el nacionalismo y el socialismo han configurado como el meollo de esa actividad cada vez más estatizada y subsidiada llamada “política”. La verdad es exactamente al revés. El plato de lentejas de la limosna subsidiada por el estado y justificada en consecuencia por la política al uso entre nosotros existen simultáneamente como causa y efecto de la carencia de libertad. Éste es el secreto de la problemática política que la realidad instituida oculta a los individuos, siendo que es una ecuación muy simple que resulta de invertir los términos con los cuales nos hemos acostumbrado a convivir, y de lo cual resultará una nueva ponderación de sus valores intrínsecos y relativos. Pero su enunciación en este lugar no es un hallazgo. No es el fruto de una indagación compleja y difícil. Todo lo contrario. La verdad siempre es asequible, y es siempre muy sencilla. Lo inaccesible, complejo y ambiguo, aquello que nos parece difícil, es precisamente aquello que encierra mentira. La verdad se ha de hallar siempre. … siempre que se la desee encontrar y, en consecuencia, siempre que se la busque como se debe. Es la voluntad de buscar la verdad lo que nos falla como sociedad. De ninguna manera es una puja entre dos verdades polarizadas que campean por sus fueros con los desenfados y arrebatos -inútiles como mendaces- de otras épocas de triste memoria. Y sin embargo, la verdad es la primera lesionada en la realidad. Entiendo aquí como verdad lo que se estima como necesario, conveniente, deseable, adecuado y posible de llevar a cabo en un colectivo social para beneficio, justamente, colectivo. Esto es lo que se omite, o se supone, o se da por descontado, o se alude tangencialmente como si se tratara de verdades emblemáticas por todos conocidas. De ahí que no se debatan proyectos (fines, recursos, medios), pero la burocracia gubernamental y partidocrática lleva el término proyecto en la punta de la lengua y lo arroja a diestra y siniestra con pretensiones axiomáticas. Tanto los oficialistas como los de la oposición. La realidad indica que hay que hablar de la agenda instituida, acatada y legitimada por todos, porque todos, la sociedad entera, se convierte en cómplice (directo o indirecto) de la gran mentira instituida. No se ve a ningún partido político -ni en campaña, ni en el poder, ni en el letargo- hablando de principios políticos, debatiendo al respecto, jerarquizando discusiones de política, tendiendo la mano a los intelectuales de fuste (cualquiera sea su adscripción político partidaria, filosófica o ideológica) para informarse y formarse como agencias intermediarias y como núcleos participativos con roles protagónicos. Pareciera que no hay que estudiar ni reflexionar acerca de nada para “estar en política”. Sólo hay que repetir ciertos mantras, ciertas frases que ya son tópicos y muletillas, a muchas de las cuales se les puede estudiar el pedigree para dejar de ser tan zonzos. De modo que existen palabras, discursos, intenciones y acciones que expresan ora más de lo que parecen expresar, ora menos de lo que se cree y espera. Ésa es la política “políticamente correcta”, la que juegan casi todos los proto agonistas, los miembros del sector social que vive de lo que se da en llamar y se da por entendido que es la política, eso que se enseña en los colegios: “la política es la expresión más alta de la cultura de un pueblo”. La política como vocación de servicio, la política de la solidaridad, la que pone en primer lugar a la colmena y al individuo a su servicio. Pero, entiéndase bien, NO AL INDIVIDUO SINO A LOS INNUMERABLES ROBOTS O AUTÓMATAS EN QUE DEVIENEN LOS INDIVIDUOS en la realidad políticamente correcta. Dicho de otro modo: la política al uso subvierte y distorsiona significados básicos y fundamentales de la sociedad. Y genera complejos a los intelectuales, a los repetidores y aplaudidores y a la gente de pie. Ya no se trata de ser sino de aparecer, de no ser confundido con otro, se trata de ¡parecer! Se podría dar nombres de dirigentes y funcionarios que usan ese estilo oficialista (oficialista no sólo por las intenciones sino fundamentalmente por los resultados). Y entonces vuelvo a lo anterior. ¿Cómo se puede buscar la verdad con un equipaje de recursos lingüísticos caracterizado por su valor mercantil, por su condición de cliché mediático que viste, engalana y torna presentables a quienes en verdad son impresentables que están esperando joder al prójimo apenas pueden? Esta situación produce cansancio. Cansancio de todo tipo: intelectual, moral, psicológico. De allí nace la decepción, el desencanto, la volatilidad de las convicciones, el todo vale, los nuevos falsos axiomas como los que ponen en primer lugar la utilización del poder sin importar en qué, en cómo y para qué se lo empeñe. El político al uso no sabe qué debe buscar ni qué debe hacer para el bien de la sociedad. Pero lo primero que aprendió cuando está en carrera es que no debe ser un “pecho frío”. O mejor dicho, si lo es, que por lo menos no se le reconozca demasiado fácilmente… ¡Total…cualquiera sabe que no existen tribunales de la historia en ninguna sociedad! Por lo tanto se puede mentir si es necesario. ¡Y se debe mentir para hacerse merecedor del éxito! Los melindrosos y los escrupulosos no corren en la política, por lo tanto los políticos al uso saben que hay que estar dispuestos a echarse a la pileta con o sin agua si las circunstancias y sus cálculos lo aconsejan. He ahí, la política y los políticos que tenemos, pero también -y avergoncémonos de ello- he ahí los representados y los delegantes en que nos hemos convertido. Sin embargo, siempre existen excepciones. En los llanos y en las cumbres. En los primeros, por ejemplo, alguien como Toty Flores, un laburante en serio, constituye una honrosa excepción que enorgullece a todas las personas de bien. Y en las segundas, Elisa Carrió, dirigente, legisladora y Maestra de la República.

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