lunes, 1 de octubre de 2012

EL GRITO DE LA GENTE

El cacerolazo representa mucho más que una simple manifestación opositora, como pretende hacernos creer el gobierno nacional en su aviesa, intencionada y aparente ceguera. Cuando durante un gobierno supuestamente democrático y respetuoso de la Constitución, el pueblo sale masivamente a la calle, es porque “la gente” no solo no se siente representada, sino que percibe y sufre el avasallamiento de las libertades esenciales que consagra, precisamente, la Carta Magna que debe regir los destinos de la Nación. Y esto sucede cuando el pueblo percibe que un establishment político cleptocrático y corrupto se proclama gobernante de “los cuarenta millones de argentinos”, mientras no hace otra cosa que promover y discursear dividiendo a la sociedad en dos fracciones antagónicas haciendo uso de un contradictorio y flagrante maniqueísmo en el que al que no es amigo es se lo considera y trata como a un enemigo. Y sobre todo, sucede cuando cualquier observador, sin necesidad de perspicacia alguna, ve que contrariamente a lo que se proclama, todas las medidas que se toman en nombre de la cómoda entelequia llamada “pueblo”, no obedecen a otra cosa que a la desesperación de un grupúsculo por mantenerse en el poder a toda costa y para siempre, contrariando los presupuestos básicos de la política moderna. Todo ello con una desfachatez, una liviandad y un lenguaje tan impropios que delatan la baja categoría moral e intelectual de quienes, por esos artilugios y estratagemas de que suelen valerse los políticos, han logrado engañar a la población para encaramarse en el poder cabalgando sobre vanas promesas de una justicia distributiva que nunca llegará porque necesitan seguir manteniéndolos cautivos en el voto a cambio de la dádiva. Mientras tanto, administran mal lo que es de todos, nombrando a sus parientes y amigos en los cargos relevantes, dilapidando los fondos públicos en negociados, prebendas, subsidios y sueldos exorbitantes para advenedizos sin idoneidad, comprando y expropiando fraudulentamente, con una impúdica ostentación de un notorio enriquecimiento ilícito y criminal de sus funcionarios, al mismo tiempo que intentan acallar a la prensa que no han podido comprar, para que no denuncie tantas irregularidades como surgen a diario. Todo esto tolerado por un Congreso complaciente reducido a la nulidad por una turba mayoritaria de obsecuentes levanta-manos, y una Justicia inoperante, amenazada o comprada que ha sido intencional y cuidadosamente desbaratada previamente. Maestros en el arte de tergiversar la historia, no solo crean un relato en el que se justifican sus desaguisados y se disuelven y se cuestionan los valores de la nacionalidad, sino que en esa ficción tratan de ubicarse a sí mismos como los fundadores mesiánicos de una pretendidamente novedosa corriente de pensamiento político que –indudable y paradójicamente- no es otra cosa que la resucitación indefendible de anacrónicas concepciones ideológicas cuyas posibilidades, en vista de repetidos y ominosos fracasos, ya ni siquiera se debaten en ninguna parte del mundo desarrollado. Innumerables y reiterados abusos de autoridad y deshonestidad por parte de Presidente, Jefes de Gabinete, Ministros, y funcionarios de segunda línea, con ostentación de impunidad por hechos que en un país normal hubieran merecido su defenestración y encarcelamiento inmediatos, han sido también factores convocantes para quienes se movilizaron el 13 de Setiembre exclamando ¡Basta! Un “Basta” que lamentablemente ha sido desoído por la soberbia personificada en la Presidente y sus adláteres, que ciegos e impotentes en su ineptitud, solo atinaron a relativizar o negar la evidencia del mensaje popular. ¡Justamente ellos, que se proclaman “nacionales y populares”! Su escaso sentido del ridículo los ha llevado a minimizar la obvia masividad de un pueblo que ha salido a la calle en todas las ciudades de la República con una multiplicidad de reclamos nacidos del sentir popular, sin mediación alguna de partidos políticos ni de medios gráficos independientes, a los que tanto temen como todos los dictadores de la tierra. Porque, digámoslo con todas las letras, este gobierno K es netamente autoritario, y sus más que obvias aspiraciones son las de gobernar dictatorialmente por imposición de sus rudimentarios métodos. Si bien el tan famoso como inexistente modelo" tiene esos rasgos inconfundibles, todavía no ha podido torcer totalmente la voluntad de un pueblo soberano como el argentino. Un pueblo que recuerda con nostalgia a sus grandes próceres, la cultura del trabajo, y la educación que lo distinguió como el faro de América, y sigue orgulloso de su riqueza potencial, que aún lo mantiene en pie no obstante los latrocinios cometidos en los nefastos avatares políticos de los últimos sesenta años, a los cuales debemos una decadencia en todos los aspectos, vaciándose no solo las otrora rebosantes arcas nacionales, sino también el sentido moral y republicano de una gran proporción de la ciudadanía que no parece descubrir, ni parece molestarle, la rampante corrupción que nos agobia. Y están los que nada tienen, sometidos a la esclavitud de la dádiva, que son amenazados con la pérdida de las migajas –en una inaceptable extorsión- si no votan a los demagogos de turno. Con el uso impropio de la Cadena Nacional y los medios del Estado que son costeados por todos, afanosamente recurren a una abrumadora y constante propaganda falaz e insistente a la manera Goebbeliana, en la que malversan los dineros públicos, irrespetuosa e inescrupulosamente utilizados para el beneficio exclusivo y sectorial de una banda de risueños y aplaudidores cómplices que detentan el poder. La parte más sana de la ciudadanía ha advertido los hechos que muy suscintamente he relatado y que ya se le hacen intolerables, razón por la cual, en una horizontal y mutua convocatoria a través de las redes sociales, ha aceptado salir a la calle para manifestar su descontento ante el riesgo de resignar las libertades de la República en favor de burdas y hasta ridículas aspiraciones cuasi monárquicas del unicato gobernante. Día a día se va haciendo evidente la inoperancia y soberbia que se derrama desde las más altas esferas. Si hacía falta algo más para darse cuenta de la catadura del elenco que los argentinos en su conjunto hemos “sabido” llevar al poder con un voto mayoritario, ahí tenemos aún fresquita la decepcionante participación de la Presidente en el foro máximo de las Naciones Unidas celebrado en Nueva York ante los Presidentes del Mundo allí presentes que, conocedores de las verborragias inconsistentes de los demagogos, abandonaron casi en su mayoría el auditorio, como bien pudo observarse en las fotos del momento. Posteriormente y como es ya su inveterada costumbre, un retraso de una hora por parte de “la prima donna”, invitada a disertar en la Universidad de Harvard, que con muy poca diplomacia atribuyó a las fallas de los servicios aéreos del país anfitrión. Ya en el atril, se explayó en una extensa y farragosa perorata que debieron soportar estoicamente todos los presentes, pretendiendo “dar clase” sobre política internacional en lugar de referirse a la Argentina en una apretada síntesis de sus supuestos logros, finalidad para la cual había sido convocada. Y cuando llegó el momento culminante, ejemplar, educativo y democrático de permitir a los estudiantes hacer las preguntas que consideren convenientes a una personalidad mundial que los visita, se desnudó la inseguridad, la ironía, las descalificaciones, y la inconsistencia de las respuestas, para vergüenza de todos los argentinos que no nos sentimos representados cabalmente cuando un “papelón” de esta naturaleza nos desprestigia como comunidad nada menos que a nivel internacional, donde ya como nación, y gracias a este gobierno, tenemos la consideración más baja de la historia. Hay una grande, enorme y cada vez mayor proporción de argentinos que no soportamos ser gobernados con autoritarismo en un entorno de corrupción generalizada. Es preciso sanear a la República, pero… ¿Cómo conseguirlo si no hay una fuerza ni una coalición política capaz de acordar hacia donde queremos ir y que país queremos ser de cara al futuro, dentro de las normas éticas que hace tiempo fueron abandonadas y necesitamos imperiosamente recuperar? El gran “cacerolazo”, este sí verdaderamente nacional y popular, es un “grito de la gente” –y viene a la mente el famosísimo cuadro de Edward Munch-, un claro signo de advertencia al gobierno pero no solo a él. Toda la clase política debiera sentirse conmocionada y darse cuenta que tan solo representan a un conjunto de fragmentadas minorías, ninguna de las cuales acierta con un programa creíble y sustentable que permita ilusionarse con un futuro mejor para este grande y bello país. Necesitamos una renovación política, con individuos más capaces y formados intelectualmente, que se asocien por ser incorruptibles y por amar a su patria más que a sus bolsillos. En Argentina hay desde hace mucho tiempo, un divorcio entre el intelecto y la política. El viejo “libros no” del peronismo ha sido llevado a la práctica. A los ignorantes en el poder les molesta la crítica, la inteligencia y la honestidad. Necesitamos verdaderos intelectuales dentro de la política que tengan visión de futuro y decencia en su comportamientos públicos, que afortunadamente son legión en la Argentina pero han sido marginados del juego político perverso que nos atrasa desde hace sesenta años. Quizás necesitemos también en la función pública, más ingenieros y médicos, y menos, mucho menos abogados… Un falso abogado está en la primera magistratura. La figura legal es “usurpación de título”… ¡Hagan juego Señores!

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