martes, 8 de mayo de 2012

FIESTA

Río Negro - La gran fiesta petrolera Cuando los militares regresaron, cabizbajos y humillados, a sus cuarteles en diciembre de 1983, la ciudadanía descubrió con sorpresa que virtualmente todos los integrantes de la clase política nacional habían luchado con coraje y tenacidad contra la dictadura y que fue merced a sus esfuerzos valientes que el país recuperó la democracia. Asimismo, a juzgar por los festejos que siguieron al voto en que 208 diputados se manifestaron a favor de la expropiación, apropiación o confiscación de YPF y sólo 32 en contra, durante más de una década una mayoría abrumadora de nuestros representantes quería que la empresa fuera paraestatal, por decirlo de algún modo, ya que a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no le gustaría que los organismos de control hurgaran en sus cuentas, pero que se abstuvo de proponérselo. Parecería que, como suele suceder con cierta frecuencia, la voluntad de aprovechar una situación imprevista para llamar la atención al patriotismo propio ha sido tan fuerte que muchos políticos oficialistas y opositores han procurado convencer a la gente de que ellos mismos tuvieron algo que ver con la expulsión de los colonialistas españoles de la petrolera que para algunos es el símbolo máximo de la soberanía energética. Pues bien: si con escasas excepciones los políticos toman la apropiación del grueso del paquete accionario de Repsol en YPF por un gran triunfo nacional, ¿por qué no hicieron campaña mucho antes en pro de un objetivo tan noble? ¿Por qué no se celebraron una y otra vez marchas callejeras para repudiar la intromisión española en la petrolera emblemática? Acaso porque entendían que devolverla, directa o indirectamente, a las manos del Estado no ayudaría a solucionar la creciente crisis energética que amenaza con tener consecuencias económicas muy negativas en los años próximos. Al fin y al cabo, YPF sólo aporta el 30% del petróleo y el gas que consumimos. Por lo demás, nadie ignora que, para explotar de manera adecuada las riquezas hidrocarburíferas que con toda seguridad existen en el país, será necesario contar con la colaboración de por lo menos una de las gigantes multinacionales. Según se informa, la presidenta Cristina quisiera que la elegida fuera norteamericana –se habla de Exxon o de Chevron–, aunque para seducirla sería preciso ofrecerle garantías tan blindadas de que no correrá ningún riesgo de compartir el destino desagradable de Repsol que provocarían la reacción indignada de todos los nacionalistas no gubernamentales. Caso contrario, no vendrá aun cuando tenga motivos de sobra para confiar en las dotes administrativas del flamante CEO de la empresa, Miguel Galuccio. Podría justificarse la toma de YPF –pero no la forma atropellada con la que el gobierno, es decir, Cristina, la llevó a cabo– con el argumento de que, en vista de lo difícil que resultará ser sacar el shale oil de donde se lo encuentra, sería mejor aliarse con empresas más eficaces que Repsol pero, claro está, a nadie se le ha ocurrido atribuir la expropiación a dicho factor. Para el gobierno, la mayor parte de la oposición y más de la mitad de la ciudadanía, ha sido cuestión de liberar el país del yugo de los neocolonialistas españoles, asestando así un golpe certero, aunque tardío, a favor de la soberanía nacional y, mientras tanto, ayudar a la presidenta a mejorar pasajeramente su índice de aprobación. Desde el punto de vista del gobierno, otro beneficio ha consistido en el desconcierto que se apoderó de las filas de la UCR y de las distintas facciones de la izquierda en que pocos dirigentes se animaron a oponerse a la ola nacionalista señalando que, por emocionantes que sean los gestos, resultarán contraproducentes a menos que sirvan para fortalecer la economía en que, mal que les pese, en última instancia se basa la soberanía. Por desgracia, no existen muchos motivos para suponer que lo hecho por Cristina, con el apoyo efusivo de todos los políticos salvo un puñado de disidentes, contribuirá a hacer de la Argentina un país más fuerte y por lo tanto más capaz de defender sus intereses soberanos. Antes bien, lo más probable es que la debilite, privándola de los recursos financieros y técnicos que necesitaría para tener la posibilidad de reanudar pronto el crecimiento rápido que, gracias a una coyuntura internacional muy favorable, la productividad del campo y la abundancia de materias primas de todo tipo, experimentó luego del colapso traumático del 2001 y el 2002.

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