domingo, 20 de mayo de 2012

IMPOTENCIA Y MIEDO

VIVIMOS en una sociedad azorada y angustiada, más que por el auge delictivo por la impunidad que lo enmarca y lo promueve. Se adquiere cada día mayor conciencia de que tal es la causa que genera una indefensión como jamás se padeciera en el pasado, cuando el acto delictivo era la excepción y no la regla. Hoy, todos asumimos la condición de posibles víctimas. ANTE esta realidad que nos desborda a cada momento, correspondería esperar una reacción que estuviera, por lo menos, a la altura de tales circunstancias. Porque sabemos que hoy, mañana y pasado van a ocurrir nuevos episodios delictivos aberrantes que nos conmoverán momentáneamente y que luego procuraremos olvidar. Y hasta tal vez nos confortará el hecho de no haber sido todavía la víctima. LO cierto es que, en lugar de asumir una respuesta adecuada mediante el uso de los amplios recursos con que cuenta el Estado, la realidad se reduce, por ahora, a reiterar cada día una nueva expresión de asombro e inseguridad. Como si enfrentáramos un producto de la fatalidad imprevisible, contra la cual no se puede hacer nada. ¿SON TANTO más capaces los delincuentes que nuestra capacidad institucional? Y no nos referimos específicamente a la policía, que es el último eslabón de la cadena, sino a la estrategia gubernamental para combatir la ilegalidad. Parecemos un país diseñado a beneficio de la prosperidad delictiva antes que a sostener la convivencia honesta, el respeto personal y el trabajo reparador. INDUDABLEMENTE, las fuerzas de contención han sido sobrepasadas, y hasta en algunos casos contaminadas, por tamaños acosos. LA JUSTICIA, además de su engorroso sistema y de su virtual colapso, da la sensación de haber condicionado sus respuestas a las tendencias garantistas, auspiciando paralelamente una gran ineptitud, de la que tanto provecho sacan los malvivientes. PERO lo más curioso es que, siendo este el problema mayor, más inquietante --porque nadie está exento de padecerlo en cualquier momento-- y más despiadado para la sociedad entera, los organismos representativos siguen inmersos en otra cosa, atrincherados en sus ideologías y en sus beneficios patrimoniales, sin aportar ideas, sin concretar respuestas y sin hacerse cargo de la situación. Como si vivieran en otro mundo. MIENTRAS tanto, sin que se escuche siquiera una voz de alarma que se haga eco de tamaña incertidumbre, y menos aún de que alguien proponga soluciones reparadoras, en la calle los delincuentes siguen ejerciendo el verdadero gobierno de la comunidad según sus leyes. Disponiendo a su antojo de vidas y bienes. Como si viviéramos en un país invadido y ocupado, sin que todavía nos diéramos cuenta. LNP

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