jueves, 7 de julio de 2016
EL DILEMA
La ausencia de un modelo claro de desarrollo, un dilema de 200 años
El país se organizó en medio de grandes dificultades económicas para más tarde convertirse en el "granero del mundo"; en el siglo XX empezaron los períodos de apogeo y caída que llegan hasta hoy
Martín Kanenguiser
La independencia se declaró en 1816 en medio de una severa crisis económica, y 200 años después se conmemora aquella gesta mientras se intenta salir de otra crisis, con dilemas todavía no resueltos, como la falta de un modelo de desarrollo nítido.
El historiador Roberto Cortés Conde recordó: "La revolución de 1810 comenzó con una fuerte crisis fiscal: el gobierno porteño estaba subsidiado por las minas de plata en el Potosí, pero con la independencia se perdió ese ingreso; le ganamos la guerra a España, pero desapareció ese recurso".
A partir de ese momento, la zona relacionada con el Alto Perú "entró en decadencia y la región bonaerense pasó a crecer por la ganadería, a partir de la producción y las exportaciones".
La economía del puerto de Buenos Aires pasó a ser la ganadora en este "federalismo desigual argentino", como lo definió Lucas Llach.
En la misma sintonía, el profesor de Historia de la UTDT Fernando Rocchi señaló que, por la pérdida del recurso minero, "el problema fiscal que se le presentó al Río de la Plata fue muy importante, y eso generó una emisión alta, porque no había recursos alternativos".
Había que construir la independencia de España desde la pobreza, aunque con el claro incentivo de Gran Bretaña, que buscaba liderar el comercio exterior en este territorio austral. Y lo logró, así como el predominio en materia financiera y de inversiones extranjeras, durante un siglo.
El período posterior a la independencia fue el denominado "de transición", con fuertes conflictos internos y externos, en el camino de construcción del Estado nacional, proceso que, como cuenta el economista e historiador Mario Rapoport, se completaría durante el gobierno de Roca.
En su libro Historia económica, política y social de la Argentina, Rapoport explicó que el corazón de las ideas económicas que impulsaron el modelo de desarrollo de fines del siglo XIX se erigía sobre tres ejes: el desarrollo sólo podía basarse en la inserción del país en el mercado mundial a partir de su mayor ventaja comparativa (la tierra); la certeza de que para aprovechar esa riqueza era necesario superar las carencias de capital y de mano de obra, y la idea de que, para lograr ambos recursos, era imperioso expandir la frontera agropecuaria, unificando el mercado interno y resolviendo el conflicto con las comunidades indígenas.
En 1880 comenzó a construirse el orden político, y una década más tarde, el económico, en medio de otra crisis, de carácter financiero. "El precio que el gobierno nacional hubo de pagar desde 1880 por una paz que todas las partes consideraran justa terminó siendo imposible de solventar por la República, y ello, bajo las condiciones económicas internacionales adversas de la caída de precios, condujo a la crisis de 1885 y a la mucho más grave de 1890", detallaron Gerchunoff, Rocchi y Rossi en "Desorden y progreso".
Pero Pellegrini, aclararon, supo hacer de ese caos una virtud para construir el poder financiero del Estado nacional sobre las provincias -ya con una política clara de inmigración y de atracción de inversiones- y lograr el mayor período de crecimiento económico del país, superior al de varios países de Europa y al de Estados Unidos, Australia y Canadá.
La tasa de crecimiento en este período fue la más elevada y extensa de la historia, con un promedio del 6% anual durante 34 años (con un ritmo similar en el PBI per cápita). El costo, claro está, fue atravesar un período de default de la deuda que duró casi lo mismo que la cesación de pagos de 2001, unos 15 años.
El país se abrió hasta 1913 y se consolidaba la idea del "granero del mundo". Hasta que la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión cambiaron el panorama en forma rotunda. "La Gran Guerra fue la división de aguas entre el mundo abierto al comercio, a los movimientos de capitales y población y el que lo siguió, aunque fue la crisis de 1930 la que concluyó definitivamente con la Belle Époque y creó las instituciones de un mundo distinto", relató Cortés Conde en La economía política argentina del siglo XX.
El economista Daniel Heymann, profesor de la UBA, de la Universidad Nacional de La Plata y de la de San Andrés, dijo que "la Argentina de principios del siglo XX tenía muchas discusiones, pero una resuelta: el país ocupaba un rol importante en el funcionamiento global hasta que ese espacio se rompió con la Primera Guerra, la Gran Depresión y la Segunda Guerra. Con todos los problemas que tenía la relación con Gran Bretaña, había una complementariedad que después no hubo con Estados Unidos", la superpotencia que emergió de esos conflictos.
Los gobiernos pasaron a tener un rol fundamental con su intervención sobre la economía, a través del tipo de cambio y los impuestos. Comenzaba a instalarse el modelo de sustitución de importaciones, que representaba en principio una solución para los shocks externos, pero que ya a fines de los 40 demostró sus limitaciones porque, como explicó Cortés Conde, demandaba en forma creciente la importación de bienes intermedios. Esa sustitución fue definida por Heymann como "una fatalidad inevitable".
Desde entonces y hasta los 70, se sucedieron períodos de auge y caída -o stop and go-, con la introducción del fenómeno inflacionario, que sigue vigente.
Miguel Kiguel aseguró, en Las crisis económicas argentinas, que "la Argentina tiene el dudoso honor de ser el país que más crisis macroeconómicas sufrió durante los últimos 70 años en toda América latina, e incluso en gran parte del mundo".
El "rodrigazo", durante gobierno de Isabel Perón, y la última dictadura militar contribuyeron en forma decisiva a transformar la inestabilidad en una regla permanente.
Desde entonces, las crisis que más sobresalieron fueron la hiperinflación de 1989-1990 y, sobre todo, la gran depresión 1998-2002, con una caída del PBI per cápita del 25 por ciento y un aumento de la pobreza a más del 60 por ciento de la población.
En el medio, el vergel de la estabilidad de los años 90 contribuyó a apaciguar los precios y a reconectar el país con el mundo, a cambio de una fuerte suba del desempleo y de una desprotección de la industria nacional.
Lo que vino después todavía está fresco en la memoria: volvieron el encierro y la inflación, comenzó otro default que todavía se está curando y se reavivó el debate histórico: ¿vivir con lo nuestro o integrarnos al mundo?.
"El siglo XX rompió la idea de que la Argentina tenía un rumbo y el siglo XXI aportó el boom de materias primas que ya terminó. Hay una cierta correspondencia con la economía internacional, moderada, porque China no es la Gran Bretaña del siglo XIX. Y una enorme competencia con la que el país debe lidiar, con el agregado de un núcleo duro de pobreza que hay que resolver", afirmó Heymann.
A la gran dualidad geográfica de antaño el país le sumó una profunda dualidad social, con las que transita el Bicentenario, pero también con la esperanza de poder superarlas en el contexto del período democrático más extendido de su historia.
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