miércoles, 16 de mayo de 2012
SCIOLI SUBIDO AL RING
Scioli subido al ring
por Vicente Massot
Acorralado por un kirchnerismo impiadoso —que, en todo caso, sólo le debe obediencias irrestrictas y favores electorales de bulto— y obligado a pelear por su sobrevivencia política, Daniel Scioli no ha tenido más remedio que calzarse los guantes y subir al ring. Lo ha hecho contra su voluntad porque, en el fondo, enfrentar a Cristina Fernández en la forma en que están planteadas las hostilidades es lo último que hubiese deseado.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires es un hombre manso por naturaleza. Su fuerte, pues, no se casa bien con el conflicto. Antes al contrario, siempre ha acusado su mejor perfil en un marco de consenso y concordia al cual lo predisponen su vocación, su personalidad y su pensamiento. Además, en su ingenuidad creyó hasta la semana pasada que la presidente no era la responsable de la campaña de hostigamiento enderezada a sus expensas por el vicegobernador, Gabriel Mariotto; la ministro de Seguridad, Nilda Garré; el periodista Horacio Verbitsky, y La Cámpora. Cualquiera que lo haya frecuentado y lo haya escuchado en estos años hablar sobre el matrimonio Kirchner, sabrá que es cierto. Scioli se consideraba un subordinado obediente hasta el servilismo que, sin embargo, nunca dejó de lado sus aspiraciones presidenciales.
Fue funcional al santacruceño sin pestañar y estuvo dispuesto a cumplir todas las órdenes que recibió como si viniesen del Cielo. Pero en más de una oportunidad le dijo al jefe del matrimonio y a su mujer que él deseaba algún día llegar a la Casa Rosada. En vida de Néstor Kirchner la confesión del ex–motonauta era inocua y a nadie molestaba. Es que el mecanismo de sucesión que habían armado marido y mujer los ponía a cubierto de las veleidades —por legítimas que fueran— de un mandatario provincial que se cuadraba ante ellos de sólo verlos pasar.
Todo cambió al desaparecer el jefe familiar, con la particularidad de que en 2015 Cristina Fernández no podrá ser reelecta a menos que logre reformar la Constitución y Daniel Scioli no estará en condiciones legales de terciar en la disputa electoral con el objetivo de prolongar su mandato en La Plata. Si acaso esto último resultase viable, ya se habrían encargado los mensajeros de la señora de hacerle lugar a su subordinado la instrucción de quedarse en el sillón de Dardo Rocha. Pero como no es posible, Scioli sólo puede huir hacia arriba o irse a su casa. Dicho en otros términos: la única geografía de escape que tiene es la misma por la cual Cristina Fernández y sus acólitos darán la vida.
Fue notable la rapidez con la que Gabriel Mariotto, apenas pisar la vicegobernación, decidió embestir sin demasiadas contemplaciones contra su jefe formal. Lo que hoy ha quedado al descubierto, y hasta un ignorante se daría cuenta, no es nuevo ni mucho menos. La campaña para esmerilar a Scioli empezó en el mismo momento en que juraron en la capital provincial. La excusa ventilada en el inicio de la disputa fue la figura de Jorge Casal, ministro de Seguridad al cual Garré y Verbitsky lo habían elegido como blanco emblemático mucho antes de que la presidente pensara en Mariotto para integrar la fórmula del FPV. Luego escalaron las críticas y el objetivo pasó a ser el propio gobernador.
En los primeros cinco meses de gestión Scioli solamente abrió la boca en una oportunidad.
Como se permitió jugar un partido de fútbol contra el equipo de Mauricio Macri y en ello el kirchnerismo —para variar— creyó ver el principio de una conspiración, lo castigaron sin piedad.
Entonces, por primera vez en muchos años, reaccionó airado para llamarse a silencio inmediatamente después. Todavía consideraba que la presidente era de confiar y, si bien no echaba en saco roto —porque eran obvios— las insolencias y golpes bajos de su vice, suponía que la viuda de Kirchner era ajena a las maniobras en su contra.
Aunque no pueda decirlo en público, el gobernador recién ha terminado de convencerse de que el embate viene de Balcarce 50 y que el fin es impedir su candidatura dentro de tres años y medio. Por eso hizo esta vez cuanto se había cuidado de poner en práctica en las ocasiones anteriores, cuando había sufrido el fuego graneado del gobierno nacional. Por un lado mandó a sus laderos más conspicuos a cargar lanza en ristre contra su vice. Por el otro anticipó sus deseos de ser presidente. Es cierto que, para salvar las apariencias, dijo que no seria de la partida en el caso de que la titular actual del Poder Ejecutivo nacional pudiese reformar la Constitución. Pero lo que vale de su afirmación es la primera parte.
Enseguida cosechó la adhesión de Hugo Moyano —reconciliado, dicho sea de paso, con Clarín— y de Hugo Curto y, al mismo tiempo, obró la reacción en cadena del kirchnerismo que no lo trató bien precisamente. Comenzaba a recortarse así, en el horizonte del peronismo, una alianza de hecho que combina intención de votos y poder de movilización. Fórmula —la mencionada antes— que desde la asunción en mayo el 2003 del santacruceño nunca había sacado los pies del plato.
Más allá de cuidar las formas y mantener la compostura —algo en lo que el ex–motonauta descolla—, en La Plata la orden es no rozar ni la investidura ni tampoco la figura de Cristina Fernández. Scioli pondrá de ahora en adelante la mejor cara de póker y, cuando deba cruzarse con la presidente —como ayer— o parlamentar con ella, hará como si nada sucediese entre ellos. Con todo, por líneas interiores no se darán tregua.
Scioli depende del unitarismo fiscal y ése es su flanco más débil si se tiene en cuenta que —en sesenta días, poco más o menos— a similitud de muchas otras provincias, no tendrá plata para pagar sueldos y aguinaldos. También es verdad que, aun siendo rehén del tesoro nacional, el oficialismo no puede darse el lujo de incendiar la provincia. Sería un suicido. Algo que Cristina Fernández no querrá cometer.
Hay dos cuestiones cruciales en la pelea, que es a cara descubierta aunque sus principales protagonistas se hagan los distraídos: la situación económica —cada día más complicada— y la confección de las listas de diputados provinciales para el año próximo. Si las cuentas fiscales trasparentasen en pocos meses más —como todo lo hace preveer— el deterioro que comienza a percibirse a lo largo y ancho del país, la gestión de Scioli no será fácil de aquí en adelante. De la marcha de la economía no sólo dependerá la suerte de la presidente en los comicios legislativos de 2013 sino también las suyas.
Unido a lo cual está el tema de las candidaturas. Scioli bajo ninguno concepto podría repetir la generosidad —es una forma de decirlo— demostrada el año pasado con la presidente. Si le entregase de nuevo a la Casa Rosada la potestad de armar las listas, quedaría a tiro del juicio político. Además, sus aliados huirían espantados de tanta genuflexión. Por lo tanto deberá oportunamente plantarse; y eventualmente ir a internas, lo cual significaría un rompimiento abierto con el poder central.
La idea de ponerla a Alicia Kirchner como cabeza de la lista de diputados bonaerenses es algo sabido. La tentación por parte del kirchnerismo de quedarse con la parte del león en el armado nacional y provincial, también. Scioli debe ganar tiempo y no menear el tema. Seria extemporáneo de su parte enredarse en una polémica en la que irremediablemente deberá participar el año venidero.
Unos y otros saben que, malgrado los gestos de cortesía intercambiados por la señora y el gobernador, hay una guerra de guerrillas que se está librando tras el escenario. Unos y otros, aunque todavía no lo digan, saben que —conforme trascurran los meses y se acerque el período electoral— sus diferencias serán más notorias y los enfrentamientos irregulares es probable que se transformen, de la noche a la mañana, en una contienda abierta.
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