jueves, 23 de julio de 2009
LOS ALCANCES DEL DIÁLOGO POLÍTICO
Alejandro Sala
No hay margen para esperar soluciones de fondo de esta convocatoria impulsada por el Gobierno: es apenas una fachada creada para evitar un desgaste prematuro que podría comprometer la llegada del kirchnerismo hasta el final de su mandato.
La ronda de “diálogo político” promovida por el Gobierno no introduce modificación sustancial alguna en el cuadro general del país. Nadie razonablemente puede imaginar que el kirchnerismo vaya a dar un giro de 180 grados en el rumbo de su gestión. Naturalmente, la derrota electoral dejó la imagen del Gobierno muy deteriorada y se hace necesario un poco de maquillaje para aparentar que el matrimonio presidencial “escucha el mensaje de las urnas”.
Este maquillaje implica la realización de ciertas concesiones tácticas que no modifican el rumbo general pero podrían representar algunos avances coyunturales, tales como la eliminación de los “superpoderes”, la reducción de las retenciones a las exportaciones, un replanteo acerca del manejo del Consejo de la Magistratura y quizá algún retoque en la legislación electoral. Ninguna de estas medidas modifica la esencia de la gestión del kirchnerismo pero atenúan sus efectos nocivos. Más que esto no se puede pedir y no tendría sentido esperar cambios más profundos que estos.
Sin embargo, estos retoques cosméticos tienen el efecto práctico y no desdeñable de que van permitiendo “airear” una situación política que se venía tornando muy enrarecida después de las elecciones y de los burdos intentos del Gobierno, con la presidenta a la cabeza, de hacer una interpretación amañada de los resultados para demostrar que la derrota fue una victoria. El rechazo que esa pretensión encontró en toda la sociedad obligó al kirchnerismo a darse un baño de realismo y de eso derivó la convocatoria al diálogo. Para un Gobierno que ha hecho de la negación del diálogo un componente central de su gestión, el solo hecho de avenirse a conversar representa una derrota.
Pero el diálogo, en sí mismo, no representa solución alguna a ningún problema concreto. Si los indicadores económicos muestran resultados desfavorables, esos guarismos no se modificarán por el mero hecho de que el Gobierno y la oposición se reúnan para conversar del problema. Las soluciones requieren políticas adecuadas a los efectos de revertir todo aquello que los indicadores están reflejando como datos negativos. Y el mismo criterio es válido para otras cuestiones, como la inseguridad, la mala calidad de la administración de justicia y numerosos temas más que están pendientes de tener una solución.
Sucede que la expectativa de que las soluciones lleguen mientras el kirchnerismo esté en el Gobierno sería excesiva. Esto no va a ocurrir. Para aplicar soluciones de fondo a los problemas que el país tiene, sería necesario que el Gobierno haga una inversión diametral de la orientación de su gestión, algo que no cabe esperar que haga. El kirchnerismo se aviene a dialogar porque perdió las elecciones y no le queda más alternativa que realizar concesiones porque, de lo contrario, la tensión política podría llegar, en una situación extrema, a desestabilizarlo. Si de él dependiera, Néstor Kirchner profundizaría el rumbo que ha seguido a lo largo de los seis años que lleva en el Gobierno. No lo hace porque no tiene margen de maniobra para realizar sus deseos.
Este proceso de diálogo, por ende, le sirve al kirchnerismo para descomprimir las presiones que se derivaron de su derrota en las elecciones y, al mismo tiempo, es beneficioso para el país en general porque conduce a la reconsideración de al menos algunos de los temas más conflictivos de la realidad política coyuntural. Pero no resuelve nada de los problemas de fondo. Ni hubo nunca razones para esperar que tal cosa sucediera.
Si el Gobierno se hubiera aferrado a la posición que tuvo al día siguiente de las elecciones, las tensiones se hubieran desbordado y toda la situación política podría haber estallado, con consecuencias imprevisibles. Esta parodia de diálogo que el Gobierno ha montado permite que nos evitemos desbordes que hubiesen sido aún más perjudiciales para la situación general del país y, naturalmente, para la vida particular de todos los habitantes.
A medida que el tiempo transcurra, toda esta escenificación se irá agotando porque se irá aproximando gradualmente la elección presidencial de 2011, que definirá un nuevo rumbo político para el país y de la cual surgirá un gobierno fortalecido, no como el actual que, por errar la orientación de su gestión, se fue desgastando y está concluyendo, con más pena que gloria, un ciclo que tuvo la oportunidad de ser brillante y finalizará “mirando el reloj” y tratando de evitar que pueda quedar comprometida inclusive la propia gobernabilidad de corto plazo.
Aparentemente, el kirchnerismo ha hallado el modo de darle un curso mínimamente decoroso al final de su gestión. Estaría bien que sea así. El país necesita una mínima dosis de calma porque ese es el prerrequisito para poder abordar con seriedad los problemas que afectan verdaderamente la vida de la población. Estamos en vías de terminar con una etapa donde lo negativo ha sido abrumadoramente más que lo positivo. Por lo tanto, bienvenido sea que esta etapa encuentre una vía de conclusión en la cual no produzca perjuicios aún mayores que todos los que provocó cuando estaba en su apogeo. Y que lo que venga después sea mejor. © www.economiaparatodos.com.ar
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