miércoles, 18 de enero de 2012

SER COMO ILLIA




Por Hernán Rossi
Hoy, 18 de enero, los argentinos, quizás, dediquemos algunos minutos a recordar a Arturo Umberto Illia, ex presidente de la Nación (1963-1966), a quien hemos reconocido como un gran hombre, como es costumbre nacional, luego de su muerte.

Los radicales concurriremos al cementerio a honrar a uno de nuestros principales próceres, de una galería de figuras que nos enorgullece y que hunde sus raíces en el siglo XIX. De Alem a Alfonsín, el radicalismo tiene una gran lista de patriotas que dejaron su vida por su pueblo. Ningún sinvergüenza ocasional puede quitarle brillo.

El radicalismo argentino está vivo, en buena medida, por su capacidad de refundarse de la mano de estos militantes diferentes, peculiares, que nos mostraron, a veces con aciertos, otros equivocados, el camino. Recordarlos, honrarlos, significa entonces buscar en ellos las claves del futuro que debemos construir.

Esta es la manera que elijo de recordar a Illia en el 28º aniversario de su muerte: pensar en el futuro del partido (y de la Nación), plagado de dificultades en este presente en que me toca (nos toca) actuar.

He escrito hace poco tiempo mi convicción de que el radicalismo sufría una doble crisis: de identidad y de conducta. Pocos radicales condensan como don Arturo esas dos palabras en una sola. Es que para él ser honesto era ser radical, y viceversa.

Nuestro partido envejece. Las generaciones más jóvenes eligen mayoritariamente otros espacios políticos para canalizar su vocación pública.

Cuando un joven se acerca y pregunta por qué motivos debería militar en el radicalismo, las respuestas, cuando las hay, no suelen resultar convincentes.

Creo que es ahí cuando nos debemos acordar más de Illía, a la hora de responder esa pregunta mirando a los ojos de nuestro interlocutor: “Para ser como Illia”, debiera ser el inicio de nuestra respuesta. Más que una invitación, una advertencia.

Advertir que en el radicalismo, en el de don Arturo, no se viene a servirse sino a servir.

Advertir que al radicalismo se viene a luchar, no por el poder, sino por los principios que deben ordenar el ejercicio del gobierno.

Advertir que es muy difícil ser radical y ser rico. Las maneras honestas de hacerse ricos son incompatibles con el tiempo que demanda la militancia partidaria.

Advertir que los “atajos” nunca son buenos, y ello se puede corroborar en la conducta política de Don Arturo.

Luego de esta advertencia, podremos hablar mucho tiempo de las luchas radicales, desde el llano y desde el gobierno. Podremos convencer a nuestro interlocutor que se puede ser honrado y eficaz. Que el “roban pero hacen” es una trampa para saquear al pueblo.

Podremos hablar, entonces sí, del partido moderno que debemos construir. De la necesidad de actualizar nuestras instituciones, de profesionalizar ciertos ámbitos de la vida partidaria, de políticas de alianza con otras fuerzas afines, de la búsqueda del gobierno.

No puedo afirmar si lograremos revertir la tendencia y seducir al grueso de la juventud argentina. Es posible que ello sea el resultante de una tarea más compleja. Pero estoy convencido que quien se sume a partir de esta advertencia – invitación (para ser como Illía) será radical para siempre.

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