martes, 25 de septiembre de 2012

EL DESBANDE

El temor al desbande Según el gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta, un exkirchnerista que se ha convertido en un enemigo furibundo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y, más aún, de los militantes de La Cámpora que tantos dolores de cabeza le están ocasionando, "van a ver que cuando la presidenta se mueva a un costado u olfateen que no puede ser reelecta, se van a esconder todos y van a salir corriendo". Si bien las palabras nada amables de Peralta fueron motivadas por el rencor que le ha producido la ofensiva despiadada en su contra del Poder Ejecutivo nacional y sus aliados provinciales, es más que probable que resulten proféticas. Por ser nuestra cultura política tan exageradamente personalista, con escasas excepciones los gobernadores, legisladores y funcionarios suelen apoyar con fervor al presidente de turno mientras esté en condiciones de asegurarles el dinero y la tracción electoral que necesitan, para entonces abandonarlo a su suerte al darse cuenta de que su ciclo está aproximándose a su fin. Tal conducta puede considerarse reprensible, pero dadas las circunstancias es natural que los preocupados por su propio futuro respeten los llamados "códigos de la política", por mezquinos que parezcan a quienes se limitan a mirar el espectáculo hasta que, por razones a veces misteriosas, decidan procurar intervenir participando de una protesta callejera, como en efecto sucedió el 13 de septiembre pasado cuando, para sorpresa tanto del gobierno como de los dirigentes opositores y los medios periodísticos, centenares de miles de personas a lo ancho y lo largo del país se sumaron a los cacerolazos. De todos modos, los comprometidos con la gestión de Cristina tienen que procurar hacer pensar que la re-reelección no es una fantasía sino un proyecto serio, que a pesar de las dificultades recientes el oficialismo lograrán reformar la Constitución para que la presidenta pueda permanecer en la Casa Rosada por mucho tiempo más. Puesto que las instituciones nacionales son tan débiles, para gobernar con un mínimo de eficacia la presidenta necesita que la mayoría tenga la impresión de que su poder "hegemónico" será permanente y que por lo tanto a todos les convendría apoyarla. De difundirse la sensación de que el país está en vísperas de cambios importantes, muchos políticos y funcionarios procurarán congraciarse con aquellos líderes que a su juicio son presidenciables, con la esperanza de formar parte del oficialismo de mañana. Es lo que ocurrió en la fase final de la gestión de Carlos Menem, un mandatario que se había habituado a creerse electoralmente invencible pero que, para su desconcierto, en un lapso muy breve se vio transformado en un personaje despreciado por casi todos los demás políticos, el blanco preferido de burlas crueles de los que, como los Kirchner, poco antes le habían rendido pleitesía, calificándolo como el mejor presidente de la historia argentina. Se trata de un destino que, por razones comprensibles, Cristina y sus dependientes no quieren compartir. No bien se trasladó de Río Gallegos a la Casa Rosada, Néstor Kirchner se propuso solucionar el problema engorroso planteado por las reglas constitucionales alternándose indefinidamente en el poder con su esposa, pero debido a su muerte prematura se frustró el esquema así supuesto, de ahí el intento de los comprometidos con Cristina de instalar la idea de que resulta necesaria la re-reelección. Hace un año, los kirchneristas tenían buenos motivos para creer que el proyecto estaba destinado a prosperar, pero a partir de las elecciones en que Cristina triunfó con facilidad impactante, ha cambiado tanto el clima social debido a la desaceleración abrupta de la economía, la prepotencia de muchos funcionarios y el activismo a menudo insensato de la gente de La Cámpora que los estrategas oficiales se han sentido obligados a declarar una especie de tregua. La situación en que se encuentran es muy difícil. Si siguen tratando de vender la idea de que, sin Cristina en la Casa Rosada, el país se vería privado de los servicios de una líder "carismática" imprescindible, fortalecerían a la oposición que ya ha sabido aprovechar en beneficio propio el tema, pero si desisten, el gobierno correría el riesgo de perder cuotas crecientes de poder y autoridad al iniciarse en serio la lucha por la sucesión.

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