domingo, 16 de septiembre de 2012
ELLA LO HIZO
¡¡¡Ay¡¡¡ espejito, espejito... DIBUJO: PABLO TEMES.
Cristina lo hizo. El cacerolazo no fue espontáneo. La
Presidenta fue la impulsora de la gran convocatoria.
Ella se encargó personalmente, y por cadena nacional,
de humillar a cada uno de los sectores que se expresó.
Fue Cristina la que les mojó la oreja a los abuelos
amarretes que querían comprar diez dólares para su nieto
abanderado; a los docentes vagos; a los empleados de las
inmobiliarias que hacen crucigramas esperando un cliente;
a los trabajadores del Banco Ciudad que fueron atacados
gratuitamente; a los jóvenes puntocom que ganan 5.500
pesos por mes y pagan impuesto a las ganancias; a los
jubilados que –para proteger el ahorro de toda su vida–
ponen un plazo fijo y son obligados a perder entre el 10
y el 15% por año; a los directores de cine que necesitan
dólares; a los enemigos de las barras bravas del fútbol
o permitiendo que alguien que le prendió fuego a su
esposa y la mató participe de los actos del oficialismo.
Cristina fue una militante permanente y esforzada. Se
tomó su tiempo y en cada aparición pública fue indignando
a un grupo distinto. Logró así la mayor concentración
social opositora desde 2003 en Plaza de Mayo. En infinidad
de ciudades, pueblos y pueblitos también hubo candombe
cacerolero.
La diversidad de los reclamos apeló a cada uno
de los rubros que la Presidenta ignora. Por eso
concurrieron a su llamado a movilizarse los familiares de
los muertos en el siniestro de la estación Once, los
estafados por la malversación de las estadísticas del
Indec que vomitan ante la provocación de que se puede
comer con menos de seis pesos por día. Hubo mucho llanto
y pancartas por las víctimas de la inseguridad, en su
mayoría de los barrios más humildes.
Cientos de carteles caseros expresaron con toda claridad que la gente no
soporta a los corruptos que “Ella” tiene a su lado ni
que haya el mínimo intento de autorizar la reelección
de la única persona que actualmente lo tiene prohibido
por la Constitución: Cristina Fernández de Kirchner.
Fue Cristina la gran organizadora de la rebelión de los
maltratados. El principal cantito fue: “Y ya lo ve, es
para Cristina que lo mira por tevé”.
Demasiados enemigos reales tiene cualquier gobierno para que todos
los días invente uno nuevo. Y es Cristina la que está
planificando una marcha todavía mucho más numerosa con
las órdenes que le dio a Juan Manuel Abal Medina.
Decir que ese sector minoritario está más preocupado
por Miami que por San Juan fue echar nafta al fuego.
Es potenciar un plan de provocación que fractura
socialmente al país como en los peores momentos.
Las chicanas, como los chistes, según Freud, son
expresión del inconsciente que vio sólo manifestantes
rubios, opulentos, bien vestidos y tan caretas que no
se atrevieron a pisar el pasto. Es difícil sostener
eso con cierta credibilidad. No hubo presidenta vestida
con ropa y accesorios más caros que Cristina.
Ni con tantos millones en el banco o que haya vivido
primero en Recoleta y luego haya comprado dos propiedades
en Puerto Madero, como varios de sus colaboradores.
Es Cristina la que representa la codicia. Cuesta
descalificar a la clase media desde la clase alta.
Y mucho más si la guardia de hierro que la protege,
los muchachos de La Cámpora, son cualquier cosa menos
morochos, sudorosos y proletarios.
¿Desde cuándo ser de clase media es estar apestado?
¿Ya no corre más eso de “piquete y cacerola, la lucha
es una sola”? ¿Qué es la movilidad social ascendente,
entonces? Lula se enorgullece de decir que ayudó a
que 20 millones de pobres llegaran a la clase media.
Es cierto que hubo algunos manifestantes que se
expresaron con un odio que envenena la convivencia social.
Pero eso también es responsabilidad de quienes gobernaron
en la década del rencor. Así como jerarquizaron la Corte
Suprema, descubrieron los derechos humanos, implementaron
la asignación universal, apostaron a un modelo productivo
y al mercado interno con generación de empleo; de esa misma
manera sembraron el odio desde la altanería y el
autoritarismo.
Cuando los presidentes no escuchan, los ciudadanos gritan
más fuerte y más cerca. Con su política, la Presidenta
favoreció a muchos sectores y por eso tuvo tanto apoyo
electoral.
Pero también hirió a grandes conglomerados que no son “las
corporaciones ni la oligarquía”. ¿Qué pasó? ¿Qué fue lo que
provocó que tanta gente abandonara su casa a la misma hora
y con la misma destinataria de las quejas?
No hubo una sola publicidad televisiva o radial que invitara
al acto. Ni un aviso ni una nota previa en ningún diario. Algo
nuevo apareció. Estalló en mil pedazos esa convicción jurásica
del cristinismo de que los compatriotas son tontos llevados de
las narices por los grandes medios. Es de un paternalismo y
una subestimación tal que no se compadece con el peronismo, que
sabe que la gente reacciona de acuerdo a su propia experiencia.
¿No habrá llegado la hora de declarar de interés público y
sujeto a expropiación a las redes sociales?
Esa comunicación horizontal y plural es la contracara de lo
que propone el Gobierno con medios de comunicación que
ocultaron vergonzosamente los cacerolazos.
Con la soja volando, Brasil en proceso de recuperación y
menos vencimientos externos, Cristina tiene otra vez la
gran oportunidad de recuperarse.
En un ejercicio de imaginación, ella podría decir: “Argentinos y argentinas, voy a redoblar el
esfuerzo para solucionar las demandas que me plantearon.
Trabajaré para bajar la inflación y combatir la inseguridad.
Convocaré a todas las centrales sindicales y todos los partidos
para escuchar sus propuestas. Dejaré de atacar a los que piensan
distinto y les doy mi palabra de que jamás se me ocurrirá
modificar la Constitución en mi propio beneficio”.
¿Qué pasaría si la Presidenta dijera algo parecido en cadena
nacional? Desinflaría la crispación y recuperaría parte de su
imagen positiva. Pero dejaría de ser Cristina. Sería Bachellet,
Dilma, Lula o el Pepe Mujica, duros luchadores de los 70,
austeros en sus cuentas bancarias y vestimenta, humildes y
pluralistas de tiempo completo, combatientes de la corrupción
y grandes referentes de los tiempos que vienen porque no
dividieron a la sociedad en la que viven.
No son ni se creen dioses que deben ser temidos. Pero para muchos,
son ángeles democráticos constructores de una sociedad igualitaria.
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