domingo, 9 de septiembre de 2012
LIBERTAD
El miedo que tenemos es a la libertad
"Sólo hay que temerle a Dios, y a mí, en todo caso, un poquito”, dijo Cristina Fernández de Kirchner, y la agrupación PROperonista La Solano Lima le dedicó un editorial:
"Con las astillas de las instituciones destruidas por el régimen populista oligárquico levantaremos tribunas republicanas para defender la libertad."
(La Solano Lima). Nuestras preocupaciones y advertencias han comenzado a concretarse, a favor del desgobierno populista que profundiza el autoritarismo y aumenta la brecha entre la normalidad institucional y la violación sistemática de la Constitución y de las reglas de juego democráticas.
La Presidente de los kirchneristas hace ingentes esfuerzos por pasar a la historia por su vulgaridad, soberbia y complicidad con la corrupción que ella misma prohíja y extiende. Jamás ningún presidente fue tan lejos como Cristina Fernández, que ya no disimula su desenfreno autoritario: “Sólo hay que temerle a Dios, y a mí, en todo caso, un poquito”, ha dicho en la última semana, para amedrentar a propios y extraños.
El mensaje de alto voltaje mafioso propende a estrechar hasta el paroxismo al círculo áulico de Olivos, como si fuese numeroso. Nadie sabe a ciencia cierta quiénes son los funcionarios que inciden en la toma de decisiones. Pero la frase mafioso denota el carácter fascista de la Presidenta. Cada vez más adicta al micrófono y menos comprometida con la responsabilidad del alto cargo que ostenta.
¿Logrará su cometido? “Por sus frutos los conoceréis”, dice el Evangelio respecto de los falsos profetas (Mateo 7, 16). Y los frutos (venenosos) que recoge el kirchnerismo son abundantes. La tropa propia responde a ciegas. Los gobernadores no son dueños ni de ir a compartir un partido de fútbol del seleccionado nacional en Córdoba. Paolo Rocca necesitó 48 horas de reprimendas y amenazas para rendirse a los pies de la Presidenta.
Solo un puñado de dirigentes opositores resiste en desigualdad de condiciones, y ejerce sus derechos políticos sin temerle al kirchnerismo que ofrece múltiples flancos.
Sin embargo, las banalizadas huestes krichnereanas, hacen la vista gorda y siguen demonizando a la disidencia, con foco en Mauricio Macri y José Manuel De la Sota. Aunque tampoco escapan otros dirigentes, como el intendente de Malvinas Argentinas, Jesús Cariglino, que ha sido acusado por el vicegobernador Gabriel Mariotto de haber instado la consecución del crimen de un enfermero, supuestamente involucrado en denuncias contra la salud pública de ese distrito.
Toda la estructura mediática oficial se encargó de enlodar al jefe comunal sin ningún tipo de pruebas que puedan comprometerlo ante la Justicia. Es el método K: destruir al que piensa distinto y dictarle un indulto inmoral al que se pone de su lado, cualquiera sea su procedencia (¿algún revisionista kirchnereano recuerda los orígenes derechistas de Anibaúl Fernández, por ejemplo? ¿O acaso desconocen que cuando era secretario administrativo del Senado bonaerense le pasaba un sueldo al exjefe de la CNU Patricio Fernández Rivero?
La lógica binaria del relato oficial –denunciado y refutado por esta agrupación en reiteradas oportunidades- conlleva a la difusión de un cúmulo de mentiras convertidas en dogma por una militancia rentada e ignorante de los más elementales conocimientos político-históricos. Encarnizados en la divulgación de disparates, los kirchneristas apelan a la criminalización del debate, dándole veracidad a temas irrelevantes. Es tanto el odio que están provocando que el daño ocasionado en el tejido social llevará mucho tiempo suturarlo con una política de unidad nacional y de reencuentro de los argentinos.
A comienzos de los '70, los líderes democráticos del país gestaron La Hora del Pueblo. Era el momento de despojarse de las ambiciones sectoriales y de confluir en los mínimos comunes denominadores. Radicales, peronistas, socialistas y conservadores se sentaron a una mesa de diálogo y resistieron en conjunto a la dictadura que buscaba eternizarse a través de artilugios continuistas. La salida institucional del 11 de marzo de 1973 fue posible porque hubo líderes auténticos, compenetrados de la necesidad de la época. Y porque comprendieron que la historia no perdona cuando se renuncia a la lucha por la libertad.
En esa lucha radica hoy la elaboración de alternativas conducentes a la derrota del populismo oligárquico actual. El espíritu de La Hora del Pueblo debe primar por encima de cualquier otro interés por muy válido que sea, pero que nunca superará al interés superior de vivir en un Estado de Derecho en el que se respeten las libertades individuales, la propiedad privada y la Constitución nacional.
Con una agenda intergeneracional abierta a la realidad queremos discutir todos los temas que forman parte de las inquietudes de la familia argentina: la inseguridad, la inflación, la corrupción, el desempleo, la pobreza. Fijemos las prioridades y luego avancemos en lo que hace falta que es mucho. Convencidos de que la participación del conjunto mejora la democracia.
La juventud siempre ha sido la expresión progresiva de los grandes adelantos y se ha puesto a la cabeza de la evolución. Votar a los 16 años será una opción de progresividad en la medida que le demos el contenido vigorizante de las soluciones pendientes en educación y trabajo. Se progresa sin retórica y sin idealizaciones nutridas de objetivos cortoplacistas.
No vamos a renunciar al futuro por el antojo de los viejos vinagre del populismo oligárquico.
No vamos a someternos a la obediencia debida del verticalismo porque para ello ya están los felpudos oficiales.
No vamos a regalar las conquistas democráticas y republicanas obtenidas de 1983 al presente.
En cada insulto, en cada agresión, en cada infamia de la mesnada orgánica kirchnerista se esconde la minusvalía moral de un régimen que se cae a pedazos por la podredumbre ideológica de sus protagonistas.
El mundo nos contempla.
Estamos a las puertas de un gran cambio global en la Patria.
Ningún porcentaje electoral mayoritario es eterno en democracia.
Una nueva Hora del Pueblo comienza a resurgir.
No le tenemos miedo a la Presidenta con aires de Faraona, ni a Dios ni a ningún hombre o mujer investidos de poder.
Quienes predican temerle a Dios reiteran un método de sometimiento absolutista propio de la Edad Media cuando los reyes se sentían receptores del poder divino.
Los reyes, los absolutistas, los fascistas, siempre apelan al terror, al miedo para que haya súbditos y no ciudadanos.
Se equivocan. En 2012 la Argentina es de los ciudadanos.
Demostrémoslo el 13 de setiembre y cuantas veces sea necesario. En paz, respetuosos de la Diversidad.
Con las astillas de las instituciones destruidas por el régimen populista oligárquico levantaremos tribunas republicanas para defender la libertad.
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