miércoles, 19 de septiembre de 2012
KADENAGATE
La Kadenagate de la presidente
Por Rodolfo Sala
Fuente: www. historiaconopinion.com.ar
En 1977, luego de la renuncia de Richard Nixon a la presidencia de los Estados Unidos en 1974, el periodista inglés nacido en Kent, David Frost, pactó con el ex presidente una serie de cuatro entrevistas televisivas, en donde Frost pretendía una confesión de Nixon sobre el affaire Watergate. Nixon, para esos tiempos, estaba escribiendo sus memorias en cuya trama quería justificar sus mentiras al pueblo norteamericano y a la propia justicia. Las tres primeras entrevistas arrojaban una ventaja considerable hacia el presidente cuando discurrían en lo que se refería a la intervención en Vietnam y Camboya, sobre todo porque, como actor que fue, conocía a la perfección los pormenores de esa guerra
Pero en la última sesión en la que se trataría el caso Watergate, Frost sacó a luz un as de la manga: una entrevista no publicada entre el consejero de la presidencia Charles Colson y Richard Nixon, y no reconocida hasta ese momento por el entrevistado. Éste reaccionó casi violentamente pero aceptó que tal entrevista se había producido y cuyos términos la justicia desconocía. A esta mentira Frost la llamó una fechoría que un presidente no debía hacer, lo cual importaba una defraudación al pueblo norteamericano. Nixon le contestó que los presidentes se pueden dar el lujo de atreverse a no respetar la Constitución en determinadas circunstancias, lo cual produjo el “desbarranque” del presidente, tornando a la entrevista en una derrota sin atenuantes. La confesión de Nixon iba más allá de la permisividad de la ciudadanía de los Estados Unidos, importaba un claro atropello a la Constitución. Desde ese momento las fechorías producidas desde el estado por funcionarios inescrupulosos, en todo el mundo, se las menciona con el agregado “gate”.
Las cadenas nacionales usadas por la presidente, cuyas exposiciones no revisten el carácter de excepcionalidad, pero sí abordan trivialidades y en algunos casos ofensas a la ciudadanía que se fueron incorporando al desgaste de un gobierno autoritario, con un discurso único y sin derecho a réplica. Esta particularidad fue minando la tolerancia de la gente, cuya expresión fue la protesta masiva del 13 de septiembre. A la presidente le había alcanzado la “kadenagate”.
Traemos el recuerdo de aquel hecho producido en los Estados Unidos porque en nuestro país, hace ya mucho tiempo, que se miente aviesamente con discursos en cadena nacional, en amplia violación con la legislación vigente y, al igual que Nixon, la presidente se arroga el derecho no permitido por la ley, y además, “que tiene la obligación de informar sobre sus actos”. ¡Claro que tiene el deber de hacerlo! Pero para cumplir con ese requisito constitucional están los boletines, las conferencias de prensa, en donde se produzcan las preguntas y respuestas que fueren procedentes. Y no el monólogo en cuyo transcurso se producen auto elogios y el panegírico de sus obras. Las cadenas nacionales coartan los derechos individuales, ya que la audiencia no puede ejercer la facultad de elegir aquello que quiere ver y/o escuchar y le impone a la audiencia un discurso que no tiene réplica.
Los últimos acontecimientos de protesta del 13 de septiembre, generalmente, se refirieron a dichos de la presidente por ese medio y a temas de enorme importancia, como la inseguridad y la inflación que elude sistemáticamente, con el agregado que en varias oportunidades se ha referido a personas imputándoles cargos que en modo alguno debieran tener estado público. ¡Y el colmo! ¡Cuando dice, temerariamente, que “hay que tenerle un poquito de miedo”!
Mientras los miembros del gobierno minimizaron la magnitud de la masiva protesta contra la presidente, el grueso de la opinión pública nacional y los portales internacionales dieron cuenta de la importancia de la protesta contra la inseguridad y la corrupción.
Seguramente las mentiras de Nixon quedan a la altura de un poroto comparándolas con las del INDEC o con las del vicepresidente o con las manifestaciones de bienes, por mencionar algunas. Pero nosotros no la vamos a denominar fechorías, como le dijo David Frost a Richard Nixon y éste aceptó, y luego se disculpó, pero si como profundas transgresiones a la Constitución y al estilo republicano. Nixon recibió el perdón luego de su dimisión otorgado por su sucesor el presidente Gerald Ford. En la Argentina los mandatarios se auto perdonan, aunque la “kadenagate” de la presidente la ha condenado un sector mayoritario de la opinión pública y además demuestra la baja calidad institucional que la Argentina tiene, merced a un estilo nuevo, pero que, como tal, envilece la institución presidencial.
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