domingo, 10 de marzo de 2013
DE IRÁN A CLARÍN
Apuntes sobre el chavismo cristinista : De Irán a Clarín
La presencia del presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad en las exequias de Hugo Chávez le impidió a la presidenta de la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, proclamarse simbólicamente como la heredera internacional del líder bolivariano (aunque en ese rol, Rafael Correa tiene mucho más para aportar). Pactar con Ahmadinejad es de por sí lo suficientemente escandaloso como para, además, estrecharle la mano. Por eso Cristina abandona, por ahora, sus ansias de liderar el chavismo internacional y se conforma con imponerlo en su país. Por eso, para los comicios 2013, nace el chavismo cristinista.
Aparte de los chavistas venezolanos, nadie más que Cristina podría hablar en nombre del resto de los chavistas del mundo para despedir al líder fallecido. Lástima que por esas cosas imprevistas del destino, Mahmud Ahmadinejad, el presidente de Irán, tuvo la mala ocurrencia de también ir a despedir a Hugo Chávez.
por CARLOS SALVADOR LA ROSA
CIUDAD DE MENDOZA (Los Andes). Frente a la muerte del aliado y amigo, Cristina Fernández tomó el primer avión, llevó la delegación más grande de todas y arribó antes que nadie a Venezuela. No sólo buscó ser la primera en llegar sino que imaginó ser la última en irse.
Aparte de los chavistas venezolanos, nadie más que ella podría hablar en nombre del resto de los chavistas del mundo para despedir al líder fallecido. Lástima que por esas cosas imprevistas del destino, Mahmud Ahmadinejad, el presidente de Irán, tuvo la mala ocurrencia de también ir a despedir a Hugo Chávez.
Con lo cual, para evitar el inconveniente encuentro, Cristina debió retornar a la Argentina antes de tiempo, y entonces Mahmud terminó siendo el más aplaudido de todos, cuando debía haberlo sido ella. Ocurriendo así el primer daño colateral del acuerdo entre la Argentina e Irán: para poder ser la heredera de Chávez, Cristina debió acercarse a Irán -el principal aliado mundial del eje bolivariano- pero por acercarse a Irán, Cristina fue la única chavista que no asistió al acto donde simbólicamente asumiría la herencia de Chávez.
Por lo que, al quedarse sin el pan y sin la torta, deberá conformarse con su chavismo doméstico, dejando para después sus veleidades de dominación mundial. Antes deberá chavizar la Argentina. Y a por ello va.
Todos son corporativos, incluso los que atacan a las corporaciones. La única diferencia entre nestorismo y cristinismo es que los negocios económicos iniciados por él, ella busca consolidarlos mediante el intento de crear un nuevo sistema político para que los negocios se institucionalicen. Por eso se hace poco y nada en gestión concreta, porque ¿para qué se va a reformar o mejorar un sistema que se pretende cambiar por otro? Entonces todo el tiempo se lo ocupa en el relato, para ocultar o para explicar lo inexplicable.
Y mientras nada cambia en la sociedad (que sobrevive de la soja, de los subsidios que la soja permite y de los emparches de Moreno), el gobierno se propone cambiar de manos todas las instituciones, a las que no llama instituciones sino corporaciones, sean éstas públicas o privadas. Lo mismo da, porque todas son el antro donde anida el enemigo.
Allí entra el sindicalismo, Clarín, la Iglesia, el campo, los empresarios que no se le doblegan (de éstos van quedando cada vez menos), la Corte y toda la Justicia (menos la liderada por la nueva pasionaria del cristinismo, la más militante que procuradora Gils Carbó). Incluso es acusada de corporativa la clase media, a la que ven como masa de maniobra de la oligarquía. La oposición política es la empleada rastrera que hace lo que le dicen las corporaciones. Y hasta la Constitución Nacional es una carta corporativa, ya que su contenido es una mezcla del liberalismo oligárquico anti-rosista de 1853 y del neoliberalismo menemista que se le sumó en 1994.
Sin embargo, no es que el gobierno quiera terminar con la lógica corporativa, sino apropiarse de esas cosas que denomina corporaciones. Porque el cristinismo no es un capitalismo de Estado sino un corporativismo de Estado que busca un cambio de manos, no de contenidos.
El primer gobierno opositor de la historia. Según el guión oficialista, Clarín es la verdadera Casa Rosada donde el país del pasado (aún hegemónico, no en el voto sino en las instituciones y el sentido común de la sociedad que hace los 13S o los 8N) domina a la Argentina real.
Ellos, el cristinismo, se ven a sí mismos como lo nuevo que desde el Álamo presidencial de la resistencia, atacan con guerrillas verbales y con lo que pueden (se les pueden disculpar ciertas desprolijidades porque no se sienten el poder, sino los que luchan por tomarlo) al verdadero poder. Así logran tener todos los privilegios que les da ocupar el Estado pero ninguna de sus obligaciones. Pueden ser facciosos porque no son el poder real sino la alternativa liberadora que ocupando un Estado aun con escaso poder, buscan acumular mucho más para liberar a la sociedad, que aún sigue siendo de las corporaciones.
Cristina es una resistente, más opositora que oficialista. Así todo lo bueno que hace es porque logró vencer al sistema y todo lo que le sale mal -como la tragedia de Once- es porque el sistema la logró vencer a ella. Pero culpa no tiene ninguna, nunca, salvo quizá por no profundizar lo suficiente la revolución.
La tarea del gobierno K no es gobernar, sino impedir que los que gobiernan de facto lo sigan haciendo. Entonces al facto corporativo le imponen el facto del gobierno. Pero, ojo, no se trata de una revolución que quiera cambiar la estructura del país o el sistema o el estado real de las cosas. No quieren cambiar nada de lo que está, sino quedárselo todo para ellos. Tinelli en el Canal 13 es una herramienta de la contrarrevolución, Tinelli con ellos es parte de la revolución, aunque en ambos casos Tinelli siga siendo nada más que Tinelli.
Intentaron crear una contra-tevé “revolucionaria”, pero como no la vio ni el gato al ser nada más que burda publicidad oficialista, ahora quieren comprar con dinero público todo que tenga rating en la tevé comercial, o sea a la tevé que venían ideológicamente a cambiar por una “liberadora”. Con el Poder Judicial es igual que con los medios: bajo la excusa de su democratización buscan quitarle toda autonomía. Lo mismo con el fútbol. Para colmo, en su afán por hacerlos suyos, la mayoría de las veces, por incompetencia, empeoran aquello de lo que se apropian, incluso lo que ya desde antes andaba mal.
Mejor una revolución de mentiritas que una reforma de verdad. La Presidenta se siente la jefa de una facción aún minoritaria ideológicamente pero circunstancialmente votada por la mayoría (gracias a la contranatural alianza con su peor enemigo, el PJ) en lucha contra un país dominado por las corporaciones enemigas que se han apoderado de todas las instituciones, por lo cual destruir a las instituciones es ganarle la batalla a las corporaciones. Al eje del mal corporativo no se lo puede atacar respetando la lógica institucional, porque esa es la lógica del enemigo. Por eso hay que saltearse todos los pruritos institucionales.
El gobierno aplica una lógica militante y foquista, según la cual las palabras no son para dialogar sino balas discursivas para derrotar al enemigo. Es una concepción bélica de la política que no propone la insurrección popular porque no tiene el fervor de las bases sino sólo el voto cautivo del PJ.
Que, además, detrás de las palabras inflamadas busca alcanzar metas por demás mezquinas, poco revolucionarias: la contención, no la promoción de los pobres; la descolonización mental de las clases medias para que dejen de ser idiotas útiles de las corporaciones; la cooptación de los ricos para que formen parte de la nueva oligarquía (la de ellos) y no de la vieja oligarquía; y la toma del poder real, que sólo es posible acabando con los PJ, los Clarines y hasta la Corte Suprema, el mejor invento de Néstor, hoy visto como el peor porque se pasó al enemigo.
Si el gobierno fuera reformista en vez de creerse revolucionario, reformaría muchas cosas porque tiene todas las condiciones políticas para hacerlo ante el debilitamiento de todos los poderes (corporativos o no corporativos) después de la anarquía de 2001, pero no quiere reformar sino hacer una revolución sin revolución, vale decir, cambiar de mano todos los poderes institucionales para quedárselos todos, pero tal como los vaya recibiendo. No quiere reformar lo malo del sistema sino ser su dueño. Es mero cambio de manos bajo la excusa del cambio ideológico. No es cambio real, ni de ideas ni de prácticas.
En síntesis, lo primero que hizo el kirchnerismo fue crear su base económica y ahora desde la ideología justifica o trata de borrar la forma en que se apoderó de todo el poder económico posible. En vez de cambiar el país se cambiaron ellos; la profundización significa consolidar la nueva élite, que no cambió nada pero ella se cambió toda.
Cristina se apropió de todo el discurso crítico que desarrolló la izquierda nacional contra la lógica corporativa que la Argentina democrática no pudo vencer y a veces hasta consolidó con nuevos modos. Cristina se convirtió en la encarnación de ese discurso crítico para alegría de los escribas progres que cayeron en la trampa como chorlitos, puesto que al estar aislados por décadas en sus cenáculos minoritarios, sectarios y alejados del poder real, creyeron que cuando alguien hablara igual que ellos haría lo que ellos siempre soñaron. Sin embargo este gobierno no quiero generar una práctica anticorporativa, sino apropiarse de ese discurso para ser la nueva oligarquía.
El kirchnerismo ideológico es una módica revolución en sus contenidos pero absolutamente ambiciosa en sus metas institucionales que se lograrán el feliz día en que sus huestes militantes ocupen las instalaciones de Clarín, destrocen al PJ, transformen al Poder Judicial en su escribanía como ya lo es el Legislativo y consigan la reforma constitucional para eternizar a su reina.
Toda la historia del kirchnerismo es el cambio de manos de un mismo poder con un discurso tan transgresor como antiguo, de modo tal que sea revolucionario en lo teórico y conservador en lo práctica. Una fórmula con la cual es imposible hacer progresar a un país pero que es increíblemente eficaz para hacer progresar individual y sectorialmente a los que lo sostienen, a esa élite que se enriqueció en democracia, sobre todo en los gobiernos de Menem y Kirchner.
Dicen hablar en nombre de los nuevos pobres pero en realidad hablan en nombre de lo que ellos son, los nuevos ricos, aún en pugna con los viejos ricos. En eso el kirchnerismo no sólo se representa a sí mismo, sino a todo un nuevo sector del poder económico en lucha por imponer su dominación sobre otros.
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