domingo, 31 de marzo de 2013
Gatopardismo místico
Duró poco para quienes se animaron a creerle, el velo cayó en menos de una semana del encuentro en Roma con el Papa. Cristina sigue siendo Cristina. Adiós la opción por los pobres si acaso no es para multiplicarlos y acordonar los bolsones de subsidiados que garanticen un piso mínimo de votos.
La Presidente que simulaba un cambio de 180 grados y que el viernes pasado pedía dejar de lado el odio y el revanchismo, se olvidó ya hasta de la primacía por los niños. “Si no tienen clases, si sigue el paro docente el problema no es mío”, parece decir sin que se le mueva un ápice. Y es que para ella puede que Jorge Bergoglio haya dejado de ser Jorge Bergoglio y ahora lo quiera, pero Daniel Scioli sigue siendo Daniel Scioli, y las elecciones están cada vez más cerca.
Así vuelve a ponerse en jaque al gobernador de Buenos Aires como si ese juego siniestro no afectara a miles de sus “todos y todas”.
Del otro lado, el “rival-aliado” sigue intentando mantenerse incólume, consciente o no que su objetivo personal debería ser mejorar la calidad de vida de los bonaerenses, y no llegar al 2015 listo para ponerse la banda y sentarse en el sillón de Rivadavia.
Lastimosa imagen de los dirigente a horas que quedara demostrado que un imponderable, cuando menos se lo espera, puede patearles el tablero.
Lo interesante y fructífero sería que mientras tanto se haga algo pero a la vista está que quienes se sienten candidatos sólo buscan llegar a una fecha de calendario sin verse inmiscuidos en grandes escándalos, nada más. Entonces uno se pregunta si con “zafar” alcanza, y la respuesta tampoco está lo suficientemente clara.
El relato se matiza pero la realidad se impone sin anestesia, y deja en evidencia un aumento considerable de la pobreza, una moneda devaluada, una educación paupérrima.
Ya no se trata de una crisis económica que antes o después puede ser controlada por uno u otro equipo de economistas como se ha vivido en el país tantas veces, ahora se trata de una decadencia ética y moral que parece no tener final. Una crisis semejante necesita generaciones enteras para ser resuelta.
Posiblemente no sea tan trascendente que un chico no tenga las horas de clase que estipula un ministerio, pero sí es trascendente que ese chico vea que no hay prioridades, que la educación no le interesa a nadie, o a casi nadie. El turismo, sin ir más lejos, se le antepone con creces (estamos en la víspera de 6 días sin actividades)
De haberse producido algún cambio en la jefe de Estado, al regresar del Vaticano debería haber hecho escala inmediata en la provincia para solucionar una deuda que va más allá de un reclamo docente. Después se arreglaría en todo caso qué se hace con una administración ineficiente.
De haberse producido algún cambio en la mandataria argentina, el gobierno no estaría todavía lidiando y gastando fortunas para trasladar un monumento porque homenajea a Cristóbal Colón, y Evo Morales regala uno que lo hace a Juana Azurduy. ¿Cuantas plazas y espacios hay en el país para colocar el nuevo sin necesidad de ir al choque con el jefe de gobierno porteño?
No parece haber nadie dentro del gabinete capaz de decirle a Cristina Kirchner que hay temas más acuciantes, que hay ciudadanos pasándola feo, que el país no se reduce a la foto de x cantidad de autos saliendo de una ciudad un fin de semana largo…
Nadie le dice la verdad. El entorno presidencial vive con el mismo temor que mantiene bajo el yugo a un vasto grupo de empresarios. Quizás no teman tanto una inspección de la AFIP como sí a quedarse sin cargo y consecuentemente sin fueros, cuando la Justicia aún no fue “democratizada” lo suficiente como para protegerlos.
La semana se iniciará pues con la Argentina de siempre, es decir, la de hace 10 años, deshecha mientras se venden espejitos de colores como si fueran vitrales que ella trajo del Vaticano.
El mentado “dólar blue” legitimado paradójicamente por el mismísimo Secretario de Comercio, Guillermo Moreno, subirá o descenderá centavos sin que ello implique, de fondo, ningún cambio. El billete extranjero, ya sea oficial o paralelo, no es el problema de los argentinos, es solamente un síntoma del mal que acecha a los mismos.
El país, más allá del honor de haber visto nacer a un Sumo Pontífice, sigue su camino de decadencia sin pausa, descubriendo, aún más ahora, a una clase dirigente que frente a la figura del Papa ha quedado expuesta en todas sus miserias.
Ese es quizás uno de los inconvenientes que debería resolverse con mayor premura, y sin embargo parece ser el menos urgente frente a la estampida del dólar, los precios en alza indiscriminada, y la impertérrita política del subsidio y del saqueo a toda escala.
Que la Presidente hable o no antes de Semana Santa no resuelve nada, en primer lugar porque hacerse eco de sus palabras es adentrarse en un juego de ‘teléfono descompuesto’ donde lo que se dice dista considerablemente de lo que se hace. Mucho se calla también con el silencio.
Y segundo, porque el discurso está siendo estructurado por maquiavelos de la palabra que vieron en la persona de Francisco, no un ejemplo, sino otra oportunidad para lograr su único objetivo: el poder perpetuo.
En el trayecto nada puede modificarse simplemente porque nada se está haciendo para que eso, aunque más no sea, fuera algo probable. Apenas se ensaya burdamente un gatopardismo místico.
Hoy como ayer, Oliverio Andrade podría escribir los mismos versos porque “todo está como era entonces, la casa, la calle, el río; los árboles con sus hojas, y las ramas con sus nidos. Todo está, nada ha cambiado, el horizonte es el mismo, lo que dicen esas brisas ya otras veces me lo han dicho (…) Sólo el niño se ha vuelto hombre y el hombre tanto ha sufrido, que apenas trae en el alma la soledad del vacío”
Gabriela Pousa
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