domingo, 31 de marzo de 2013

EL AMIGO CALÓ CALADO

Con amigos como Caló... Si la presidenta Cristina Fernández de Kirchner creía que sus fieles aliados sindicales la ayudarían limitando los reclamos salariales a un módico 18%, haciendo gala así de su sentido de responsabilidad, ya se habrán dado cuenta de las dimensiones de su error. Para desconcierto no sólo del gobierno sino también de muchos empresarios, el gremio más oficialista de todos, la Unión Obrera Metalúrgica, acaba de pedir un aumento anual del 35%, de tal modo señalando a los sindicalistas abiertamente opositores que deberían exigir más, tal vez mucho más. Si bien el jefe de la UOM, Antonio Caló, entenderá que es cuestión de elegir un punto de partida que estuviera dispuesto a modificar al avanzar las negociaciones, para dirigentes como el camionero Hugo Moyano que no tienen por qué sentirse obligados a colaborar con "el proyecto" de Cristina, se tratará de un piso. Puede que en otras circunstancias, como las imperantes antes de su ruptura con Cristina, Moyano hubiera aconsejado a sus aliados a moderar sus reclamos a cambio del congelamiento de los precios, pero ya ha dicho que, en su opinión, el esquema ideado por el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, no servirá para nada, de suerte que ni él ni los demás sindicalistas querrían comprometerse con el pacto social con el que el gobierno espera contener la marejada inflacionaria que amenaza con arrasar con el pomposamente llamado "modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social" que los kirchneristas dicen haber inventado. Tanto los metalúrgicos como los demás sindicalistas que se han aliado con el gobierno de Cristina saben que este año la tasa de inflación podría superar ampliamente el 30% previsto por los optimistas, motivo por el que les parece más que razonable pedir un aumento que, según las pautas nacionales, sea levemente superior y que por lo tanto podría resultar suficiente como para permitirles defender su poder adquisitivo. Aun cuando líderes sindicales como Caló se hayan acostumbrado a privilegiar su propia relación con Cristina, no están en condiciones de desafiar a los afiliados que, es innecesario decirlo, nunca aceptarían que su eventual militancia kirchnerista tuviera un impacto negativo en sus ingresos; si lo disponen sus jefes, harán número en manifestaciones callejeras y aplaudirán con entusiasmo aparente los discursos presidenciales, pero no estarán dispuestos a hacer nada más. Así las cosas, parece inevitable que en los meses próximos se intensifique la puja salarial y que, por haber entrado el país en una etapa de estanflación en la que muchas empresas no podrán enfrentar un aumento sustancial de los costos laborales, haya cada vez más paros y, desde luego, más despidos que suministren pretextos para formas de lucha más contundentes. Es penosamente evidente que, lejos de ser de acumulación, el "modelo" que Cristina quisiera exportar al resto del mundo se basa en la descapitalización: se han reducido mucho las inversiones y grandes empresas extranjeras, como la brasileña Vale, están retirándose atropelladamente del país por miedo a lo que podría sucederles si optaran por quedarse. La matriz no está diversificándose como pretende el gobierno; para funcionar, depende de la exportación de un solo producto agrario, la soja. En cuanto a la inclusión, sigue mermándose la capacidad del "modelo" para dar trabajo o, al menos, subsidios a virtualmente todos. Asimismo, si bien en un contexto inflacionario los afiliados de los sindicatos más fuertes pueden mantenerse a flote por un rato, lo harán a costillas de quienes no se ven protegidos por organizaciones capaces de defender sus intereses. Por lo tanto, para los millones que trabajan en negro y los que dependen de subsidios, repartidos a través de las redes clientelares, que ya propenden a escasear porque el gobierno se ha visto constreñido a reducir sus gastos, el panorama se ha vuelto decididamente sombrío. Sería lógico, pues, que Cristina perdiera pronto el respaldo de los sectores más carenciados que conforman el grueso de su reserva electoral que, se estima, se aproxima al 30% de los votantes, pero es por lo menos factible que, una vez más, los perjudicados por el populismo rencoroso y sistemáticamente inepto apoyen con más fervor a los responsables de sus desgracias por temor a que cualquier alternativa les resultara todavía peor.

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