viernes, 15 de marzo de 2013
PAPA HUMILDE
EL PAPA QUE VIAJABA EN COLECTIVO
Fue un sacerdote evidente, a los ojos de su prójimo. Jorge Mario Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires renunció al auto y al chofer, designados a sus funciones eclesiales. Utilizaba el subterráneo y el colectivo, como una manera de evangelizar en el transporte público. Vivía en un pequeño y austero apartamiento, independiente de la residencia episcopal. Cocinaba su propia comida, no aceptaba invitaciones ajenas a su condición pastoral.
El hijo de Mario, empleado ferroviario, y de Regina, ama de casa, inmigrantes italianos; porteño y vecino de Flores; técnico químico y profesor de Literatura, admirador de Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal, es un signo de los tiempos.
Más de 1.100 años en que un Papa no se atrevía a variar el nombre de su papado. El nombre de Francisco, sin precedentes, en alusión explícita a San Francisco, el poveretto de Asís, es un prefacio al carácter del futuro gobierno petrino. Un joven que se despoja de su riqueza (Francisco desnuda el cuerpo de los vestidos de su clase y regala las telas de la familia Bernardone a los pobres de su pueblo) y decide vestirse con la riqueza de la pobreza en servicio práctico al Sermón de la Montaña. El acto de renuncia al poder de la riqueza y la plusvalía corruptora, por la opción, sin retorno, hacia los humildes y desposeídos.
Otra analogía posible es el llamado de Jesús a Francesco, mientras contemplaba el crucifijo en la capilla de San Damián: “Francisco, vete y repara mi iglesia que se está cayendo en ruinas”. En rigor, le pedía que reconstruyera la institución medieval, sumida en la venalidad del clero, las alianzas con los imperios políticos y la manipulación del dinero, restaurando su autoridad espiritual, en orden a una pobreza asumida como valor y una existencia solidaria en los principios del Evangelio.
Bergoglio, un jesuita en perspectiva franciscana, puede ser instrumento de la Providencia para transformar a la Iglesia Católica del nuevo milenio a través de su prédica y práctica pastorales, dotándola de una urgencia cristocéntrica en orden a un despojamiento crítico de la estructura eclesiástica, simbolizado por las sandalias peregrinas y misioneras del hijo del carpintero de Galilea que predicó, padeció y consumó su epopeya amorosa en holocausto ofrendado, humildad del corazón y comunidad de semejantes fraternos. En definitiva, un espíritu de diácono, como fue la condición esencial de San Francisco, que, a manera de conducta constante, mantuvo un solo sayal durante su vida.
Su sotana blanca y sencilla; sin capa, estola o pectoral, presidida por una cruz, de forja sencilla, que llevó consigo al cónclave, es otro dato elocuente de su ascetismo sacerdotal. Su gesto de doblar la cabeza y orar con sus hermanos en silencio unánime revela el carácter de fraterna hermandad que aludió en su saludo como un llamado a la construcción cotidiana del Reino de Dios que comienza en la experiencia terrena.
El vicario de Pedro tuvo otro nombre. El Papa Juan Pablo II, durante el consistorio del 21 de Febrero de 2001, lo nombró cardenal con el título de San Roberto Belarmino. Ahora es, para la posteridad, Francisco I, el Papa del Sur y del Nuevo Mundo.
Bosquín Ortega
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