domingo, 5 de julio de 2009

EPITAFIOS


Por Omar López Mato
www.notiar.com.ar
El epitafio es la síntesis de una vida en una lápida, el reflejo de una existencia o las vivencias finales de un ser en pocas palabras. En definitiva, el espíritu de una persona sobre piedra.

Algunos con juegos de palabras plasmaron sus infortunios. Tal el caso del ignoto Mel Mc Pail, que se declaró “víctima de mujeres rápidas y caballos lentos”.

Muchos epitafios recuerdan a los seres queridos con meritos mayores a los que lucieron en vida. “Si queréis los mayores elogios, moríos”, nos recuerda Jardiel Poncela.

Las desavenencias matrimoniales suelen ser una fuente inagotable de recuerdos póstumos, o mejor dicho de recriminaciones eternas. “Aquí yace mi marido, al fin rígido” (evidentemente escrito antes de la época del Viagra).

Muchos epitafios invocan la piedad divina. “Jesús mío, misericordia”, puso Al Capone sobre su tumba. Unos pocos, como el escritor Miguel Unamuno, plantean paradojas teológicas difíciles de dilucidar: “Solo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo”, mientras otros acatan la voluntad celestial con alguna reticencia: “Fallecido por la voluntad divina y la ayuda de un médico imbécil”.

Resulta imposible pasar por un cementerio sin invocar alguna imprecisión de los galenos, en el lugar donde suelen enterrar a sus pacientes y sus errores. “Les dije que estaba enfermo”. Escribió un tal John London.

“Yo les decía que este médico no era de fiar”.
“La operación de próstata fue un éxito. Ya no me levanto para orinar”.

Pero dejando de lado estas humoradas finales –notable forma de dejar una vida-, siempre el epitafio será el fin glorioso de una persona que se fue y dejó su rastro entre nosotros.

Será épico, como el del Rey Leónidas: “Extranjero, ve y dile a Esparta que yacemos acá por ser fieles a sus leyes”.

Será soberbio, como el de Jonathan Swift: “Aquí yace el cuerpo de Jonathan Swift, en un lugar que la ardiente indignación no puede lacerar ya su corazón. Ve viajero, e intenta imitar a un hombre que fue un irreducible defensor de la libertad”.

Será orgulloso como el de Durero: “Todo lo que en él había de mortal está enterrado en esta tumba”.

Será realista, como el de Orson Welles: “No es que yo fuera superior, es que los demás son inferiores”.

Serán sintéticos, como el que Turgot le dedicó a Benjamín Franklin: “Arrebató el rayo a los cielos y el cetro a los reyes”.

O será cínico, como el que dicen que Goethe eligió par su tumba: “Despreocuparos, no fui feliz”.

Unos pocos serán optimistas a ultranza: “Lo mejor está por venir” Frank Sinatra.

Algunos será líricos: “y cuando me vaya, quedaran los pájaros cantando… “. Juan Ramón Jiménez.

Otros dramáticos, como el de Quevedo: “Que mudos pasos traes, muerte fría, pues con callados pies todo igualas”.

Algunos son populistas: “Volveré y seré millones”, está escrito en la tumba de Eva Perón, frase que no fue producto de sus elucubraciones sino que pertenece a uno los líderes indigenistas que fue ejecutado junto a Túpac Amaru, llamado Túpac Katari y les dijo a sus verdugos: “A mi me mataréis, pero mañana volveré y seré millones”.

Y por último, pocos serán tan poéticos como el de Keats: “Mi nombre está escrito en el agua”.

En definitiva, queridos amigos, una tumba es el lugar donde terminan las vanidades de este mundo, sin que podamos saber a ciencia cierta si deberemos sufrir las mismas vanidades en el que nos espera.


omarlopezmato@gmail.com

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