viernes, 3 de julio de 2009

INFLUENZA A


INFLUENZA A”: LA AMBIGÜEDAD FRENTE AL PATERNALISMO ESTATAL
Julio 2nd, 2009

Por Gabriela Pousa

Exclusivo para Perspectivas Politicas.Info

No es novedad que “el homo democraticus” mantiene con el poder y la autoridad -disfrazados de Estado benefactor o paternalista-, una relación bastante ambigüa: lo detesta y critica pero al mismo tiempo lamenta su desaparición, y lo convoca cuando menos se lo espera.
Esta situación, hoy, se la puede comprobar -sin ir más lejos- al analizar el tema de la pandemia de ‘Influenza A’ o ‘gripe porcina’ desde una óptica político-social.
Se verá que hay una absoluta indefinición en muchos ciudadanos que demandan medidas por parte del Gobierno (ya sea decretos de emergencia sanitaria, restricción de visitas a lugares públicos, cierre de sitios nocturnos, etc.) pero, simultáneamente, despotrican si éste les marca prohibiciones específicas. ¿En qué quedamos?
Basta un ejemplo: que los chicos no asistan a clases para evitar el contagio, puede aceptarse de buena gana, pero que se les impida visitar shoppings o salas cinematográficas no es lo mismo. O por el contrario: si se produce un receso escolar, hay quienes sostienen con vehemencia que, ineludiblemente, se prohíban también espectáculos masivos o mantengan sus puertas abiertas espacios donde suelen producirse aglomeraciones y dónde las medidas de profilaxis no pueden garantizars a ciencia cierta.
La contradicción es grande aunque parezca mínima.
Hay aceptación a algunas restricciones y pautas, y negación para con otras sin que exista una lógica concreta para delinear cuáles quedan de un lado y cuáles del otro. Un porcentaje de la población continúa reclamando al poder de turno que se eriga ‘amo y señor’ para así pautarnos las actividades cotidianas sin que medie una explicación, no sólo del por qué sino también del cómo se ha llegado a esta situación.
Qué de 10 mil casos de ‘gripe A’ se haya pasado a 100 mil en menos de 48 horas suena sospechoso por demás. Y en este caso, el silencio no es saludable.
Ahora bien, desde todo punto de vista, esperar que sea el Estado (falazmente representado por los Kirchner y sus funcionarios) quién prohíba la asistencia a espectáculos, eventos deportivos, centros de compras, etc. es negar la propia libertad para decidir y actuar. En todo caso, el Estado lo único que puede y debe hacer es explicar las causas de una epidemia que no se supo frenar.
Al unísono, existe otra porción social que considera que le compete a cada uno de los ciudadanos decidir qué restricciones adoptar ante la enfermedad desatada.
Está claro que para algunos, tomar por sí mismos la decisión parece ser una carga en exceso pesada. La responsabilidad asusta o incluso acarrea un trabajo extra: determinar qué hacer, definir, escoger, y hasta deliberar en el seno de la familia qué es lo óptimo para evitar riesgos de contagio, etc. El Estado, en ese caso, los “libera” supuestamente, de involucrarse en lo que les es, paradójicamente, inherente.
Les resulta más simple o más fácil quizás, que el poder político les diga qué hacer. De ese modo se evitan, por ejemplo, confrontar con los hijos o lo que es más triste aún asumir el rol de padres e imponerse no por capricho sino por sentido común. Hay así una falsa sensación de liberación que, en rigor de verdad, encierra cada vez más en el círculo vicioso y viciado de una paternidad asfixiante en el corto, mediano plazo.
Ese “dejar hacer” ha traído consecuencias nefastas para nuestra Patria. Es ingenuo pretender que esa paternidad estatal se autoregule, y no termine intrometiéndose en todos los asuntos de nuestra vida diaria. O se le frena como parece que fue la decisión soberana en los comicios del pasado domingo, o se le deja actuar asumiendo las consecuencias que ello acarrea: más dependencia, menor libertad.
Estar debatiendo hasta qué punto es correcto mantener abiertos ciertos comercios o lugares de entretenimientos, o si acaso deben cerrarse por orden del gobierno nos pinta, lamentablemente, como una sociedad todavía infantil e inmadura, a pesar del mensaje que arrojaran las urnas. En ese caso, no son sólo las autoridades que habitan Olivos y frecuentan Balcarce 50, quiénes no han entendido…
Todo es en exceso contradictorio. ¿Cómo es posible que, a aquellos que les ha puesto límite para evitar el avasallamiento sobre las libertades individuales, simultáneamente se le esté pidiendo ahora que opten por uno y por todos?
¿Hasta qué punto el Estado debe decirnos qué hacer ante un “imponderable” que, por otra parte, parece ser más una irresponsabilidad gubernamental por carecer de políticas públicas sanitarias, entender que la prevención es fundamental y que requiere, precisamente, erradicar la mala costumbre de malversar datos o manipular la información por conveniencia u oportunismo político.
La situación es bastante absurda: demandar cuidado por parte del poder que ha venido haciendo daño desde hace tantos años es una incoherencia inexplicable, y al mismo tiempo es un síntoma de cuál es la real “pandemia” de nuestra sociedad.
Y es que hay una “enfermedad” anterior a la ‘gripe A’: la condición voluntaria de seguir siendo infantes a perpetuidad, y la comodidad de un “otro” que se haga cargo de las responsabilidades inherentes a nuestra libertad.
Por otra parte, estar debatiendo semejante dislate no hace sino poner de manifiesto hasta qué punto estamos sometidos a la agenda de ese Estado supuestamente paternal, ya que en rigor de verdad es más demoníaco que caritativo.
Tras una derrota electoral inexpugnable, y un autismo que debería hacernos reaccionar sin menguar, en lugar de quedarnos en la algarabía del freno que se ha puesto a la hegemonía matrimonial, nos enredamos en una temática agotada con el peligro de dormirnos en los laureles conseguidos.
Hay una epidemia que se desató por impericia, y en lugar de atender qué medidas tomar y actuar individualmente en consecuencia según los parámetros de los especialistas en la materia, estamos perdiendo lastimosamente el tiempo en hacerle el “favor” al gobierno paralizándonos ante el miedo que ellos han dispuesto, de manera de menguar toda temática electoral que arrojara mensajes por demás interesantes para reflexionar.
Una distracción en este aspecto puede tirar por la borda el efecto pretendido con el voto emitido días atrás.
La gripe está. Es real. Hay una serie de medidas profilácticas que no son complejas ni difíciles de instrumentar. Un sinfin de médicos, infectólogos, versados en el tema, etc. se han expresado a través de todos los medios posibles, alertando y explicando a la sociedad qué es mejor hacer y qué no en este caso.
¿Qué más estamos esperando? ¿Estadísticas de mortalidad? A esta altura deberíamos saber que nos dirán lo que les convenga a ellos para neutralizar la demanda de responsables de esos descesos. Pasó no hace mucho en el Chaco cuando el dengue causó estragos.
Es menester definirnos, y establecer, de una vez por todas, qué pretendemos ser: si marionetas de una autoridad despótica que haga y deshaga a voluntad por nosotros; o si tomar conciencia ciudadana para evitar que, entre pandemias y peleas de conventillo como son las que se viven en el seno de ciertos partidos, quedemos nuevamente a ultranza de los caprichos y vaivenes de quienes han hecho de la Argentina, un feudo.
Más aún, urge en este ‘ahora’ en que el país se halla a los pies de una nueva oportunidad, definirse y tratar de volver a ser, justamente, aquello que nunca debió dejar de serse: un país libre y soberano donde no existan los avasallamientos de los poderes del Estado.
Cómo suele decirse usualmente, una vez más: ¡Qué lo urgente no anule lo importante!
Y que sepamos atender más de un tema a la vez…
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