miércoles, 22 de julio de 2009

LA MESA ESTÁ SERVIDA......


LA MESA ESTÁ SERVIDA... (O el país como una cantina)

Por Gabriela Pousa (*)

Pareciera que después del 28 de junio, no sólo el Poder Ejecutivo o el matrimonio presidencial, sino la dirigencia en su conjunto se dio cuenta que las cosas andaban mal en la Argentina. Cómo si los mismos sorprendidos no hubiesen sido acaso partícipes necesarios en el descalabro que ahora denuncian con ahínco.

Es asombroso como puede pasarse de protagonista a espectador y viceversa sin que nadie haga, al menos, un ‘mea culpa’, o algun medio de comunicación se tomara en serio la situación para no seguir creando confusión en la opinión pública.

Porque, en rigor de verdad, ante esta ensalada de reuniones, fotografías subrealistas, denuncias, rumores, desmentidas, cambios de figurita, etc., etc. ya nadie tiene conciencia plena de quién es quién ni de qué lado está cada cual.

De hecho, todo este circo de actos incesantes que se multiplican con el paso de las horas, es funcional justamente a esa necesidad: qué nadie advierta demasiado que los mismos que hoy protestan, han sido parte de la metodología que el gobierno implementara estos últimos años para manejar la política sin ejecutarla.

En este contexto, surgen los “arrepentidos” como personajes mediáticos en un extraño rol: son, de pronto, los que marcan los errores del kirchnerismo como si nunca hubieran tenido actuación en el mismo.

De ese modo, Alberto Fernández pasa a recorrer los estudios de televisión dando cátedra de cómo debió operarse políticamente, y actuaciones similares tiene una nueva “camada de opositores” tales como Sergio Acevedo, Martín Lousteau, Santiago Montoya, Roberto Lavagna y hasta algunos que aún merodean la Casa Rosada.

Véase sino las últimas apariciones y dichos de Jorge Capitanich, Daniel Scioli o peor aún el mismísimo Daniel Peralta, gobernador de Santa Cruz. Todos estos, hombres que supieron destacarse por su obsecuencia a Néstor Kirchner defendiendo hasta lo indefendible, ahora son las voces críticas que analizan…

No hay duda que la Argentina es un país que ha perdido las estructuras políticas sustentables que den a la democracia un sesgo de realismo inexpugnable, pero más grave aún es darse cuenta de la total ausencia de convicciones, principios y lealtades capaces de garantizar, aunque sea de ahora en más, la construcción de aquellas herramientas necesarias para creer en una salida medianamente razonable a esta anomia que crece inevitablemente.

Cuando, de la noche a la mañana, todos los sectores empiezan a armar sus propios documentos para enumerar las necesidades que los acogen, instrumentar marcos de acción, criticar esto u aquello, etc., el resultado es esperable: habrá en el país un conglomerado de grupos tratando de autoabastecerse pero sin interconexión real, y sin una dirección que garantice una lógica articulación de acciones. Piezas sueltas de un rompecabezas que no cierra.

A ello, inevitablemente, se ha de sumar una desconfianza supina entre unos y otros por esa misma falta de conectividad.

El grado de confusión tiende así a agravarse y quién saca tajada de todo esto no es ni más ni menos que el gran ausente del diálogo político: Néstor Kirchner. El gran ausente pero el gran hacedor de estas agendas parciales o sectoriales que hoy se mueven como si fueran Cartas Magnas conteniendo verdades reveladas.

Paradójicamente, cuando se habla de diálogo y de consensos, lo que se está gestando son contradicciones aún mayores.

¿Qué puede resultar de mesas “secretas” que operan aquí y allá sin que se sepa en demasía que temas se tratan en ellas, y hasta qué punto -los problemas perentorios de la sociedad- son los que pesan?

El único elemento que puede poner fin al vacío institucional y de poder real que hay hoy en la Argentina, es la elaboración conjunta de políticas de Estado, y no el ‘rejunte’ de parches que cada uno imponga o pretenda imponer desde un sector en particular.

Quizás sea tiempo de ordenar las prioridades, y comenzar por resolver lo que está enrareciendo el clima político llevándolo a extremos complejos y desenlaces inciertos.

No se trata de reuniones sueltas entre campo y empresarios, oposición y mesa de enlace, Cristina Kirchner y Mauricio Macri, o gobernadores que llegan con una mezcla de vanidad por un comicio ganado y una necesidad acusciante de efectivo o crédito que vuelven a bajarlos del pedestal. Se requiere unidad de criterio, y está claro que no lo hay en este momento.

Estas convocatorias independientes o inconexas que hace el gobierno por orden del mismo titiritero de siempre, cooperan al aislamiento de los sectores productivos y al divorcio ya existente entre la sociedad y los políticos.

No hace un mes que se ha votado, y quienes lo han hecho descreen ya de aquellos a quienes han avalado con su sufragio. No nos engañemos. Se nos está mareando para que el gobierno pueda seguir perdiendo el tiempo, y buscar mientras tanto, la mejor manera de salir de esta encrucijada donde se han metido solos por soberbia y desconocimiento.

Los consejos académicos que se forman repentinamente, las mesas de diálogo donde nada se dice, las fotografías sonrientes de los funcionarios irrelevantes que posan como si manejaran al menos sus despachos cuando no son siquiera dueño de sus palabras y mucho menos de sus silencios, resultan otra afrenta más al pueblo.

Los medios haciéndose eco de todo ello tampoco parecen aportar demasiada claridad a lo que pasa en realidad.

Hay un eufemismo de consenso que se agota en la formación de comisiones, consultorías, etc., cuyo fin es ampliar el grado de burocracia que ya existe en la Argentina.

Hasta tal punto se desvía el eje del problema que ahora, en boca del ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quién ha generado la crisis actual es tan sólo Guillermo Moreno.

Directo y lapidante acusó a “las política de Moreno”. Pero han sido únicamente las no-políticas de los Kirchner las que llevaron al país a convertirse en una geografía escindida, donde la unidad es una utopía, y el mapa que muestra es un sinfín de mesas aisladas como en una cantina, tratando de negociar de qué manera se salva cada una a sí misma.

No son, en definitiva las estadísticas las que deben cambiar sino lo que ellas representan en realidad cuando no están manoseadas desde arriba.

No importa si la pobreza es medida por Bouduo, Moreno, Pérez o García, tampoco si es de un 10 ó de un 40%. Lo que cuenta o debería contar son los 17 millones de compatriotas que están con sus necesidades básicas instaisfechas, y que no requieren nuevos índices académicos sino políticas de Estado claras, concretas y de largo plazo para no seguir en el círculo vicioso de la indigencia.

Mientras todo se reduzca a las partes y no al todo, mientras nos estanquemos en las formas o en el modo y no en los hechos, en lo cierto, la Argentina seguirá a la deriva sin saber siquiera cuál es su verdadero gobierno.

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