jueves, 23 de julio de 2009

TODOS SOMOS EL INDEC



A veces cuestiones como las del Indec (Instituto Oficial de Estadísticas y Censos de la Argentino) me hacen pensar. Es fácil escuchar al común de la gente indignarse y vituperar al gobierno de turno por la falta de adecuación a la realidad de los números que mensualmente informa dicho ente público.

Posiblemente cualquier persona que haga las compras regularmente podrá advertir que no resultan verosímiles algunas de las estadísticas, principalmente las referidas a la inflación.

Entonces surge la fácil y argentina inclinación a culpar de todo al gobierno, la repetida práctica de "lavarse las manos" ante los problemas que nos aquejan, y en consecuencia la unión al sinnúmero de voces que critican la autoridad de turno, como si fuera una ente impuesto por algun poder desconocido y misterioso y no como una autoridad surgida de nosotros mismos, de nuestra propia voluntad (sea por acción u omisión).

No encuentro justificativo alguno a la decisión de "maquillar" los números oficiales. Sin duda tal acción más allá de "restar credibilidad frente al exterior" (cosa que pareciera ser la única preocupación de muchos compatriotas) es principalmente nociva por el efecto que tiene internamente, porque nos da una imagen incorrecta de ciertos fenómenos económicos y sociales, y por ende, nos resta a nosotros mismos, -los argentinos- capacidad para afrontarlos.

Pero aún sin justificar dicho maquillaje estadístico, tampoco creo correcto o acertado sumarme a la manada que ciegamente critica, se horroriza o se indigna ante tal situación, como si fuera un fenómeno totalmente ajeno a sí.

Los fieles católicos, momentos antes de acceder a la confesión, hacen una muy benéfica práctica llamada "examen de conciencia". Su finalidad consiste no en angustiarse con los errores y culpas, sino reconocerlas con seriedad y confianza en Dios. Creo que ésta práctica brilla por su ausencia en la mayoría de nosotros los argentinos. Y aquí pienso exponer -brevemente- el por qué.

El problema del Indec lejos de ser un problema de un sólo gobierno, excede claramente esa demarcación: es un problema cultural. Y ello puede comprobarse fácilmente: a diario y frente a nuestras narices somos testigos -o partícipes, en el peor de los casos- de situaciones paralelas o similares a la del Indec. Y sus protagonistas no son integrantes o funcionarios del gobierno, sino todos y cada uno de los argentinos. Nosotros mismos.

Los números del índice de inflación se manipulan por la sencilla razón que una considerable cantidad de los bonos de la deuda, se ajustan de acuerdo a dicho parámetro. Es decir, mintiendo "oficialmente" sobre la inflación, el país paga menos intereses de su deuda pública. Claramente, una situación que podemos calificar como una "viveza criolla".

Sin dudas una práctica que debe ser corregida lo antes posible, pero también debe llevarnos a trabajar sobre las causas más profundas que hacen posible su existencia. Y entre las causas más profundas seguramente nos encontraremos con nosotros mismos. Con nuestra propia cultura.

Desde la temprana edad nuestra cultura nos comienza a condicionar con esa perversa práctica de la viveza criolla: en la escuela primaria y secundaria, la trampa es moneda común. Realmente nadie condena con la gravedad que debería la práctica de "machetearse". Es muy común incluso que, socialmente entre los amigos e incluso padres, se premie dicha práctica. Hacer trampa, mentir o efectuar pequeñas violaciones a la ley, se ven de un modo simpático y hasta adorable. Hacer la vista gorda a tales prácticas es convalidarlas, cuando no promoverlas.

También culturalmente vemos con laxitud otros tipos de prácticas mentirosas, como por ejemplo la evasión impositiva. Sin percibir que el efecto global es nefasto, es fácil escuchar como la gente justifica y hasta pondera el hecho de no pagar impuestos. Claro, las justificaciones no tardan en salir de sus bocas: "...el Estado no me da nada, que me pago mi propia seguridad y salud...", se afirman entre otras falacias. Olvidando todo (con sus falencias y defectos) lo que el Estado nos brinda, y también olvidando que cada vez exigimos más y más al Estado, encontramos siempre motivos para afirmar que nunca será suficiente lo que nos da, y con ello para justificar el incumplimiento.

Lo importante aquí, el punto que quiero dejar en claro, es que la gente cuando tiene que hacer su propio "Indec" no tiene mayores reparos: simplemente lo hace, y luego encuentra miles de razones para defenderlo. La actitud es la misma, la lógica es la misma: una mentira, una pequeña violación de la norma, se justifica si me brinda una ventaja, una ganancia o cualquier tipo de beneficio.

Asimismo el fenómeno podemos percibirlo prestando atención al tránsito y la manera en que conducimos, con una continua y sistemática falta de observancia de las normas viales. Pareciera que a nadie le importara el prójimo, y si algo indebido me beneficia individualmente, seguramente estará permitido y es correcto.

También nuestros héroes populares son protagonistas del ejercicio de la viveza criolla: el gol con la mano, un director técnico poniendo laxante en el agua del equipo rival, etc. Nuevamente, la misma mirada, el mismo mecanismo perverso. El fin justifica los medios.

Me gustaría alguna vez, que hagamos todos un examen de conciencia, como ciudadanos, y que seamos capaces de analizar cuestiones como esta del Indec a un nivel más profundo que el de una mera chicana política, y podamos encontrar y trabajar sobre las verdaderas causas de nuestras malas prácticas y malas costumbres, para de una vez por todas, comenzar a cambiar nuestra cultura, y erradicar de una vez y para siempre la mal llamada "viveza criolla".
Patricio E. Gazze

Miembro comision directiva CEIN filial Santa Fe

CYA

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