domingo, 22 de abril de 2012

PEGUELE FUERTE

Y péguele fuerte… a la seguridad jurídica Por Dr. Jorge R. Enríquez Los memoriosos recordarán la conocida frase que inspira el titulo de esta nota. "Y Péguele Fuerte, déle con todo" era el título de un jingle publicitario de los años setenta que, haciendo un juego de palabras con las iniciales de YPF, estaba destinado a la promoción de la compañía petrolera. Los tiempos cambiaron y ahora aquel "Y Péguele Fuerte, déle con todo" mutó sin ruborizarse al "Y Péguele Fuerte, vamos por todo" y como al pasar, le pegamos, también, a la seguridad jurídica. Es que, finalmente, el borrador de proyecto de ley que había circulado la semana pasada era cierto: la Sra. de Kirchner anunció por cadena nacional, en un extenso "Aló Presidenta", la estatización de YPF. La presidente se preocupó por distinguir: según ella, no es una estatización porque la compañía seguirá siendo una sociedad anónima. ¿Piensa lo que dice o quiere tomarnos el pelo? Poco importa la forma societaria si la propiedad de una empresa es total o mayoritariamente del Estado: es una empresa estatal. Claro esta que esto encierra una de las tantas trampas que contiene el proyecto legislativo, porque las empresas estatales propiamente dichas están sujetas a controles del Estado muchísimos más rigurosos que las sociedades anónimas, aún cuando éstas tengan mayoría estatal. Cristina Kirchner y su marido fueron los más entusiastas propulsores de la privatización de YPF durante el gobierno de Menem. Claro, ¿cómo no iban a apoyar esa ley si a cambio se les pagaron las jugosas regalías que desde entonces son los llamados "fondos de Santa Cruz", de misteriosa travesía por paraísos fiscales de diversos lugares del mundo, y de los que jamás rindió cuenta el difunto Eternauta? Después, ya con ellos en el gobierno nacional, los Kirchner impulsaron la "argentinización" de una parte de YPF, es decir, la kirchnerización, porque se le vendieron las acciones a un amigo o socio de Kirchner, Enrique Eskenazy, que no puso un peso para adquirirlas, ya que las fue pagando con las utilidades de la empresa y que, ahora, sugestivamente ha salido indemne de esta expropiación. Su paquete accionario del 25 % esta intacto. Así funciona el capitalismo de amigos. Y ahora llega la ¿última? estocada, con esta estatización improvisada, que ya el gobierno español calificó de hostil, y que por la forma prepotente de ser realizada y por el casi seguro intento de no pagar por ella lo que corresponde, no hará otra cosa que reforzar el aislamiento de la Argentina y ahuyentar aún más a los inversores. El populismo festeja, pero no hay nada que festejar. De lo que se trata es de extraer el petróleo y el gas, distribuirlo y venderlo a precios accesibles, con una oferta abundante y sostenible. Y todo indica que ese objetivo está hoy más lejos que nunca de alcanzarse. Es patético que se hable con tono épico de la "soberanía hidrocarburífera" cuando fue por responsabilidad exclusiva de los Kirchner que el autoabastecimiento petrolero que la Argentina había alcanzado se despilfarró en estos años. Es curioso que en medio de esta euforia chauvinista no se señale que la errática política energética de los señores de El Calafate es la que nos condujo a la crisis que nos agobia en este segmento económico, obligándonos desde 2004 a importar combustibles por 14000 millones de dólares anuales. Ellos privatizan, ellos estatizan, y siempre los villanos son los otros. Cada país decide si sus empresas petroleras son estatales, privadas o mixtas si hay una sola ("de bandera", podríamos decir) o se admiten varias. Pero lo importante no es la propiedad de esas empresas, sino la política energética. Para decirlo en términos de Deng Xiao Pin, el líder que terminó con el maoísmo en la economía china y la abrió a formas capitalistas, no importa si el gato es blanco o negro sino si caza ratones. Y en la Argentina, YPF no caza ratones, es decir, no extrae todo el petróleo ni el gas que necesitamos. Pero no se trata sólo de YPF, que no participa más que en un tercio de la actividad del sector, sino de un problema general, porque a las demás empresas les pasa lo mismo. Entonces, hay que preguntarse por qué perdimos con los Kirchner el autoabastecimiento. La respuesta es que ello ocurrió por pésimas políticas que, sobre, por precios artificialmente bajos no alentaron esas inversiones. Si además hubo vaciamiento, si hubo prácticas corruptas por parte de Repsol, es algo que deberá determinar la justicia, y si lo determina los principales responsables serán los Kirchner. Y aquí se nos plantean algunos interrogantes: Porqué si Repsol y los Eskenazi vaciaron la empresa, se expropia solo el paquete accionario del primero? Porqué si como lo denunció Kicilloff la compañía española se quedó con 9.000 millones de dólares que no le correspondían mientras desaprensivos funcionarios aprobaban sin chistar los balances de la empresa? Porqué tal latrocinio no fue denunciado por la Presidente en su hora? Sucede que en la Argentina la voluntad del gobernante está por sobre el imperio de la ley, a la cual se somete únicamente cuando el oportunismo político se lo aconseja. Así, también, sucedió, en este caso. Huérfano de atribuciones para intervenir intempestivamente la empresa y carente de toda decisión judicial que, ante tal falencia, lo habilitara, el gobierno apeló a sancionar un decreto de necesidad y urgencia, inaplicable jurídicamente en el caso, a la par que enviaba un proyecto de ley de expropiación sin indemnización alguna, en clara violación a la Constitución Nacional. Mientras ello ocurría viabilizaba “de facto" y a los empellones la intervención de la empresa, curiosamente aplicando una norma sancionada durante la última dictadura militar. Hacia adelante se requieren reglas claras, seguridad jurídica, confiabilidad, marcos regulatorios previsibles, posibilidad de realizar actividades lucrativas. En fin, todo lo que es fácil suponer que no habrá, si nos atenemos a las palabras de Kicilloff quien calificó de "concepto horrible" el término "seguridad jurídica", al cual, seguramente, los jóvenes "camporistas" ven como un “prejuicio burgués”. YPF ya es nuestra, para felicidad de un nacionalismo barato que hoy aplaude entusiasmado la medida. Y será, también, nuestro por muchos años el desabastecimiento.

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