jueves, 23 de julio de 2009
EL LITTLE BIG HORN DE KIRCHNER
Por Julio Doello
Como el General George Armnstrong Custer, Kirchner sufrió una derrota fatal e inesperada en las elecciones del 28 de junio, pero al igual que el mítico personaje, sostiene, en medio de la devastación, el estandarte deshilachado del Frente para la Victoria, empecinado en su soberbia, dispuesto a quebrar su sable antes que aceptar una negociación honrosa. Aún sueña con que un tropel de fantasmas haga sonar su clarín y le lleguen refuerzos desde los lúgubres hontanares setentistas, para salvar su loca aventura de guerra. Aún no se da cuenta de que ese círculo de jinetes variopintos que lo rodean dando gritos desaforados desde los ponys que trazan círculos en su derredor, comandados desde lejos por Caballo Loco, que observa silencioso el desarrollo de los acontecimientos desde Lomas de Zamora, se divierten mientras esperan la orden para transformarlo en un ridículo espantapájaros agujereado por cientos de lanzas. Es el destino de aquellos que se consideran el viento de la historia y no meras hojas movidas a su arbitrio.
Su propia mujer, pese a que comparte con él un grado de megalomanía que los llevó hasta aquí, hace un esfuerzo por reformularse pese a que el odio oculto tras el maquillaje suave no alcanza a disimular su pintura de guerra. Tiende la mano del diálogo en el cual nunca creyó para que algunos muerdan el anzuelo. Cuenta con dos o tres amanuenses que sonríen y bailan en medio de la tragedia, como Zorba El Griego, mientras aprietan temblorosamente la mano de la oposición.
Lilita, una megalómana de diferente signo, se niega a participar de la convocatoria casi brutalmente, a su propio estilo. Ella, se siente Juana de Arco y sólo responde a las voces que le hablan al oído, mientras acaricia su crucifijo. Pino Solanas, sólo acepta participar de una ronda en la cual se discuta desde el fondo de la historia y no desde la coyuntura. Quiere discutir desde la conquista de América hasta acá, porque sabe que en erudición lleva ventaja y que existen pocos que puedan refutarlo con fundamentos para llegar al bicentenario con un ramalazo de justiciera luz. Cuenta con su melena blanca y cierto aire de Séneca postmoderno que le allanan el camino. El desconcierto por su inesperado segundo puesto en el corazón de la metrópolis le ha desarrollado sus propios delirios megalómanos y ha hecho que, de pronto, se arrodille frente al altar de los mores maiorum y queme sustancias extrañas cuyos vahos aspira tratando de cargar sus músculos con el latido ancestral de una tierra cuyos pechos moribundos apenas sí pueden amamantar ilusiones.
Haciendo guerra de zapa, manejando las tácticas predilectas de San Martín, que era hacer creer que haría una cosa y terminaba haciendo otra, lo tenemos a Cobos. Algunos hasta le han pintado las patillas del Padre de la Patria en algunos afiches de ocasión y él ha concentrado su poder en la mítica Provincia de Mendoza, con la descomunal presencia de los Andes a sus espaldas, y habla “poco y lo preciso” tal cual indicó en sus máximas el Libertador a su hija Merceditas. Otro poquito de megalomanía por allá por favor…
Desde Santa Fé, Reutemann, el enigmático “peludo” cibernético, nuestro Nod32 antivirus contra la corrupción y el desatino, resguarda los archivos de nuestra patria agrícola-ganadera, asfalta con desgano la autopista que lo hará circular sin tropiezos hasta su candidatura presidencial por el justicialismo y se reserva para sí el papel de voz profunda de la pampa gringa, laboriosa y neutra. También sueña con el néctar del Olimpo humedeciéndole la banda presidencial cuando por fin suba al podio. Una pizca de megalomanía por aquí, para endulzar el café de la espera, por favor.
Mauricio rompe rabiosamente todos los afiches de Queen que acumuló para decorar el despacho presidencial que soñaba ocupar y no se conforma con que su amigo de travesuras, Francisco de Narvaéz, un tipo de pelo colorado y sonrisa amplia que descubrió que diciendo nada se puede obtener todo si uno cuenta con Tinelli, llegue a Gobernador de la Provincia de Buenos Aires sin que nadie le vuelque un tronco al paso.
Más abajo, aquí, donde nos pisa la vida, los ciudadanos, ajenos a las pequeñas elucubraciones megalómanas de los que tienen oportunidad de conducir el país, esperamos que alguien realmente común, como por ejemplo una gordita de horrible look como Bachelet, quien ha tenido la grandeza de olvidar el asesinato de su propio padre en pos del bien de Chile, o un obrero gordito y barbado llamado Lula que parece reírse de si mismo y de sus ideas juveniles, y cultiva la admiración de Obama, mientras su país se agiganta, o un Tabaré sumergido tan profundamente en la causa del “paisito” que sabe dar paso, con hidalguía y sin mezquindades, a un Tupamaro que ha sabido cultivar el hábito cristiano del arrepentimiento, nos devuelvan la oportunidad de padecer, al menos con esperanzas, un país de enormes posibilidades que ya no necesita de héroes megalómanos que nos embanderen tras sus cruzadas personales o sus resentimientos.
Sólo aspiramos a ser gobernados por políticos comunes, sin instinto de rapiña, concientes de la transitoriedad de su rol, que antepongan nuestros sueños colectivos de transformarnos en una nación seria y respetada donde se pueda trabajar y prosperar en paz, en concierto con un mundo inédito y complejo, antes que sus locas quimeras ideológicas, y, sobre todo…, y sobre todo que abandonen el vicio nocivo de jugar a ser pequeños Napoleones de lata, ansiosos por llenar plazas que coreen su nombre.
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