jueves, 23 de febrero de 2012
LA SOCIEDAD EN SUSPENSO
Laura Etcharren
La mundialización de la violencia, en tiempos pos modernos, implica el abatimiento de un sistema de creencias basado en un estado ideal de pertenencia e interacción, en el cual, las relaciones humanas y el funcionamiento dialéctico de la familia con la escuela implicaba un clima de satisfacción y una mirada optimista, sobre todo, para las generaciones venideras.
Sin embargo, la metamorfosis de la estructura político/cultural de los últimos años, afecto aquella construcción subjetiva que hoy se ve despojada de las normas de seguridad, que en algún tiempo, la convirtieron en un colectivo racional. Seguro. Casi despojado de los miedos que hoy, devinieron en un terror que espera la llegada de lo peor.
La anomia se ensambla con la crisis y da como resultado una Patología: La radicalización del individualismo que va contra la sociedad y el individuo mismo.
Un individuo hundido en un narcisismo excesivo que lo lleva al ostracismo por el otro y así, en el voluntario aislamiento, como medida de auto preservación, se aleja de la posibilidad de una salida que vaya más allá de esos imaginarios interesados por las utopías y no por la realización de hechos que reviertan esa patología que logró acomodarse.
Patología que se construyó a partir de una profunda y paulatina transformación de valores. Una sociedad moral en crisis y fundamentalmente, una sociedad en suspenso que conlleva, tal como publicó Saul Bellow, un “Hombre en Suspenso” en absoluta concordancia con la declinación de la autoridad social.
Una situación que fue, bajo los parámetros de la instalación de la barbarie como forma de vida, desenlazándose vorazmente. Arrastrando a ese individualismo edificado. El cual también se manifiesta dentro del mismo grupo, organización, banda o pandilla que solo se constituye como mecanismo de muestra de poder exterior pero que presenta, en su interior, la gravedad de una dificultad de sentidos que lleva al combate interno.
Es decir, hay un fetichismo de Unidad dentro de la Pandilla. Un simulacro que solo sirve -que no es poco- para la organización del terrorismo que se expande territorialmente sembrando, en los países más abúlicos en materia de seguridad, células de bandas que llegan de Centroamérica y El Líbano a toda Latinoamérica.
Arriban, cómodamente, al Norte de nuestro país (Argentina) para luego buscar, en las profundidades de los Cordones del Conurbano Bonaerense, un lugar de reclutamiento local. Abrir espacios de entrenamiento paramilitar y de inteligencia para someter a niños vulnerados por el sistema pero proclives al delito como forma de vida.
Los descartables
Si son niños asesinos, para el mundo Narco Maras, mejor.
Forman parte de los Descartados por la familia y posteriormente, descartados por la Mafia que les hizo creer, con la promesa del poder, que eran importantes. Que conformarían un colectivo humano bajo el rótulo de Maras. De Carteles de la Droga. Cuando ellos ya están conformados y solo necesitan de nuevos anzuelos para matar y morir.
Una constante de mentiras y traiciones para dar paso a la dialéctica del Ser Humano descartable. Al que se le venden ilusiones de Gloria.
Sociedad enferma
La constatación de una sociedad enferma de arriba hacia abajo. Esa sociedad que necesita, como relata el autor de “La Société du maiaise” -Alain Ehrenberg- una conjunción sociológica y psicológica. Un complemento de ambas para comprender el carácter social actual y evitar la profundización del caos que empuja insaciable.
Flotando en la inseguridad
“Dios te da la vida y yo te la quito”. Es la estampa de un arma que tiene un menor.
El problema de la inseguridad es uno de los puntos más sensibles a nivel sociedad y gobiernos. Los primeros por padecimiento, los segundos por negación.
No importaron ni importan los alertas de los especialistas. Los hechos se van diluyendo y una catástrofe tapa la otra apilándose en una estructura de negación sostenida por la sensación colectiva de un problema que en realidad no es tal y sobre el cual se exagera.
Así es como el discurso penetra en la delincuencia local y también en la importada. Esta última que siente, desde el extranjero, que Argentina puede ser el país que buscan para salvaguardarse de las leyes Anti Maras.
De la inconstitucionalidad de su existencia en El Salvador y de esa lucha, más maquillada que certera, contra el Narcotráfico.
Todo es una ilusión. Una puesta en escena que nos arrastra al final infeliz. A la catástrofe que ahonda, claro está, el uso de la mitomanía como proyecto de país que ya muestra su decadencia en la gesta de seguidillas de crímenes irresueltos. Con una justicia casi dantesca que se revela en el ocio de un diseño que no puede sufrir, ni siquiera, el quiebre de la punta de un lápiz porque el desarme de su plano, solo está hilvanado.
Latente, casi flotando, la sociedad. En suspenso. Y enferma.
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