jueves, 23 de febrero de 2012
POPULISMO
En pocas palabras: “nacionalismo populista” o sentido común
Por Carlos Berro Madero
“Ya no es tiempo de pensar en lo que no tienes, sino en lo que puedes hacer con lo que tienes”
-Ernest Hemingway
El antiguo debate sobre nacionalismo, Estado y soberanía trata de ser impuesto una vez más de manera rudimentaria por un gobierno vacilante y extremista.
Larguísimas “parrafadas” que versan sobre las ventajas o inconveniencias de prohibir o aceptar los intercambios comerciales y/o políticos con el resto del mundo, y cuán lejos o cerca estamos de la plenitud “nacional” si observamos una u otra conducta al respecto, inundan en estos días la prensa oral y escrita “oficialista” fogoneada por el kirchnerismo “puro”.
“Los queridos IDEALISTAS que se entusiasman con lo bueno, lo verdadero, lo bello, hacen nadar mezcladas en su estanque todas las diversas especies de multicolores, burdas y bonachonas idealidades, olvidando que la felicidad y la virtud no son argumentos”, dice Nietzsche al respecto de cuestiones de esta índole.
Y continúa: “Parecería que un nuevo género de filósofos (¿) está apareciendo en el horizonte, que podrían ser llamados con razón –o acaso también sin ella-, TENTADORES. Este nombre es, en última instancia, sólo una tentativa y, si se quiere, UNA TENTACIÓN”.
Se hace necesario pues denotar las falacias y los errores inducidos para justificar la mayor parte de ciertas “culturas” desacertadas y tendenciosas, para mantener en equilibrio un razonamiento asistido por el sentido común.
Hay ideas propiciadas por algunos gobiernos –en aras de “principios” de dudosa legitimidad-, que lejos de procurar el bienestar de la gente (como arguyen sus patrocinadores), causan malestar y sufrimiento, y finalmente, conflictos y esclavitud.
Los regímenes populistas que alientan cierres de fronteras y la imposibilidad de sostener reglas aceptadas POR TODOS en un régimen de libertad para comerciar con los actores económicos y políticos dentro y fuera del país, no llevan sino a una dictadura que termina por “sepultar” arbitrariamente la misma en aras de mantener una supuesta “dignidad”.
El sentido común indica por el contrario, que es inútil abrazarse a posturas fundamentalistas alejadas de una realidad que señalaron entre otros Wiltney y Max Weber, advirtiendo que el hombre, en su análisis deductivo, tiene siempre dentro de sí mismo deseos de alcanzar fines específicos o metas, sin interesarse demasiado en un imaginario “contemplativo”.
La soberanía, por otra parte, debiera ser entendida siempre como un camino hacia la defensa “inteligente” del territorio nacional, el bienestar general, el medio ambiente y el correcto funcionamiento de las instituciones de una república a esos fines.
Y también –por qué no-, como un control sobre la nebulosa y oscura pretensión que abrigan algunos sinvergüenzas para sacar partido de las “oportunidades” que brindan ciertos controles arbitrarios.
Todo esto se evita mediante la necesaria y adecuada armonización del conflicto de “intereses” alrededor de los cuales se mueve el hombre dentro de la sociedad (por su misma naturaleza), adoptando políticas públicas equilibradas y oyendo a tal fin a los eventuales afectados por la adopción de cualquier medida inconsulta.
Son los mecanismos de que se valen en general todas las naciones desarrolladas, que desconfían de quienes crean al Estado “elefante”, para satisfacer sus ambiciones personales.
Sería bueno también recordar el funesto credo del fascismo populista mussoliniano que sostenía: “todo por el Estado; nada fuera del estado; nada contra el Estado”, y cómo terminó Italia como consecuencia de ello.
“Un pueblo es capaz de Estado” dice Ortega y Gasset, “en la medida que sepa imaginar. De aquí que todos los pueblos hayan tenido un límite de su evolución estatal; el límite impuesto precisamente por la NATURALEZA a su fantasía”.
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