miércoles, 29 de febrero de 2012
SIN FRENO
KIRCHNERISMO SIN FRENO
De repente la gran tragedia.
Mil veces anticipada por denuncias y videos y auditorías que nadie lee y por la vivencia de todos los días, que mostraba trenes que seguían de largo, puertas que no cerraban, barreras dudosas, vías que se movían y temblaban como con miedo delante del tren que venía, gente colgando de cualquier lado tratando de llegar a su lugar, en esos vagones rigurosamente destruidos.
El estado cómplice y los concesionarios cada día más ricos, ajenos a todo, mientras que “el río del pobrerío apurado” —diría Castellani refiriéndose a la muchedumbre del subte— y ese otro gentío innumerable del ferrocarril, va a la muerte en lugar de su trabajo, porque hay quien decidió ahorrar en frenos y compresores y vaya uno a saber en cuantas cosas más.
Lo cierto es que la plata corre, sí, pero hacia otro destino. No sólo la de los trenes, la de los subsidios, la del ANSeS, la de los impuestos, la de la obra pública, etc., etc.; todas se entreveran y terminan en coimas y negociados incalculables, que aseguran la riqueza de los funcionarios, de los empresarios, de los opositores y de los jueces y finalmente una alegre y solidaria impunidad para todos ellos.
La actriz que hace los anuncios de Estado, la que nos vendió aquello del tren bala, que inauguró y re-inauguró talleres ferroviarios, que habló de nuevos ferrocarriles y espléndidos coches chinos y de los otros, algunas veces, sólo algunas veces desaparece y calla…
Mientras los militares que combatieron al marxismo estén presos y en las condiciones menos dignas, mientras cada día se les invente un nueva causa, mientras se les nieguen los derechos más elementales, nos quedamos tranquilos, la cosa (el negocio) de los derechos humanos va bien…
Un bufón K, el mismo que desentona lo atamo con alambre, tal vez pueda hacer una nueva murga impiadosa, sobre cómo funcionan —y se estrellan— y retuercen los hierros de los trenes del modelo, esos que circulan atados con alambre.
Dice por allí de Quincey, que los terremotos aunque dejen daños enormes, sólo duran un momento. En cambio lo nuestro, por la duración de la destrucción, por el miedo, por la falta de reacción, por cierto acostumbramiento al horror, bien podríamos compararlo, como hace el inglés, con la peste.
Una peste hecha, en este caso, de violencia salvaje e inaceptables y numerosas muertes cotidianas, de droga para todos, de destrucción del orden natural, de mentiras y relatos, de planes votar, de odio, de ilimitada corrupción, de enriquecimientos impúdicos, de modélica y uniforme imbecilidad.
El tren K viene a toda máquina, aunque a bordo nadie sabe cómo parar, ni quiere saber, ni le importa detener esta vorágine hacia el espanto. No hay duda que en pocos momentos de la historia argentina se dio un acontecimiento tan espantoso, destructor y prolongado. Aunque para los terroristas orgullosos de su pasado, ¿qué valor tiene la vida de los otros?
Mientras tanto el perro y la actriz y el infamante coro K hablan de profundizar y acelerar… Ya no tiene sentido, es temeridad de aquéllas hacer como si nada pasara y seguir leyendo el diario, porque hay un muro al frente, está cerca y todos vamos en los vagones del aberrante, del mortal tren K que, ya lo sabemos, no se detiene.
Miguel De Lorenzo
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