domingo, 8 de abril de 2012
CÍNICOS
EL REGRESO DE LOS CÍNICOS
Por Gabriela Pousa
Inútil es pretender un análisis netamente político cuando lo que está en juego pasa por un vértice distinto. Creer que la situación del Vicepresidente, más la ausencia del Estado en las zonas perjudicadas por temporales, amén de los atropellos del Secretario de Comercio, o las vacaciones arbitrarias de la mandataria, deviene de una crisis política es poner el carro delante del caballo. En todo caso, tales conductas llevarán luego a una crisis de ese tipo, pero su origen radica en un mal peor que abarca al grueso de los dirigentes y somete al pueblo totalmente.
Las evidencias son claras. Hay pruebas fácticas y elípticas, no hay juez capaz de absolverlos, porque a la vista saltan las manos ensangrentadas. Los valores, principios, la ética y la moral yacen a la vera del camino. Inertes, muertos, pisoteados y masacrados por el divismo.
A partir de esa premisa, todo cuanto acontece esta signado por el delito en sus múltiples variantes. No hace falta andar armado, asesinando gente por la calle para tener comportamientos delictivos. Cambian las formas, recrudece o disminuye la violencia según quién y cómo se protagonice la escena, pero en el fondo, no hay más que quebranto del sistema.
No será mi métier hoy, adentrarme en el monólogo al que nos sometió impúdicamente el vicepresidente. Ya se ha marcado la desesperación de un hombre cercado, la falta de credibilidad, los daños colaterales, etc. Es necesario dar un giro de tuerca, y analizar qué es lo que sustenta esta cultura del patoterismo a la cual el kirchnerismo nos ha sometido y acostumbrado.
La concepción política del oficialismo se enmarca de manera asombrosa en una vertiente filosófica que fue mutando con los años: el cinismo vulgar. No hay forma de negar la existencia de una camada de dirigentes que hallan su correlato en los filósofos cínicos, que derivaron de aquellos surgidos al amparo de Sócrates en el siglo IV antes de Cristo. Es más, hay un renacer en la Argentina de la filosofía cínica en su faz más ladina.
Un cinismo vulgar donde la altanería, la hipocresía y el engaño son los motores de lo real. Como tales, potencian y dan forma a la política. La esencia de esta retórica engañosa estriba en subordinar la acción a la eficacia, al éxito del objetivo personal, sin dar lugar a ninguna otra consideración. Esa especie de pragmatismo funciona como una garantía seudo-filosófica : lo verdadero se confunde con lo eficaz, con lo que surte efecto. Esta lógica se concentra en la fórmula según la cual el fin justifica los medios.
Cómo anécdota cabe recordar a Diógenes, uno de los cínicos originales a quién se llamara « monedero falso » por dedicarse a hacer tabla rasa de la moneda de curso legal; un método de acabar con todo valor para reemplazarlo por otro de dudosa moralidad. «La falsificación o impresión de la moneda implica poner en marcha una empresa destinada a producir nuevos valores, nuevos imperativos » sostenía Juliano, el Apóstata. A veces las casualidades no son tales aunque Ciccone no existía por ese entonces.
Pero más allá de la leyenda, si recordamos las palabras de Amado Boudou se verá su afán de resguardarse de los hechos imputados, involucrando a otros, y mandando una advertencia: «si yo caigo, a ustedes también los arrastro»
No hay intermediación ética entre el resultado y el método. El cínico vulgar se manifiesta ante todo en virtud del sacrificio en favor del objetivo perseguido. «Pongo la cara, pero ustedes no se salvan ». El cínico esconde, enmascara y falsea. Escondió su presunta amistad con Alejandro Vandenbroele, enmascaró situaciones comprometidas, y falseo el contexto de los hechos. En la hipótesis de máxima anunció lo que hará, pero reservó información para sí o para unos pocos de su confianza. El discurso fue ficticio, hipócrita, la teoría demagógica, y la práctica, insolente. Tales no son sino las características intrínsecas del antiguo cinismo estudiado por un sinfín de eruditos.
La sofisticación actúa como un arma temible pues se apoya en la parálisis de los interlocutores. A los que estaban presentes se les negó el derecho a preguntar. Y hablamos de «derecho» por cuanto la convocatoria se hizo en el marco de una «conferencia de prensa» que implica el intercambio de preguntas y respuestas. Y por otra parte, los ausentes mencionados no tenían modo de defenderse. Tampoco es un dato menor que se haya presentado ante cámaras un feriado, víspera de fin de semana largo.
LA MORAL CINICA
El cinismo político enuncia sus subterfugios bajo el argumento de la necesidad histórica o del cuidado institucional. Pero tal necesidad y tal cuidado son falsos, sólo impera la obsesión por tener acceso al poder y mantener las cosas como están. ¿Qué hizo Boudou? Apeló a la necesidad de resguardar la institucionalidad aún cuando ésta no es hoy la panacea universal. La escatología política es cuasi religiosa, apunta a la realización de un Edén (que en este caso adoptaría la forma del modelo nacional y popular legado por « EL »).
El juego consiste entonces, en desmerecer la vulgaridad del presente en nombre de un hipotético futuro. « Todo lo que se está diciendo carece de trascendencia cuando lo que está en juego es un destino de grandeza al cuál nos quiere llevar la Presidenta » Apeló, como los cínicos, a exaltar la moralidad del mañana para disimular la inmoralidad de hoy.
David Hume sostenía que «hay un sistema de moral particular para los gobernantes mucho más libre que el sistema que debe gobernar a las personas privadas» A esto parecen aferrarse muchos de nuestros dirigentes actuales.
“A mí me pueden ensuciar pero no me van a dejar solo en medio del lodo”, es la síntesis cínica del ex titular de Economía. Michel Onfray sostiene que los cínicos son atemporales. La mejor manera de perdurar para ellos es no aceptar su edad. Se comportarán siempre como jóvenes púberes y adoptarán sus códigos, su música, sus vicios. Los cínicos se preocupan por las cosas cercanas, y desacreditan todo aquello que involucra un espíritu de seriedad. Ríen incluso ante situaciones límites.
Si esta no es una descripción cabal del Vicepresidente, se le parece bastante. ¿De qué se reía el otro día mientras hablaba de esbirros, mafias y estafas?
También Montaigne hizo referencia a la necesidad que tienen de mostrarse joviales, y señalar a los demás como carcamanes frustrados que bregan por la permanencia de lo peor del pasado. Allí entraría a jugar el CEO del multimedios. ¿Cuál sería el pecado de Héctor Magnetto en este caso? Ser un empresario que, más allá de su historial -el cual no cabe aquí analizar-, tiene años en el mercado de los medios. Algo similar ocurre con el titular de la Bolsa de Comercio.
A los años se los hace pesar como lajas frente al desparpajo de la jovialidad cínica. Imploran la renovación de la dirigencia como si la juventud fuera garantía de lo eficaz. De algún modo, Boudou trató de demostrar que su irrupción en la política generó malestar en los viejos dirigentes, salpicados de corrupción estructural. Una falacia que, en medio del reclamo mancomunado de una renovación política, adquiriría cierta legitimidad.
El monólogo del Vicepresidente no fue improvisado. Cada palabra tenia un orden determinado para lograr el fin buscado. ¿Hasta qué punto surgió efecto? Hasta el punto en que la Presidente ordenó respaldarlo. En fila salieron funcionarios, ministros y secretarios a defender la probidad del hombre electo para secundar a la jefe de Estado. ¿Hasta cuándo?
La disyuntiva de Cristina no es fácil si se tiene en cuenta su naturaleza: dar el brazo a torcer no es común en ella, reconocer su error y entregar al hombre que eligió a su enemigo, implica un acto de arrojo que no figura en su protocolo. El cínico no admite debilidades de ese tenor. Es un ser insolente para quién el cinismo es un antídoto contra la verdad que le es hostil.
Los cínicos estaban determinados a hacer lo que está prohibido, o nada estaba prohibido. Trastocaban los valores, las costumbres y tradiciones a punto tal que se recuerda la fiesta del asno, conmemoración en la cual este animal era disfrazado de sacerdote y entrado al altar. Esta visto, que a ese punto aún no se ha llegado, ¿pero quién faltaría a la verdad si asegurara haber visto un burro entrando a presidir un tribunal?
Quizás todo se trate de recusar a un juez para que otro tome su lugar. Boudou parte de la base de la existencia de una critica social hacia el Poder Judicial. Pretende un cambio siempre y cuando éste le sea favorable. Por ejemplo, en trance de sorteos sin moral, que termine siendo el Juez conocido ya como el “señor de los anillos” quién firme la absolución, o al menos el acta que de “legitimidad” al regreso de los cínicos al gobierno nacional.
GABRIELA POUSA
http://www.perspectivaspoliticas.info
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