domingo, 12 de febrero de 2012

CARNAVAL


CARNAVAL, SI; LEY DE SUFRAGIO, NO
Por Malú Kikuchi (12/2/12)

“La vida es un carnaval”, cantaba Celia Cruz, y eso que no era argentina. De acuerdo al DRAE*, carnaval viene del italiano “carnelevare”, carne, de carne y levare, de quitar. Y la 1° acepción es: “3 días que preceden a la Cuaresma”, fechas en que los cristianos no debían comer carne. ¡Y eso que no se sabía de la futura existencia de Guillermo Moreno, un consagrado especialista en hacer desaparecer la carne!
Otra acepción del DRAE para carnaval, es: “se dice del conjunto de informalidades y fingimientos que se reprochan en una reunión o en el trato de una empresa”. Se refiere a “reunión y empresa”, no dice nada sobre nación, pero nunca se sabe. Por la razón que fuere, el lunes 20 y el martes 21 de febrero, serán feriados nacionales, determinados por la presidente.
¡Y viva el carnaval! Es bueno para el turismo. Siempre y cuando el turista no sea un arriesgado fotógrafo francés, que tuvo la osadía de pretender sacar fotos en la Plaza San Martín, a las 8 y media de la mañana, de un día laborable. Francia, perdón. En Salta el año pasada las 2 turistas y ahora esto. Francia, perdón una vez más.
Mientras Argentina se prepara para festejar el carnaval con alegría, cuestión de olvidar por unas horas que la sintonía fina del gobierno es un asalto al bolsillo, el centenario de la ley 8871, la ley del sufragio universal, la ley Sáenz Peña, la ley que encaminó al país hacia una democracia plena, plural y justa (para la época); la ley que permitió que la actual presidente lo fuera, ha sido olvidada, peor aún, ignorada por los que fabrican feriados. El voto popular tiene menos importancia que el carnaval. Es toda una definición. Una triste, pero real definición de la Argentina de hoy.
El 10 de febrero de 1912 (16 meses después de asumir) el proyecto de ley enviado al congreso por el presidente Roque Sáenz Peña, con la inestimable colaboración de su ministro del interior, Indalecio Gómez, fue aprobado. Al presentar el proyecto, Roque Sáenz Peña se dirigió a los miembros del poder legislativo con estas palabras: “He dicho a mi país todo mi pensamiento, mis convicciones y esperanzas. Quiera mi país escuchar la palabra y el consejo de su primer mandatario. ¡Quiera el pueblo votar!”
Y el pueblo, quiso. Lo hizo por 1° vez en la provincia de Santa Fe el 8 de marzo de 1912, se presentaron los candidatos radicales (hasta entonces se abstenían, ya que los comicios eran abiertamente fraudulentos). Ganó la dupla Manuel Menchaca/Roberto Caballero, UCR. Le siguió Entre Ríos en 1914 y finalmente, las presidenciales a nivel nacional, el 2/4/1916, elección que ganaron cómodamente, Hipólito Yrigoyen y Pelagio Luna. Se cumplió el mandato, y en 1922 fue electo presidente Marcelo T. de Alvear con Elpidio González como vice, hasta 1928. Otra vez Yrigoyen con Enrique Martínez como vice, y el 6/9/1930, el 1° golpe militar que terminó con 14 años de institucionalidad democrática.
A partir del 30, Argentina se bambolea entre gobiernos electos y golpes de estado. De estos 100 años de la ley Sáenz Peña, 22 fueron de facto. Recién desde 1983, con sus más y sus menos, con muchos errores y sin demasiados aciertos, Argentina vive una democracia donde el voto es realmente universal (se le sumaron las mujeres con la ley 13.910 del 8/9/1948, impulsada por Eva Perón). La democracia en su real sentido, es el pueblo eligiendo a sus gobernantes por un tiempo predeterminado. A su vez, república, implica división de poderes y un irrestricto respeto por las libertades individuales. Es cierto, Argentina vive en democracia desde 1983, pero para ser una república, le falta mucho.
Volviendo a Roque Sáenz Peña y a la ley que lleva su nombre y que cambió la historia del país. Después de la Constitución Nacional, los próceres que fundaron la nación Argentina, los que le dieron base y sustento, organizaron el estado, ampliaron y consolidaron sus fronteras, todos ellos, formaban parte de una élite con profundas raíces en esta tierra de la que eran parte. Eran hombres esclarecidos, educados, con visión de futuro y decididos a construir una patria grande, rica y generosa.
Lo consiguieron. Pero, los presidentes y sus vices, formaban parte de un pequeño círculo áulico, se elegían entre parientes, amigos y ex compañeros de colegio. Todos ellos aptos, lúcidos y preparados para los puestos que iban a ocupar. Funcionó bien. Tan bien funcionó que Argentina pasó a ser la meca de infinidad de inmigrantes europeos, corridos por el hambre y la falta de oportunidades. Entonces la sociedad, cambió. Los recién llegados trabajaron, se esforzaron y exigieron el derecho a elegir a sus representantes. Chocaron con los dueños del país.
La UCR de Yrigoyen boicoteó las elecciones amañadas y se levantó en armas varias veces, exigiendo una ley electoral justa. El partido socialista (1896) de Juan B. Justo, participaba de las elecciones, (lo que le permitió obtener la 1° banca socialista de América en 1904 con Alfredo Palacios), pero también exigía una ley electoral diferente. La presión social crecía tanto como el país. Mucho. Y rápido.
Finalmente, Roque Sáenz Peña con Victorino de la Plaza como vice, asume la presidencia el 12/10/1910. Previamente había sostenido una conversación con Figueroa Alcorta, presidente saliente y otra con Hipólito Yrigoyen, virtual jefe de la oposición. Sáenz Peña le promete a Yrigoyen enviar al congreso un proyecto de ley electoral amplia y a cambio exige que la UCR se presente a elecciones y no se levante más en armas. Ambos cumplen. La palabra comprometida era sagrada. Otros tiempos, otros hombres.
Sáenz Peña formaba parte de la más rancia élite porteña, su padre había sido presidente (Luis, 1892/1895, renunció), y él había llegado a la presidencia con los acuerdos de cúpula que se acostumbraban. Aún así, fue capaz de interpretar lo que el pueblo quería y necesitaba. Para los conservadores fue una traición a su clase. Para el país fue la esperanza de integración política.
La ley 8871, del 10/2/1912, la ley del sufragio universal, secreto y obligatorio, para todos los varones argentinos mayores de 18 años, con el padrón elaborado a partir del enrolamiento al servicio militar (obligatorio, ley de Pablo Richieri, 2° presidencia de Roca), permitía elecciones limpias y plurales. Que los distintos avatares que sufrió el país a lo largo de estos 100 años no hayan permitido que Argentina ejerciera y sostuviera en el tiempo su poder de decisión en cuanto a sus mandatarios y representantes, es una falla de la sociedad, no de la ley.
Lo que quizás le faltó a la ley, fue un anexo que estableciera que ilustrar al soberano, era una obligación previa a cualquiera otra ley; cuestión que el pueblo, cada día más y mejor educado, tuviese las armas necesarias para elegir en libertad, sin presiones de propagandas populistas y promesas incumplibles. Sáenz Peña dijo, “¡quiera el pueblo votar!, debió añadir, “¡sepa el pueblo votar!”
Un pueblo educado, piensa su voto. Un pueblo educado, elige mirando el futuro. Martínez Estrada decía que, “si el caballo piensa, se acabó la equitación”. A pesar de la ley Sáenz Peña, la equitación en Argentina se practica con éxito.
Cien años de ley de sufragio universal no ameritaron de parte del gobierno ni siquiera una simple mención. Mientras que al carnaval le consagra dos días feriados, ¡dos!, cuestión de aturdirnos con máscaras, disfraces, serpentina y papel picado. ¡Pobre Argentina!
*DRAE, Diccionario de la Real Academia Española

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