domingo, 1 de julio de 2012

INCLINADA

CFK no se detiene Inclinarse, jamás La Presidenta sigue su marcha contra Moyano y Scioli. Debilidades de una estrategia peligrosa. pr Nelson Castro La anécdota ocurrió hace unos días en un programa periodístico. Antes de la salida al aire conversaban dos hombres relevantes de este momento: uno tuvo un papel determinante en la génesis K, el otro, un senador oficialista que está a cargo de los aspectos clave de la administración de su castigada provincia patagónica. Hablaba entonces el legislador de sus preocupaciones: “La situación es delicadísima. La economía no está bien. La Presidenta vive encerrada en su mundo y no escucha. Todo es improvisación”. Minutos después de esta descripción, el senador fue al aire y dijo que no era verdad que el modelo estuviera en crisis, que la Presidenta tiene un perfecto dominio de la situación y que nada es improvisado. Azorado, el hombre que supo ser ladero inseparable de Néstor Kirchner no pudo callar su desconcierto y le preguntó: ¿a cuál de tus dos versiones debo creer? “A la primera”, respondió el legislador. Esa es la radiografía de lo que sucede hoy. Ministros y secretarios de Estado con tradición peronista, que no tienen chance de hablar con la Presidenta, se desahogan y cuentan sus penas con sus compañeros de militancia que supieron estar en el Gobierno. El “Aló Presidenta” del martes dejó a muchos muy preocupados. Allí se la vio a Cristina desencajada y dejando al desnudo no sólo su falta de contacto con muchos aspectos de la realidad sino también las falencias del “modelo”. Para ella, quien gana un salario de $8.000 mensuales es alguien rico que debe dejar de lado su egoísmo y pagar el impuesto a las ganancias. Sonó grotesco. En ese extenso monólogo con aires de “stand-up”, en el que habló de todo un poco con un abusivo uso del yo, quedó expuesta, entre otras cosas, su concepción monárquica: “He dispuesto que la Gendarmería Nacional no actúe más en los conflictos provinciales”. La Presidenta, que es abogada, debería recordar que las fuerzas de seguridad no son estructuras puestas al servicio de su antojo sino que son auxiliares de la justicia. Lo mismo representó su decisión de dejar sin custodia policial la movilización a Plaza de Mayo del miércoles, transformando el lugar y sus adyacencias en una zona liberada. Esta actitud está en las antípodas de la organización republicana consagrada por la Constitución que la Presidenta juró respetar y hacer respetar. El interminable monólogo presidencial dejó en evidencia cuáles son los dos enemigos políticos a los que hoy el Gobierno tiene en la mira: Daniel Scioli y Hugo Moyano. El paro dispuesto por el jefe de la CGT fue un fracaso, pero la marcha a la Plaza no. De lo sucedido ahí queda claro que hay una significativa pérdida de poder que ha sufrido Moyano. Así y todo, el Gobierno sabe que esa merma de poder no es suficiente para lograr desplazar al camionero de su poltrona de la calle Azopardo en forma atraumática. Al kirchnerismo le están faltando líderes sindicales con el carisma y el poder necesario para borrar a Moyano del mapa. Con los gremialistas opositores a él pasa algo parecido a lo que pasa con los dirigentes políticos opositores al Gobierno: están tan divididos que, parafraseando a Hermes Binner, dan lugar a una suma que resta. Encima la mayoría de ellos son exponentes conspicuos de la década menemista, en la que este gobierno abreva cada vez más. La Presidenta estuvo muy bien cuando fustigó la metodología del apriete y la patota utilizada muchas veces por el gremio de Moyano. Lo que no dijo CFK fue que tanto su gobierno como el de su difunto esposo convalidaron y estimularon esa misma metodología. Fernández de Kirchner, que para algunas cosas es impredecible, no lo es para otras. Una de ellas es la de disponer su poder y los recursos del Estado a fin de destruir a sus enemigos. Esa maquinaria ya se ha puesto en marcha contra Moyano. Así el Gobierno buscará impedir por todos los medios legales la elección en la CGT del próximo 12 de julio, los camiones pasarán a ser considerados una plaga que asuela las rutas argentinas y a la que hay que reemplazar por el tren, y los beneficios destinados a la obra social del gremio –pensar que CFK estuvo en el acto de apertura de las obras de remodelación de su nave insignia, el ex sanatorio Antártida– y se presentarán nuevas denuncias penales contra el líder camionero. El otro enemigo es Scioli. No hay antecedentes desde la reapertura democrática en los que el Presidente de la Nación haya procurado tan abiertamente la destrucción de la imagen de un gobernador perteneciente a su mismo partido. En los 90, la disputa entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde fue feroz, pero nunca llegó a estos niveles. Es decir, nunca usó Menem la Cadena Nacional para destruir a Duhalde. A esta altura no queda claro si lo que CFK quiere es que Scioli se vaya a su casa o que enmiende su administración. Por mucho menos de lo que desde el Gobierno le hacen a Scioli, en el oficialismo se han cansado de usar la palabra “destituyente”. Es verdad que la gestión del gobernador está muy lejos de ser óptima y que se hace a los ponchazos tratando de tapar agujeros sin un plan estratégico claro y previsible. Pero ¿acaso no es eso lo mismo que sucede en el gobierno nacional? “La Presidenta quiere destruir a Scioli y no se da cuenta que logra lo contrario”, señala una voz que supo ser parte del gobierno de Kirchner. El gobernador no habrá de responder. Seguirá en la suya. Hasta el momento no le ha ido mal: las tendencias muestran que su imagen positiva creció en unos 10 puntos según lo reflejan las últimas mediciones de consultoras creíbles. CFK está convencida que todo lo que ella hace, dice y decide es perfecto. Rodeada de un coro de aplaudidores, reidores y obsecuentes, desdeña a las voces que dentro del mismo gobierno advierten las consecuencias de esos errores pero no se atreven a hacer oír sus voces. “La democracia es la necesidad de inclinarse de cuando en cuando ante la opinión de los demás”, es una célebre frase de Winston Churchill, que a la Presidenta le vendría bien leer.

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