viernes, 15 de febrero de 2013
EL COSTO DEL ODIO
El costo del odio (el de Ella)
El país vive horas muy complicadas. Los problemas que aquejan a la sociedad no se solucionan. Se miente y se levantan cortinas de humo como práctica habitual. Mientras tanto, el autoritarismo se acrecienta. El fanatismo por Cristina, real o por conveniencia, se enfrenta con el que no lo profesa. Esta división lleva a un abismo peligroso y de difícil resolución.
"Para ejercer su autoritarismo, Cristina necesita que sean muchos los fanáticos que la sigan."
por JORGE HÉCTOR SANTOS
Twitter: @santosjorgeh
Web: santosjorgeh.blogspot.com.ar
Youtube: JorgeHectorSantos
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Especial para Urgente24). Cuando la democracia argentina cumple 30 años de vida ininterrumpida, atraviesa uno de sus ciclos más críticos, el de los Kirchner en el poder.
Con sus antecedentes santacruceños, difícilmente se podía esquivar la repetición de la historia.
Los Kirchner siempre han sido autoritarios.
Cristina Fernández viuda de Kirchner, luego de su último triunfo electoral y su famosa frase “Vamos por todo”; no evitó disimular en lo más mínimo que iba a profundizar su forma de gobierno totalitario.
El totalitarismo que ejerce la presidente ha partido a la sociedad en dos. Los fanáticos que la siguen, exaltan su figura y pretenden eternizarla en La Rosada; y, del otro lado, los que detestan esta forma de ejercicio del poder político.
El totalitarismo gobernante no escatima en ninguno de los matices que revisten al mismo. Desde el uso masivo de la propaganda oficial y de la formación del mayor multimedio a su servicio abastecido con dineros públicos; hasta la implementación de distintos mecanismos de control social para todos aquellos que no se alineen con el pensamiento “único”.
El gobierno de Cristina con estas particularidades considera al Estado como propio y como un fin en sí mismo. Por tanto lo maximiza, y como consecuencia un Estado más grande le da un poder más grande.
De esta forma el gobierno totalitario lo puede todo, lo abarca o pretende abarcar todo.
Toda la estructura de poder está puesta en torno al liderazgo de Cristina; la que pretende absorber hasta el Poder Judicial, ya que el control del Parlamentario lo tiene.
Cristina goza del poder, el cual lo esgrime en forma desafiante y provocativa. Demuestra una gran adicción al mismo; a tal punto que difícilmente se la pueda imaginar entregándole la banda presidencial a otro u otra que la reemplace.
Esa adicción a usar el atril y la cámara de TV para ostentar el mando, funciona como una droga. Demanda cada día más.
Cristina vive su relato como verdadero. Ese es el mundo que existe. El que se atreva a hablarle del verdadero mundo pasa a ser un enemigo, un desestabilizador del poder que abraza y del Estado que es de ella.
Sus fanáticos, por convicción o conveniencia, son sus seguidores y de ellos emergen sus aplaudidores.
El fanático es aquella persona que defiende con obstinación desmesurada sus convicciones, sus opiniones.
El fanático se enardece obcecadamente.
Ese empecinamiento hace que el fanático se comporte, por momentos, de forma agresiva y absurda.
El fanático, ese ser intransigente, está persuadido de que su idea es la mejor y la única legítima, por ende degrada lo que opinan los demás.
Cuando el fanatismo se apodera del poder político, acostumbra desplegar todo un andamiaje para imponer su dogma, reprimiendo a los opositores, castigando a los que no piensan lo mismo que ellos, incluso con la cárcel o la muerte.
Voltaire, el escritor, historiador, filósofo y abogado francés, llegó a expresar:
“Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable”.
Mientras que el abogado, periodista y político argentino, Mariano Moreno, asimilaba el fanatismo con el embrutecimiento y con la mentira, de la siguiente forma:
“La verdad, como la virtud, tienen en sí mismas su más incontestable apología; a fuerza de discutirlas y ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo: si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia; y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento, harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria”.
Para el fanático no cabe el debate o la búsqueda de la verdad ya que el fanático cree ser dueño de ella de forma terminante.
El fanático está convencido de poseer todas las respuestas y, por lo tanto, no necesita indagar por medio del cuestionamiento de las propias ideas que encarna la apreciación del otro.
El fanático se caracteriza por:
> Ser un considerable enemigo de la libertad.
> Ponerle freno al conocimiento.
> Alejarse de la verdad, al menospreciar la parte verdad que está presente en los demás. Carece de espíritu crítico.
> Ser dogmático, es decir que cree en ciertas verdades que no cuestiona ni razona, en relación con la autoridad de alguien.
> Encerrar la diversidad humana en dos estratos: buenos y malos. Los matices no tienen cabida.
> Odiar la diferencia; desprecia y rechaza lo que difiere de determinados modelos y encasillamientos.
> Su autoritarismo.
> Su lenguaje de odio.
> Por consiguiente, el precio que paga el fanatismo resulta costoso; así como el que le hace pagar al no fanático, al convivir en sociedad.
El fanatismo, lamentablemente, es culpable de muchos males, por no aceptar las diferencias, por vivir ajeno al sentido fraternal de la vida.
El fanatismo invariablemente ha llevado a conflictos, enfretamientos y a graves desgracias.
La terquedad del fanático es de difícil manejo y equilibrio para los defensores de la tolerancia.
Los fanáticos carecen de la capacidad de pensar por sí mismos, siguen las ideas, en el caso argentino de Cristina, con fe ciega.
Para el fanático lo bueno del que no comulgue sus ideas, no existe.
El lenguaje que utiliza el fanático es un lenguaje de odio.
Ese odio que baja como catarata de arriba hacia abajo e invadió a la sociedad.
Ese odio que hoy genera tanta violencia y precipita al país a un abismo muy complejo.
Sigmund Freud afirma que a través del fanatismo el hombre busca su felicidad y su seguridad.
La felicidad de la ficción, de la mentira; la que se ha enredado en la práctica del poder que busca perpetuarse.
Para ejercer su autoritarismo, Cristina necesita que sean muchos los fanáticos que la sigan.
El fanático se aleja de la realidad y la verdad, se encierra en su propio mundo; al igual que la presidente.
Desgraciadamente el fanatismo puede traer desventajas devastadoras no solo para el fanático sino para un país entero.
Si nada cambia, en ese camino se marcha.
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