lunes, 4 de febrero de 2013

MISTERIO

Un misterio con nombre y apellido: Daniel Scioli por Gabriela Pousa No hay registro en la historia argentina de un personaje de la política que haya permanecido prácticamente inmune a los acontecimientos que se sucedían en torno a sí mismo. El milagro, por llamarlo de alguna manera, está ocurriendo aquí y ahora, frente a la mirada atónita de algunos y a la peligrosa indiferencia de otros. El enigma tiene nombre y apellido: Daniel Scioli. En los ambientes donde la política aún interesa, nadie se atreve a descartar que el ex corredor de lancha, iniciado en política por sagacidad de Carlos Menem, y figura clave de la llamada "maldita década del 90" pueda ser el próximo presidente de la Argentina. De allí a que esa posibilidad guste o cree malestar es otro tema. Pero hay un dato todavía más significativo y entreverado: y es que puede llegar al sillón de Rivadavia como oposición al gobierno actual. Es sabido que la lógica de la política nacional es sustancialmente diferente a la kantiana, a la estructural, a la moderna y a la clásica. Pretender racionalizar el tema es tarea ciclópea. De todos modos, vamos a intentarlo. De un tiempo a esta parte, los analistas políticos para eso estamos: explicar lo inexplicable. Las Paradojas Según un estudio de Isonomía sobre los principales temas que preocupan a los habitantes del conurbano, la inseguridad es protagonista. Las peculiaridades: para el 35% de los encuestados la violencia y el crimen en el Gran Buenos Aires es responsabilidad del gobierno nacional. Para un 15% la culpa es “de todos”, para el 7% es la droga la causante. Un 6% acusa a la Justicia y un 3% a la policía. Apenas un 2% involucró o responsabilizó al gobernador. Cabe preguntarse, aunque más no sea por curiosidad, qué sucedería si idéntica encuesta se realiza en Capital. ¿En qué lugar se situaría a Mauricio Macri? Si nos atenemos al grado de responsabilidad atribuido cuando los subtes pararon durante casi 10 días, tampoco sería el primer y único responsable, pero tampoco quedaría tan desvinculado del tema como sucede con el ex motonauta. Lo cierto es que Daniel Scioli parece haber logrado el don de hombre invisible que pasa desapercibido cuando las papas queman, y se hace presente en el momento indicado. La gente cree que de haber sido él quien ocupara la presidencia cuando sucedió la tragedia de Cromagnon o los 52 muertos de Once, habría acudido al lugar de los hechos. La historia contra-fáctica es imposible de probar. A juzgar por cierta jurisprudencia en la materia, Scioli supo estar en situaciones extremas diferenciándose de Cristina Fernández. Si bien para muchos, su concurrencia a la escena del delito es tildada como oportunismo político, para otros es vista como genuino interés, y en el mejor de los casos como compromiso. Recuérdese de que modo fue “aplaudida” Dilma Rousseff recientemente, al estar presente consolando a los deudos de las víctimas del incendio de la disco. Hay una verdad inexpugnable: la sociedad requiere que sus dirigentes estén. Scioli parece haber entendido eso, y lo ha hecho en un marco donde el desdén y el desprecio por la gente es moneda corriente. Así y todo, esa conducta del gobernador no parece ser suficiente para erigirse entre los políticos con mejor imagen del presente (según la mencionada consultora, cuenta con la aprobación del 73% y con el rechazo del 24%) La pregunta del millón apunta a desentrañar de qué manera puede separarse a Scioli del kirchnerismo cuando ha venido acompañando a este desde el primer día, ocupando espacios trascendentes y defendiendo sus politicas. No fue un concejal que pasa desapercibido. Ha sido el vicepresidente de Néstor Kirchner, y luego erigido al frente del territorio más complejo y decisivo en todo proceso electivo. Los intentos del Ejecutivo por destronarlo no surtieron efecto. Y a esta altura de las circunstancias, puede avizorarse un fracaso en los intentos que vendrán con igual finalidad. En la provincia de Buenos Aires, el 10% de los consultados colocó al gobernador en lugar del candidato opositor por encima de De Narváez (8%), Macri (7%), Massa (5%) y Hugo Moyano (3%). Más allá de la crisis de representación, ¿es acaso Daniel Scioli el líder carismático que puede contra toda adversidad? No nos apresuremos a contestar. Tanto Sigmund Freud como Max Weber se han preguntado, cómo puede alguien, merced a la fuerza de la personalidad más que a un derecho heredado o a la promoción dentro de un régimen burocrático, obtener poder y parecer un legítimo gobernante. Ambos creyeron necesario un escenario de perturbación para que pueda emerger ese tipo de dirigente. Claro que entendían la perturbación de manera singularmente diferente. En la concepción weberiana, ésta significaba un estado de conflictos no resueltos. Cuando eso sucede, pensaba Weber, la gente es propensa a investir a alguien de los atributos que otros no poseen para resolver el caos. No importa demasiado el quién sino el por qué. Así pone el énfasis en una determinada realidad social más que en la personalidad. Freud, por su parte, consideraba que las masas carecen de inteligencia, y no pueden ser convencidas por medio de argumentaciones racionales. Por lo tanto, necesitan ser dirigidas por un líder. “Únicamente a través de la influencia de individuos que pueden establecer un ejemplo, las masas se someten al orden” (*) Hay una concordancia interesante: los dos creen que la figura de un gobernante legítimo debe renunciar a sus pasiones y sentimientos más íntimos. La grieta está en que uno cree en la fuerza de la personalidad, mientras el otro prioriza el contexto donde el dirigente actuará. Las preguntas que surgen entonces, son también dos: ¿Es Scioli quién puede poner fin al estado de caos actual? O ¿es el individuo que influye con su ejemplo? De lo que si puede darse fe es de la perseverancia del gobernador en sus fines. Ha soportado todo tipo de agresiones, chicanas y vejámenes por parte de los Kirchner y ahí sigue. ¿Es esto considerado debilidad o es un rasgo de fortaleza para ir más allá? Como sea, puede decirse que es un hombre que ha renunciado a sus pasiones, es decir: no ha respondido nunca en forma virulenta. Para un sector de la comunidad que así suceda es visto como debilidad extrema, síndrome de la ameba, pero si nos atenemos a los sondeos de opinión, esta claro que hay una preeminencia de quienes ven en su moderación, un ejemplo o una virtud que hoy no existe en el país. En el régimen de la desmesura, Daniel Scioli asoma como el pacificador. Hoy no es al estadista a quien se busca. Urge alguien capaz de atenuar el nivel de agresión. En ese contexto, el gobernador bonaerense parece ser quien puede continuar con un gobierno sin grandes logros ni victorias que mostrar, pero evitarnos la perversión a la que estamos siendo sometidos desde hace una década ya. No es poco en el seno de una sociedad cansada pero conformista, y no dispuesta aún a cumplir el rol soberano con las responsabilidades que implica llegado el caso. Daniel Scioli parece ser una mezcla del gobernante descripto por Freud en las circunstancias mencionadas por Weber a principios del siglo pasado. Quizás eso explique lo inexplicable de un candidato “opositor” que, sin embargo, adhiere y no se opone. (Consideremos además el escenario donde esto acontece: aquí lo imposible es precisamente la realidad…) El grado de desmesura y de violencia fáctica y verbal de la actual mandataria ha propiciado que se valore más la moderación que cualquier otra característica o capacidad. Eso explica en gran medida el aval brindado a un extraño y peculiar candidato. Sin eufemismos, Cristina Kirchner ha construido y dado vida al “sciolismo”. Cabe dilucidar si lo ha hecho a conciencia para garantizarse impunidad, o ha sido una suerte de Frankenstein que la superó muy a su pesar. De todos modos, la suerte del gobernador, posiblemente, dependerá más que de sus competidores, del humor social como depende todo en esta Argentina tan paradójica como singular. (*) "El Porvenir de una Ilusión", Sigmund Freud

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