jueves, 21 de febrero de 2013

LOCOS POR EL PASADO

PORTADA ¿Quiénes somos? Suscribite Locos por el pasado Sección: Nota de portada Por Agustín Laje (*) La historia desempeña un papel fundamental en la construcción de toda nación. Como el cemento, solidifica lazos que unen a distintos individuos insertos en el marco de una cultura relativamente compartida, que ha recorrido y recorre, precisamente, el interminable camino histórico. La consciencia del pasado se hace necesaria no sólo para comprender lo que nos sucede, sino también para mantenernos conscientes de qué cosas no debieran ocurrirnos nuevamente. La historia así entendida constituye la insustituible herramienta de aprendizaje de una nación. Existe, sin embargo, una línea a veces difícil de hallar que separa la justa dosis de historia, de lo que podría calificarse como un exceso de historia que deviene obsesiva. Como el cemento acuoso, la obsesión histórica acaba entorpeciendo toda construcción con vistas al futuro. Fascinados con lo que fuimos, descuidamos lo que somos y lo que queremos ser. Los argentinos de la era kirchnerista hemos sido arrojados al túnel de la historia por un gobierno que ha hecho del pasado una fuente de legitimidad. Procurando ser una suerte de continuidad ideológica de la juventud setentista, el kirchnerismo puso en el pasado el eje de su identidad política y, a la postre, arrastró a todos en su anacrónico viaje por el tiempo. No hay mejor indicador al respecto que un lenguaje político abarrotado de calificativos, disyuntivas y categorías que marcaron la moda de varias décadas atrás, y que hoy han vuelto a penetrar en nuestra cultura política. Hablar como en tiempos pretéritos nos conduce muchas veces a pensar, y por lo tanto a actuar, como en esos mismos tiempos ya oxidados. Aquí es cuando la historia, en dosis excesiva, deja de guiarnos en el intento de evitar repetir errores y, antes al contrario, nos conduce a ellos nuevamente. La obsesión por el pasado ha sido tan expansiva, que incluso define hoy lo que pomposamente se considera “el regreso de los jóvenes a la política”. Basta con echar una mirada sobre los nombres de las nuevas organizaciones políticas juveniles para advertir una especie de nostalgia generalizada que lo inunda todo. “La Cámpora”, en referencia a un presidente aliado a Montoneros que duró apenas 49 días en el poder, compuesta por jóvenes kirchneristas que dicen ser “soldados de Perón”; “La Solano Lima”, de filiación macrista, en honor al vicepresidente de Héctor Cámpora; “La Juan Domingo”, apoyada por Scioli, inspirada en Perón; “La Alfonsín”, por ahora visible sólo en redes sociales, en homenaje al presidente de 1983; “La Juan B. Justo”, también por ahora sólo en las redes, en honor al fundador del Partido Socialista. Hasta el nacionalismo se ha sumado a esta tendencia con “La Seineldín”, en referencia a la cabeza del alzamiento carapintada de Villa Martelli. La obsesión histórica se manifiesta, en este orden de cosas, como un apego más a personajes históricos que a ideas y concepciones políticas bien definidas. ¿Qué significa hoy ser “camporista”, “solanolimista”, “seineldinista”, “alfonsinista” e, incluso, “peronista”? El culto a la personalidad parece ir en detrimento de lo que es una adhesión a ideas concretas. En efecto, debe resultar difícil visualizar correctamente la política actual utilizando las gafas de personas que ya han muerto, cuyo ejemplo puede ser o no estimable, pero que tuvieron que lidiar con momentos históricos significativamente distintos al nuestro. Mirar hacia atrás para reconocerse en el ahora es valioso. Pero a los argentinos nos han hecho volver la cabeza hacia atrás para mantenernos allí, bien distraídos, mientras hipotecan nuestro futuro en nombre de causas ya oxidadas. (*) Autor del libro “Los mitos setentistas”. Twitter: @agustinlaje | Sitio web: www.agustinlaje.com.ar

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