jueves, 14 de febrero de 2013
POBRE KICILLOF
Sopa de falacias detrás del “pobre Kicillof”
by José Benegas
Se le llama falacia de secundum quid a recurrir las reglas relativas ignorando las excepciones. No se debe matar parece la regla más absoluta, pero solo si nos descuidamos. En realidad sugiere por si misma sus excepciones. Se la sostiene porque se sabe que hay gente que mata, entonces cabe defenderse para sostener la regla en sí, no para violarla. Hay circunstancias en las que matar es legítimo aún en nombre del no matarás.
La falacia se da cuando se esgrime que no se le puede robar el arma al asaltante para no convertirse en asaltante, que no se le debe mentir ni aún al Estado en un interrogatorio para perseguir disidentes, que no se debe entrar en tratos con un guardia deshonesto que acepta un soborno para liberarnos del campo de concentración.
Mientras provee a su autor una pátina de principismo, el secundum quid es tan enemigo de la regla como su violación directa o aún más.
Puede ir acompañada de otra falacia, la del falso dilema. El ejemplo del arma robada al ladrón, no hay conflicto alguno real de valores, se trata de un arma con la que se nos amenaza quitada a quien nos amenaza. No es el caso de quitarle la bicicleta a un tercero para escapar del asaltante. Cualquiera sea la forma en que lo resolvamos, en este segundo caso hay un dilema, en el primero no lo hay.
Estos dos defectos del razonamiento están presentes en cada arrebato censor contra la expresión libre de la gente que se harta de la agresión del Estado kirchnerista y se expresa como puede, cuando puede. Es la gente que decreta empate entre un Estado autoritario y los ciudadanos que insultan a sus agentes.
Digo yo ¿era Hitler un hijo de puta? ¿Lo era Stalin? ¿Lo es Fidel Castro? ¿Lo es Moreno, la señora Kirchner, el señor Kicillof? Y si lo fueran ¿por qué no hay que decírselos? ¿Por qué no hay que reconocer la realidad?
El insulto, lo sé, es un mal recurso porque es poco informativo por si mismo. El que insulta a otro nos habla de sus emociones o razones, pero no las comparte, evita el fundamento que es elemento que nos permitiría acordar o no con la calificación. En el caso que tantos censores despertó estamos todos bien informados de los motivos del repudio.
Pero muchas personas insultando a un funcionario es un indicativo de un malestar que no se puede tapar hablando de las reglas de urbanidad.
La tercera falacia del argumento censor es por eso la del accidente, que consiste en dejar pasar el problema principal y destacar alguna cuestión accesoria que lo tape.
Cepo cambiario y su autor viajando al extranjero, la gente se enoja ¿Nos ponemos a hablar de la gente que grita corrupto? Vale la pena pensar en los hijos de Kicillof que como todos los hijos tienen que padecer que otras personas detesten a sus padres con buenas o malas razones, pero esta no es la cuestión principal.
Encima se lo pone en primer plano apelando al sentimentalismo de telenovela que se ha apoderado de la Argentina lo cual es una falacia más, la falacia ad populum o, que casualidad, sofisma populista.
Un sentimentalismo redentor, tenemos nombres de notorios ladrones en las calles solo porque han muerto.
La falacia del accidente se presenta también al dejar de lado que la protesta es una forma de libertad de expresión ante el poder. No ante un señor que escribió un libro que no nos gusta o de otro que tiene un programa de radio que critica al gobierno que creemos salvador (caso de Nelson Castro), sino ante quien abusando de la autoridad altera nuestra vida. Ni siquiera es un referee que decretó un penal y nos arruinó el resultado, es uno que toma la pelota con la mano y amenaza a nuestro arquero, lo investiga y lo “escracha”.
Y también cuando se omite el dato fundamental que explica lo sucedido, el ahogamiento de la opinión disidente, la construcción y acción de un aparato de propaganda y difamación que utiliza el mismo funcionario insultado. Un marxista con sueños burgueses como la casita en Colonia.
Hay un pedestal mal ganado y opresivo que es el perfecto complemento del oficialismo. Es su última vanguardia, se ocupa en nombre de la oposición al gobierno de estigmatizar a los ciudadanos que hacen a veces, cuando es obvio, el ejercicio de responderle al poder lo que piensan, como no lo hacen los “educados” que les quieren explicar cómo conducirse en la vida mientras recurren a todo tipo de argucias para posicionarse como guías morales de la nación. De esos debemos cuidarnos tanto como del asaltante. Del tipo que nos dice que no respondamos a la agresión, pero no para cuidarnos como sería de desear, sino para cuidar al agresor en nombre de un deber sin excepciones (secundum quid) que solo tendremos nosotros con él.
Es cierto que comerse al caníbal implica convertirse en caníbal ¿Pero acaso la gente del barco le aplicó a Kicillof el cepo, lo expropió, le mandó a la AFIP? Eso sería en este caso comerse al caníbal. La gente no puede abusar de la autoridad con la autoridad. Este recurso metafórico es otra argucia llamada precisamente falacia de analogía.
Una república se construye con ciudadanos vigilantes y resistentes dispuestos a encarecer el ejercicio abusivo del poder. Una ética tramposa y sensiblera es la mejor aliada de los tiranos.
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