El Burro de Lousteau
Luego del fallecimiento de un familiar lejano, Cristina heredó una granja. Ella no sabía mucho del tema, pero poco le importó y al cabo de unos días ya se sentía como en su casa y hacia lo que quería.
Por Susana Vanpoeke
Para poder llevar adelante las actividades que este emprendimiento le requería se fue rodeando de gente. Primero trajo a dos personas muy capaces (capaces de hacer cualquier cosa) que le recomendó su marido Néstor, así, fue como se sumaron a la Granja a Guillermo M y Julio DV.
Como todavía consideraba que le faltaba gente a su equipo, fichó a un joven muy bien recomendado, proveniente de una Universidad bien catalogada. Como nadie en realidad sabía nada de nada no había quien pudiera juzgar demasiado las capacidades del recién llegado Lousteau.
Todo iba mas o menos encarrilado, la granja tenía un sistema de producción relativamente sencillo que constaba de: un Burro que movía una noria que generaba el agua necesaria para regar los cultivos. Entre lo sembrado habia de todo y en situaciones normales, las cosechas era bastante buenas y alcanzaban para abastecer el consumo de todos.
En un determinado momento, nadie sabe bien por qué, la granja se empezó a llenar de gente. Los amigos de Cristina y sus secuaces eran básicamente un montón de ineptos. “Empresarios” ineficientes, parásitos de la política, en definitiva, muchos tipos que no producían nada. La situación comenzó a complicarse y la comida ya no alcanzaba para satisfacer a todos ellos.
El tema fue rápidamente derivado a Lousteau (claro, para eso le pagaban y bien). El joven tenía que resolverlo de alguna manera.
Miró varias veces la Granja, que como habíamos dicho tenía: un Burro que tiraba de una noria que generaba el agua necesaria para regar los cultivos.
Alguno, hubiera propuesto echar a los “amigos improductivos” que sobraban en la estructura, pero eso no era del agrado de Cristina y Nestor.
A otro, se le hubiera ocurrido invertir en genética, fertilización o lo que fuera necesario para que la tierra rindiera cada vez un poco más. Pero esto, hubiera sido pensar en el largo plazo, cosa que tampoco era del agrado de los jefes.
No faltó quien propusiera alimentar mejor al Burro, darle más fuerzas, ayudarlo a ser más productivo y que esto generase mayor caudal de agua y mejores rendimientos. Pero al joven Lousteau no se le cruzó por la cabeza... para que darle más al Burro si el Burro no se queja y trabaja sin chistar.
Al contrario, Lousteau miró la comida del Burro y decidió que si le habían bajado su ración un 35% desde hacía tiempo y todavía se encontraba bien, tal vez podía sacarle aún un poco más. Después de construir un sistemita muy complejo y matemáticamente impecable, digno de sus altos estudios, decidió implementarlo.
El sistema, consistía en reducir la ración de comida del Burro en principio en un 44%, pero a medida que el Burro demostrase algo de salud, vigor y ganas de recuperarse, ir restándole de a poquito un porcentaje mayor. Claro, total, el Burro no se quejaba.
No hace falta que les cuente que esta comida “extra” iba a parar a la caja de Cristina, que celebraba con entusiasmo la medida y que, demostrando su bondad, la compartía con sus amigos.
Hasta donde funcionó el sistema, no recuerdo muy bien la fecha, pero si recuerdo que dejó de funcionar el día que el Burro no aguantó más y se murió.
No es una historia con final feliz, pero no todas las historias tienen un final feliz. Quizás si el Burro se hubiera expresado, quizás si hubiera tenido palabras para explicar lo importante que era en todo el sistema productivo de la granja, quizás si Lousteau se hubiera dado cuenta, si hubiera entendido algo, quizás, la historia hubiera tenido otro final.
¿Quién sabe? Quizás, todavía se pueda cambiar el final.
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