Por Malú Kikuchi
17/03/08
El jueves 13/03/08, el diario La Nación publicó un artículo de Daniel Larriqueta, titulado: “Excluidos incurables”. Más allá de la excelencia del artículo, lo inverosímil, lo increíble, lo sorprendente, lo chocante, y lo inadmisible, es que la noticia en la que se basa el escrito no haya despertado algún comentario. O alguna imperativa medida por parte del gobierno. Ni el gobierno nacional, ni el gobierno provincial, ni los gobiernos municipales se han dado por enterados. El resto de la sociedad, tampoco.
La noticia es terrible y temible: el 23% de los chicos inscriptos en las escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires, vienen de hogares cuyos padres NUNCA HAN TRABAJADO.
Cada sociedad desarrolla su modelo ético y moral. Etica viene del griego, “ethos” que quiere decir comportamiento, y moral viene del latín “mores” o sea usos y costumbres. La mayoría de los pueblos llamados “civilizados” (esto es sin lugar a dudas un acto de soberbia), tienen comportamientos, usos y costumbres similares, en cuanto al trabajo se refiere.
La identidad de las personas se forma en la infancia. El chico sociabiliza internalizando roles y pautas, y en este proceso muy primario -que más que un
acto del conocimiento, es una vivencia emocional- se basa la identidad del chico.
El ser humano nace asocial según Max Weber y recibe las normas sociales y culturales de su entorno. Se supone que esas normas lo hacen apto para convivir en sociedad.
El conjunto de esas normas, o pautas culturales internalizadas, hacen de las personas seres sociales, que pueden compartir un mismo hábitat con otras personas. Pauta, según el diccionario, viene del latín, “pactum” o sea pacto, convenio; las pautas culturales hacen a la convivencia.
Los niños, durante su infancia copian los roles, las actitudes y los valores de las personas que los rodean y les importan, como el padre, la madre, los parientes, los amigos, y se identifican con ellos.
Los padres se visten para salir a la calle, los niños también se visten. Los padres se bañan, los chicos también se bañan. Los padres son violentos y por regla general, los hijos son violentos. Los padres trabajan y los chicos aprenden que el trabajo es una necesidad, una forma de realización personal, un modo de adquirir dignidad. ¿Pero qué pasa si los padres nunca han trabajado? ¿Cuál es la pauta cultural con respecto al trabajo y al valor del esfuerzo que reciben los chicos?
¿Qué pauta cultural internalizada llevan estos chicos a la escuela? Y la escuela informa, es el hogar el que forma. Si el hogar no formó, ¿cómo enseñarle a un chico que nunca ha visto trabajar a su padre, que el trabajo es necesario, imprescindible? ¿Qué ha visto ese chico en su casa? Un padre que recibe una ayuda mensual de parte del estado, sin contraprestación. Una ayuda que no alcanza para alimentar a la familia. ¿Qué hace el padre para sobrevivir? ¿Delinque?
Probablemente por parte de la madre ha visto una actitud más esforzada; las mujeres cocinan, lavan la ropa, se ocupan de los chicos y de sus hombres. Pero el trabajo que requiere la sociedad para que los entes sociales subsistan y además de alimentar y vestir a sus familias paguen los impuestos con los que se mantienen escuelas y hospitales (que ellos usarán); de ese trabajo ineludible, ¿qué saben estos chicos?
¿Cómo enseñarles a estos chicos, algo que les es tan ajeno como los logaritmos, siendo éstos sin duda, más fáciles de enseñar? Para estos chicos, el trabajar para vivir, no es una pauta cultural internalizada. Decía Aristóteles en “La política”, libro V, capítulo I, ítem 2, “hay cosas que hay que aprenderlas previamente y costumbres que es menester adquirirlas para ponerse en estado de poder trabajar”.
¿En estas condiciones, el 23% de los chicos inscriptos en escuelas de la provincia de Buenos Aires tienen padres que nunca han trabajado, y con las condiciones que padecen los trabajadores de la educación, cómo se “incluye” (expresión que está de moda, lamentablemente el hecho de la inclusión no está tan de moda) a estos chicos en la sociedad?
¿Podrá la escuela, 4 horas por día, 180 días al año, con mucha suerte, revertir lo aprendido en la casa? ¿Están los maestros preparados para hacer este gigantesco esfuerzo? ¿Le importa a la sociedad que se haga el esfuerzo? ¿A alguien le importa que el 23% de los chicos de la provincia de Buenos Aires tengan padres que nunca han trabajado? ¿A alguien le importa que el 23% de estos chicos, que son chicos argentinos, chicos chiquitos, iguales a nuestros chicos, tengan pautas culturales que nos los hacen tan ajenos como si vinieran de otra galaxia? ¿A alguien le importa?
A alguien, a muchos, a todos, debería importarnos: estos chicos van a crecer, van a ser hombres, a su vez, van a ser padres, van a vivir entre nosotros y de seguir así, van a ser infinita y peligrosamente diferentes al resto de la sociedad. Entre ellos y nosotros, ¡qué terrible distancia! Debería importarnos.
Debería preocuparnos y debería ocuparnos. ¿Cómo reconstruir una nación entre compatriotas que tienen pautas culturales tan distintas? Debería importarnos. Si no nos importa por conciencia social, nos debe importar en defensa propia. Nos debe importar, aunque más no sea que por miedo.
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