sábado, 20 de febrero de 2010

IMPOTENCIA


Segunda Opinión - 20-Feb-10 - Opinión

INFLACIÓN: LA IMPOTENCIA OFICAL

La batería de medidas con la que los actuales funcionarios pretenden
revertir un proceso inflacionario creciente y que es inherente al
modelo, sorprende por su reiteración y su probada ineficacia.

por Héctor B. Trillo

Hace ya unos cuantos años que venimos predicando prácticamente en el desierto que el modelo productivista seguido por el actual gobierno (y por el anterior) es esencialmente inflacionario. Hemos señalado una y mil veces que las causas de la inflación no están dadas por las subas de precios estacionales o locales. La inflación es la suba generalizada y persistente de los precios, que se produce cuando los nuevos precios son convalidados por la demanda de la población. Dado un nivel de bienes y servicios, solamente puede producirse tal suba generalizada si aumenta la cantidad de moneda en circulación. Inciden marginalmente otros factores, como la llamada velocidad de circulación del dinero. Pero esencialmente estamos en un problema monetario, de expansión del circulante. Y eso solamente es posible porque el Estado emite más moneda.

El problema del actual modelo está originado, esencialmente, en la inyección de dinero impreso para adquirir divisas a valores superiores a los del mercado. Es así como el Estado ha venido logrando en estos años un supuesto superávit fiscal que en realidad no es tal, sino que es la consecuencia de asignar a la moneda un valor inferior al real, o lo que es lo mismo: un valor superior al real a la divisa extranjera.

Ese supuesto superávit ha venido gastándose año tras año en obra pública, en subsidios, en planes de ayuda, en lo que fuere. Ese incremento en el gasto únicamente estuvo sostenido por el excedente de moneda que dio lugar al superávit fiscal primario del que tanto se ha hablado y escrito.

Cuando vemos ahora a los funcionarios hacer cosas tan curiosas como pretender que los préstamos se otorguen a tasas de interés negativas (esto es por debajo de la inflación real esperada), al tiempo que se afirma como tantas veces en el pasado que comprar dólares es mal negocio (como acaba de afirmar la señora Marcó del Pont), no podemos menos que preocuparnos. Y ya no hablemos de las intervenciones ridículas a cargo de ridículos personajes, esencialmente prepotentes y patoteros, que cuentan sin embargo con el aval oficial.

La economía no se construye con patotas o con prepotencia. Tampoco con ayudas y promociones. Al contrario. Tanto unas como las otras, estas anomalías no hacen sino dar la señal de alerta obvia de toda obviedad: si no hay inversiones y si los precios no se acomodan a los deseos oficiales es porque algo no está funcionando. Y no al revés.

Hemos señalado también muchas veces que resultaba cuando menos contradictorio que cuando la economía crecía a tasas superiores al 8% anual, no se multiplicaran raudamente las inversiones para aprovechar justamente la buenaventura.

La ecuación es bien simple: la inseguridad jurídica, la anomia, la prepotencia, la intromisión de funcionarios con suficiente poder ilegal como para intentar lograr que precios y salarios, bienes y servicios, sumas y restas funcionen como el poder político lo desea; no son elementos que contribuyan al llamado clima de negocios. Desalientan la inversión y dan lugar a renovadas intervenciones como planes de diversa índole para consumo de automóviles, para compra de una primera propiedad, para adquisición de electrodomésticos o para lo que fuere. Obsérvese que tales planes apuntaban al consumo, que ahora se considera que es dañino porque la inflación actual (que para algunos no es inflación) está motivada, según la opinión oficial, en la falta de oferta. Ora se promueve la demanda, ora se promueve la oferta. Lo mismo y lo contrario casi sin solución de continuidad y con pocos meses de diferencia.

Cualquier inversor medianamente sensato tendrá cuidado de arriesgar su capital en un país donde luego los precios serán fijados al gusto de un ex presidente, o alguien decidirá que no puede exportar sus productos, o tal vez le manden un piquete porque subió algún precio sin permiso, o lo que fuere. No es sino de Perogrullo todo esto.

Es por eso que una y otra vez el actual gobierno y el anterior se topan con la triste realidad de que deben llamar a la inversión, otorgar comodidades y facilidades y hasta apretar a empresarios y banqueros para que produzcan, den préstamos a bajas tasas, y comercialicen productos a valores que al gobierno les parezcan adecuados.

La actual presidenta del Banco Central no solo ha venido a colocar el sello según el cual el Banco Central ha dejado de ser autónomo del poder político. Se trata de una profesional de larga trayectoria que ha creído desde siempre que el problema de la economía argentina se resuelve si se facilitan los créditos para mejorar la oferta de bienes y servicios. Facilitar los créditos significa prestar dinero a tasas negativas. Prestar dinero a tales tasas significa varias cosas: la primera es que haya colocadores de dinero (depositantes en instituciones bancarias) que aceptan tasas negativas, la segunda es que alguien habrá de hacerse cargo de las pérdidas por la concesión de tales tasas, la tercera es que muchos pensarán que en lugar de colocar dinero a esas tasas es mejor comprar dólares o bienes. Y finalmente si se logra que se produzcan más bienes deberá haber compradores a los precios que tales bienes salgan a la venta. Para lo cual entre otras cosas harán falta créditos al consumo, que actualmente se busca redirigir a la producción. Diríase que una vez más la proverbial sábana corta se apodera de la realidad.

Mientras tanto, la otra pata de la sota es el Sr. Guillermo Moreno prepoteando y apretando a todo el mundo para que los precios no sólo no suban, sino que bajen. Que los precios bajen pero que quienes deban bajarlos produzcan más para vender a los nuevos precios más bajos, eso es lo que se pretende. Moreno es la persona que entre otras cosas ha dicho públicamente que si se controlan los costos y los márgenes de utilidad se cierra el círculo para la fijación de los precios. Pocas veces alguien con un cargo público de relevancia en materia económica ha dicho algo tan inconsistente.

Suponiendo que sea legal controlar costos y márgenes de ganancia, es obvio que los primeros podrían subir indefinidamente manteniendo los márgenes de ganancia y haciendo que los precios también suban indefinidamente. El absurdo está además en suponer que los precios pueden subir indefinidamente porque la gente podrá pagar cualquier cosa. Es decir que si mañana el quiosquero pretende vendernos un paquete de caramelos a un millón de pesos, lo pagaremos.

El enredo en que se ha caído en este burdo intento por promocionar y a la vez castigar, sólo es posible en el marco de presiones políticas o psicológicas incomprensibles para nosotros. Una cosa o la otra. O comerciamos libremente y así producimos más, o lo hacemos coercitivamente pero alguien se hará cargo de las pérdidas. O achicaremos la producción o lo que fuere. Nadie invierte para no saber qué ocurrirá más allá de los riesgos propios del mercado.

Someter millonarias sumas de dinero al arbitrio de funcionarios es algo impensado. Y no sólo en la Argentina.

Es así como el actual gobierno se debate en la impotencia. Lo mismo que antes el gobierno de Néstor Kirchner y luego el de su esposa hasta ahora.

La señora de Kirchner utiliza el micrófono para pasar facturas a todo el mundo, como es sabido. Habla siempre de la falta de memoria de los otros, nunca de la suya. En lugar de señalar lo positivo y mirar hacia adelante, lo que hace es mirar hacia atrás y comparar situaciones que en general desconoce.

Nosotros expresamos una opinión a nuestro entender seria y profesional. Lo hacemos desde hace ya varios años y lamentablemente creemos no habernos equivocado. La inflación es un fenómeno monetario y el responsable es el gobierno, no los particulares. Ningún precio es tal si no es convalidado por el mercado. Que la moneda haya perdido 13 ceros entre 1970 y 1992 no es culpa del almacenero de la esquina.

Nada cambiará esta realidad como no sea atacar las causas de la inflación, que no son otras que las emisiones de moneda sin respaldo asignando valores altos a las divisas.

La señora Marcó del Pont ha señalado que comprar dólares no es negocio. La frase recuerda a la de Lorenzo Sigaut, aquella tan difundida de que "el que apuesta al dólar pierde". En un marco como el actual, ante una moneda argentina prácticamente despreciada en el mundo entero (incluyendo los países limítrofes), casi parece un chiste sarcástico.

Más allá de la inexistencia de un INDEC confiable por culpa, justamente, del propio gobierno, lo cierto es que la inflación rondará cerca del 20% durante 2010. Si esto es así, ¿qué pasará con el dólar? Porque la realidad es que si el dólar se mantiene en valores muy distantes a los de la inflación real, la gente saldrá a comprar dólares para aprovechar su precio. Cosa que ya ocurre y que el secretario Moreno pretende impedir multiplicando las trabas para vender dólares a la gente, generando así el llamado dólar "blue", es decir el mercado negro. ¿Acaso la señora Marcó del Pont pretende que la gente la escuchará y hará otra cosa cuando al mismo tiempo las señales que llegan son las de que hay que impedir que la población compre dólares? Es absurdo e inconsistente.

Los planes, acuerdos, trabas, sermones, aprietes y demás, solamente muestran la impotencia oficial. Una impotencia que tal vez se torne en cierta forma de violencia insultadora, como está ocurriendo. O más bien como sigue ocurriendo.

Si la población está hoy en condiciones de entender que en los procesos inflacionarios llega un momento en que la culpa deja de tenerla el comerciante de la esquina para pasar a tenerla los gobernantes, no lo sabemos. Pero en algún momento tal cosa ocurrirá inexorablemente.

En el momento de mejor distribución del ingreso en la Argentina, a mediados de los 70 con la "inflación cero" de José Ber Gelbard, los precios estaban todos fijados y controlados por el gobierno. Los índices mostraban que tal distribución era ideal, pero cuando uno iba al mercado las estanterías de los entonces Minimax estaban vacías. En los papeles todo estaba muy lindo, pero la realidad se mostraba muy diferente.

El camino seguido por los actuales gobernantes conducirá a algo muy similar a lo descripto. La impotencia está en pretender atacar la inflación atacando las consecuencias, como Diocleciano en el siglo III de nuestra Era. Y lo que es peor: al mismo tiempo el propio gobierno retroalimenta las causas. Y para colmo continúa con la política de mentiras estadísticas. Un verdadero cuadro surrealista.

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