GRAVEDADES VEDADAS
Por Gabriela Pousa (*)
Mucho ruido y pocas nueces. A pesar de la grandilocuencia de las palabras que se están utilizando, de las acusaciones cruzadas, de las quejas y reclamos, nada está cambiando sustancialmente en la Argentina. Hay sí, claros síntomas de maquillajes adulterados y, a lo mejor, algún decorado que varía tratando de infundirnos la sensación de algo nuevo sin serlo.
Las recientes declaraciones de Carlos Reutemann no ayudan y hasta pueden leerse como un nuevo triunfo de Néstor Kirchner quién, además, las ha provocado. La concepción de la política como guerra o batalla abierta es la que ha caracterizado al quehacer político kirchnerista desde el vamos.
Néstor Kirchner asumió abriendo una contraofensiva directa contra la Corte Suprema de Justicia. Casi simultáneamente descabezó la cúpula de las Fuerzas Armadas sin causa alguna. Nadie dudaba a esa altura que, el Ejercito por ejemplo, estaba subordinado a la Carta Magna como pocas veces supo estarlo. Sin embargo, se infringió un daño cuyo costo aún resta de ser saldado.
Se reabrieron heridas y se cercenó a una sociedad que había madurado los sucesos acontecidos en el pasado. Hoy, el retroceso es mayúsculo, y la década del 70’ surge como una suerte de trofeo de guerra para el ex mandatario en su afán por sostener el gobierno, anclado al manoseado concepto de “derechos humanos”.
La necesidad de contar con un enemigo, aún en tiempos de viento de cola que favorecieron el crecimiento, hizo que el ex mandatario arremetiera también contra el clero, el empresariado avaro, y hallara luego, en el campo, el enemigo más avezado a la hora de vencerlo.
Sin desestimar esa lucha que está costando demasiado caro, eligió primero a Mauricio Macri como adversario y, hoy, situó a Carlos Alberto Reutemann en el mismo plano. Dejó de lado a Francisco de Narváez por la lógica razón de que un colombiano no puede acceder a la Presidencia de la Nación (salvo modificación de la Constitución cuya letra, sin embargo, es preclara amén de que al diputado electo le interesa -o interesaba- el conurbano)
Néstor Kirchner necesitaba adrenalina, y sobre todo necesitaba un enemigo para poder sentirse como pez en el agua. A juzgar por los exabruptos del ex piloto de Fórmula Uno, consiguió que su presa acuse recibo del juego que proponía.
En ese terreno, los temas se dispersan. Ya bastante distracción aportan los “goles liberados”, sin embargo cuánto mayor es el despliegue mediático entre sandeces que no aportan un ápice a lograr un país mejor, más suma el oficialismo a su favor. Sigue ganando tiempo a costas de la pérdida de oportunidades de todo el resto: “oposición” (valgan las comillas claro), y sociedad sin más reacción que un ceño fruncido y un sentimiento de envidia hacia países vecinos donde caben dirigentes sensatos y pueblos unidos. (Recomiendo el artículo “Amamos el Fracaso” en este mismo sitio)
Adentrarse en el juego de las agresiones no conduce a salida alguna para la desidia que somete a la Argentina. Denunciar conspiraciones sin que la Justicia actúe tampoco surte demasiado efecto. La ira del senador electo por Santa Fe, apenas si sirve para saberlo vivo. Amén de ello, no aporta nada.
Si un dirigente político no puede soportar la presión de quién, guste o no, tiene el poder (legítimo o no) menos todavía podrá dirigir un país donde la afrenta se ha tornado cotidianeidad, rutina.
Por otra parte, en el momento en que la sociedad clama por moderación y ausencia de mal trato, una agresión como la esgrimida no aporta soluciones.
Nuevamente, Kirchner se salió con la suya. Mientras estas naderías se suceden perdemos el foco de atención.
Lo grave no es el veto de una ley sino la falta de representantes del pueblo capaces de leer aquello que firman y sancionan en el recinto, porque ello habla de una absoluta falta de respeto hacia quienes los situaron allí.
Lo grave no es que no haya acuerdo en el horario en que deben cerrarse las ‘discos’, lo grave es cómo se cuida el kiosco propio en detrimento del otro. Está claro que no se curan las adicciones con relojes, pero mirando el propio ombligo, los males nos ganan.
Lo grave no es que Néstor Kirchner avasalle los derechos de todos, sino que nadie se alce en nombre de la democracia y la Constitución para evitar que eso suceda con la impunidad con que viene sucediendo desde hace ya tanto tiempo…
Lo grave no es que los políticos aspiren a la Presidencia de la Nación. Lo grave es que no haya en ellos otro objetivo ni otra pasión, y estén cegados por el afán de poder que no logran siquiera hacer valer desde una banca o una gobernación.
Lo grave no es el porcentaje de pobres. Lo grave es que la miseria avanza por la apatía generalizada, y todos hablan pero nadie hace nada.
Lo grave no es que se rompa un bloque opositor. Lo grave es que ese bloque se conformó acorde a un plan y a un consenso que no se respetó.
Y así podría enumerarse un sinfin de ‘gravedades’ que acosan a nuestro país, todas tan distantes de ser las que coyunturalmente se discuten como temas primordiales.
Enredados en la trama oficialista, jugamos todos el juego que el matrimonio presidencial quiere que juguemos. Le damos ‘quórum’ a sus caprichos. Somos, si se quiere, funcionales a un poder que socaba libertades y a una “oposición” que no se opone más que a no ser ellos quiénes ocupen el sillón de Rivadavia aunque se esté lejos (o no) de la próxima elección.
Cegados con las ampulosas declaraciones que duran lo que un castillo de naipes cuando sobreviene un tifón, ensordecidos con gritos y distracciones que engañan porque -en rigor de verdad-, son la cuna de la preocupación posterior, seguimos dilapidando el tiempo como si fuésemos eternos.
Y si bien se mira, se podrá ver que, tal vez, ya estamos muertos…
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