miércoles, 17 de febrero de 2010

REVERENDA MENTIROSA


Río Negro - 17-Feb-10 - Opinión

http://www.rionegro.com.ar/diario/opinion/editorial.aspx?idcat=9542&tipo=8

EDITORIAL
La vida secreta de Cristina

Puesto que Cristina Fernández de Kirchner es presidenta de la república desde hace más de dos años, no debería haberle sorprendido que haya motivado cierto escepticismo la afirmación, en el transcurso de una entrevista televisiva, de que, junto con su marido, a comienzos de 1976 pasó un mes entre rejas en Santa Cruz por razones es de suponer políticas. Después de todo, a partir de la restauración de la democracia el haber sido un preso político en aquellos tiempos es considerado un honor, de suerte que extraña que la presidenta no haya aprovechado en muchas otras ocasiones su propia experiencia para contestar con contundencia a quienes la acusaban de no haber hecho nada cuando el gobierno peronista primero y entonces su sucesor militar violaban diariamente los derechos humanos de sus adversarios. También extraña que Cristina no se haya esforzado por corregir los errores cometidos por quienes escribieron libros y artículos periodísticos en que señalaban que ella y su marido se mudaron a Río Gallegos desde La Plata en julio de 1976, dato que, de verificarse, sería incompatible con sus afirmaciones autobiográficas recientes. Y aunque el que no haya quedado ningún registro oficial de la detención puede atribuirse al escaso respeto por las normas que era típico del país cuando Isabel Perón oficiaba de presidenta, convendría a todos que Cristina consiguiera encontrar evidencia concreta que sirviera para respaldar lo que para la mayoría fue una revelación tardía. De lo contrario, muchos la tomarán por una mitómana que, consciente de que su pasado real no encajaba en "el relato" épico que quisiera protagonizar, decidió inventar otro que a su juicio sería más acorde con sus pretensiones.

No es cuestión de un asunto menor. Si bien en sociedades como la nuestra en que abundan los políticos, periodistas e intelectuales que, por razones comprensibles, se sienten constreñidos a minimizar la importancia de ciertos detalles de su trayectoria y exagerar la de otros, quienes alcanzan la cima del poder, como han hecho Cristina y su marido, no pueden darse el lujo de alejarse demasiado de la verdad. Si lo hacen, correrán el riesgo de proveer de municiones a los resueltos a humillarlos. Asimismo, la forma airada en que la presidenta reaccionó ante el matutino porteño "La Nación" que al informar de la entrevista llamó la atención sobre las discrepancias entre sus afirmaciones y las formuladas en distintas oportunidades por su marido, no ayudó en absoluto a convencer a quienes insisten en que en los años setenta la pareja procuró mantenerse alejada de la convulsionada vida política, aunque dicen que Néstor Kirchner sí estuvo preso por un par de días en que fue tratado bien por las autoridades locales.

Como ya le es habitual, Cristina optó por aprovechar las dudas manifestadas por "La Nación" para reanudar su ofensiva contra "los medios", los que, según ella, han pasado "al estadio de histeria y paranoia mediática de inventar, de difamar y de tratarme de mentirosa", porque "no les gusta nuestra política de derechos humanos". Aunque hay algunos a quienes no les gusta dicha política, el desprestigio del gobierno kirchnerista no tiene que ver con el tema, ya que se debe casi por completo a los crasos errores económicos, comenzando con la resistencia a entender que la inflación se ha convertido en una preocupación generalizada, a la corrupción rampante, al desdén arrogante que muestra por las formalidades democráticas y a su negativa a permitir que los resultados de las elecciones legislativas del año pasado modifiquen su conducta prepotente. Mal que le pese a Cristina, el "relato" favorecido por virtualmente todos los medios independientes desplazó el suyo hace mucho tiempo, razón por la que es lógico que muchos hayan expresado incredulidad ante su alusión al mes que dice haber pasado detenida en Río Gallegos. El escepticismo se debe a que, por tratarse de un episodio que de haberlo mencionado con mayor frecuencia le hubiera beneficiado mucho en su esfuerzo por desempeñar el papel de defensora valiente de los derechos humanos, cuesta creer que haya preferido minimizar su importancia durante tanto tiempo, absteniéndose de alardear de una experiencia que le hubiera permitido silenciar a sus críticos más mordaces.

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