domingo, 3 de octubre de 2010
FALTA DE EDUCACIÓN
Impera la falta de educación
Hemos pasado de una sociedad donde los maestros castigaban a los alumnos con una regla en las uñas, por tenerlas sucias, a que los alumnos quemen el pelo de una maestra para sólo divertirse.
Mi abuelo decía que los extremos son siempre malos y cuando una sociedad pasa de un extremo a otro sin lograr un equilibrio nada bueno puede augurársele.
Los años debieran dar la experiencia, sabiduría y madurez necesarias para lograr el punto ideal en un tema tan importante como es la educación. El respeto entre "el maestro y el alumno" y la aceptación de que el primero es quien debe decidir las pautas para llegar al objetivo final, que es formar a los niños y adolescentes para que incorporen el tesoro que significa ser educados.
Días atrás, mientras enseñaba tenis a un grupo de niños de entre 10 y 13 años, comprobé nuevamente la decadencia actual en lo que respecta a ejercer el rol de maestro en cualquier área, sea deportiva o cultural.
Repitiendo comportamientos habituales en los colegios donde estudian lo que desean, por medio de imponer programas que les permitan lograr ese objetivo, al iniciar la clase, los niños y las niñas intentaron imponer lo que querían hacer sin siquiera hacer lugar para otras alternativas: "¿Podemos hacer esto?". "¡Ay! ¿Por qué no hacemos esto otro, que es divertido?". "Nooo, esto es un embole. No, esto no lo hagamos, siempre lo mismo. Sos un aburrido". Estas frases son unas de las tantas que se pueden transcribir y que, desde el primer minuto de clase, escuchamos de los niños los profesores de tenis.
Cuando algunos de los educadores nos oponemos a estas demandas, tratando de ejercer nuestra profesión como creemos que debemos ejercerla, allí comienzan los problemas. Nos tenemos que enfrentar con chicos mal predispuestos, sin actitud, desganados, con malos modos.
Les comunico que primero haremos la parte técnica de la clase y, al final, en los últimos minutos, realizaremos los juegos que quieren y que no son útiles; menos para aprender tenis. Igualmente, algunos se retiran u optan por otro profesor que se somete a lo que ellos reclaman.
Ni hablar cuando les pido que juntemos entre todos las trescientas pelotas que están diseminadas por la cancha. Lo habitual es que reciba respuestas del tipo "Yo no junto, ¿por qué tengo que juntar?, papá paga la escuela, juntá vos". Muy pocos acatan esta consigna sin oponer un pretexto o, mejor dicho, un pretexto ad hoc; otros se hacen los distraídos y comienzan a hacer juegos entre ellos, evitando así juntar alguna pelota. Finalmente, la mayoría de los profesores termina haciendo esta tarea. Incluso, cuando llega el final de la clase, los padres, viendo la situación, expresan a los gritos: "Ay, Jonathan, vení rápido; nos tenemos que ir; estoy muy apurada" o "no juntes, que me están esperando". Y esos niños que nunca obedecen a sus padres, en esta ocasión, esgrimen: "Viste, me llamaron y me tengo que ir; juntá vos solo".
Similar a lo que ocurre en los colegios o escuelas, los chicos se niegan a aprender las normas del deporte, sólo que aquí no resulta tan importante, ya que el niño, en el peor de los casos, no sabrá jugar al tenis. Con la educación es totalmente distinto. El resultado esperable es que no sabrán leer ni escribir ni interpretar ni nada que los pueda ayudar a desempeñarse en el futuro, y esto sí que es grave.
El comportamiento en el deporte iguala al que tienen en las escuelas. Pésimo, la mayoría de las veces. Mis colegas tienen miedo de sincerar la situación, ya que, en muchos casos, están abrumados por la situación económica. Se callan porque también enseñan a los padres de estos menores y temen perder los clientes; entonces, es mejor no decir nada e, hipócritamente, elogian al niño: "¡Qué perfeccionista es Jonathan! Para nada es maleducado, él se enoja porque quiere perfeccionarse y ser el mejor; no importa que a mí no me haga caso, cuando sea grande ya madurará" y la madre o padre se van felices, porque escucharon lo que querían escuchar, aunque, en la realidad, su hijo sea un malcriado e irrespetuoso que no obedece a nadie.
La experiencia nos revela que, con el paso del tiempo, el comportamiento y el respeto se han ido perdiendo en forma alarmante. Quienes intentamos mantener ciertos valores, como el respeto al mayor, al profesor, el hacer de una clase el lugar donde el chico pueda aprender un deporte que, seguramente, disfrutará mucho al cabo de unos años, somos tildados de antiguos, carentes de "onda" con los chicos o que tenemos mal humor.
Aunque seamos abiertos en algunos aspectos, no seremos considerados nunca profesores "buenos", sino autoritarios, malhumorados y obsoletos.
Muchos de mis colegas, ante tanta frustración, ceden y, finalmente, hacen lo que los chicos les imponen y demandan. Así, todos quedan contentos, alumnos, padres y profesor que no tiene problemas con ninguno, aunque sabe, en el fondo, que los chicos nada aprenderán y serán mediocres en el deporte que practiquen.
Un comportamiento sorprendente se repite entre los padres y es el siguiente: Cuando sus chicos, en algún momento, se anotan en una competencia y pierden de manera contundente, momento en que comprueban que no aprendieron nada, se dirigen a los profesores pidiéndoles explicaciones de por qué su hijo tuvo tan baja performance: "¿Qué le enseñaste a Jonathan? ¿Para esto te pago?". "El otro chico que le ganó entrena seis veces por semana y hace gimnasia y el mío nada; así no va a jugar bien nunca; además, vos no le enseñaste táctica ni a jugar los partidos. Imponete un poco, obligalo a entrenar; si no, decime a mí, que este va a ver".
Estas palabras son típicas de la mayoría de los padres cuando ven perder al hijo y las demandas hacia el profesor para que se imponga duran lo que un suspiro. El niño seguirá haciendo lo que él quiera y contará con el apoyo de sus padres, que aprobarán todos y cada uno de sus malos comportamientos.
Para finalizar, relato el último hecho con un alumno de diez años y la reacción de sus padres: El niño ha sido casi expulsado del colegio al que concurre, tiene problemas de conducta y de relación en todos los lugares que frecuenta y ha iniciado un tratamiento con terapeutas, dadas sus repetidas inconductas. En una de las clases, no hizo caso a ninguna de las pautas que expresé, no juntó las pelotas y me faltó el respeto con palabras irreproducibles, lo que provocó que lo echara de la clase. Una hora más tarde, cuando yo había terminado mi jornada laboral, el padre se acercó y, amablemente, me pidió explicaciones sobre lo ocurrido. Hablamos durante diez minutos y, finalmente, me dijo: "No sé qué hacer, se porta muy mal, no hace caso a nada ni a nadie, está en tratamiento, pero, por ahora, no evidencia resultados positivos".
Se retiró el padre y, a los pocos minutos, vino la madre, a quien yo había visto conversando con su marido. Yo estaba reunido tomando un café con dos señores, no obstante, la mujer interrumpió la conversación y, con tono imperativo, preguntó: "¿Qué pasó con Jonathan?". Respondí que había conversado sobre el particular con su marido, con quien la había visto hablando. En tono más alto, redobló: "Sí, pero ahora quiero saber yo qué pasó" y me repitió "¿Qué hizo?".
Le respondí: "No hace caso a las pautas, no realiza los ejercicios, no junta pelotas, se pelea con los compañeros, me faltó el respeto y entonces consideré necesario separarlo del grupo, dado que, además, era contraproducente para los demás alumnos, que veían cómo los minutos pasaban por su mal comportamiento y el grupo perdía la concentración. "Decime ahora mismo qué te dijo y cómo te faltó el respeto". En este punto, me levanté y le contesté a la madre: "Ahora entiendo por qué tu hijo tiene esa mala conducta. En primer lugar, mi horario terminó y estoy manteniendo una reunión cuyo motivo desconoces. Te presentás abruptamente a pedir explicaciones cuando ya sabés lo que ocurrió, porque tu marido te puso al tanto. Por favor, te ruego me disculpes, ahora no te puedo atender. Debo seguir la conversación que estaba entablando con estas dos personas".
Al finalizar ese sábado, mi cabeza giraba a mil revoluciones por segundo. ¿Chicos maleducados, malcriados, incontrolables o padres maleducados, malcriados e incontrolables? Como siempre aclaro, estos comportamientos y hechos tienen excepciones. Seguramente, hay padres e hijos que se comportan correctamente, sin tener nada que ver con lo que acabo de describir. Esos padres e hijos constituyen la excepción que confirma la regla de la falta total de educación imperante.
Alejandro Olmedo Zumarán es abogado; reside en Buenos Aires.
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