lunes, 4 de octubre de 2010
FINAL DE CICLO
Por Eugenio Paillet (de La Nueva Provincia)
Señales de final de ciclo
La sobreactuación del matrimonio Kirchner en torno de la crisis ecuatoriana, apurada, antes que nada, por cultivos locales y por un estilo hegemónico y autoritario para ejercer el poder que encuentra en Hugo Chávez a su gran referente, y del que Cristina y Néstor son discípulos avanzados, no ha logrado disimular nuevos indicios puntuales que refuerzan la impresión del fin de ciclo inexorable que parece cernirse sobre ellos y sus deseos de perpetuarse en el gobierno.
Tampoco ha conseguido desviar la atención sobre ese punto la conveniente cobertura que, desde el gobierno y sus sectores aliados, procuraron a la violencia verbal de Hebe de Bonafini contra los miembros de la Corte Suprema de Justicia. O, si se quiere, no logra esconderse detrás del enorme retroceso en la imagen hacia el exterior del país que significa la decisión de Cristina Fernández de escamotear a la justicia chilena al guerrillero acusado de asesinar a un senador de ese país en plena democracia y negar la extradición reclamada por los jueces y la administración de Sebastián Piñera.
Cada uno de esos temas tan actuales de las últimas horas merece análisis puntuales y por separado, para poner al descubierto algunas maniobras del gobierno destinadas a disfrazar la realidad interna, que es la que, pese a todos los esfuerzos que despliegan los gobernantes y la impresionante propaganda oficial, no logra modificar. El caso más grave es el incidente con Chile, por la decisión de dar protección en la Argentina a un ex guerrillero acusado de haber cometido crímenes en democracia, que va a afectar gravemente la relación bilateral con el gobierno de Piñera, que tanto había costado construir desde aquel momento en que sectores aliados de los Kirchner vinculados con los derechos humanos pregonaban un trato distante hacia el nuevo mandatario, cuando asumió en reemplazo de Michelle Bachelet, por ser "de derecha".
Bonafini fue, cuándo no, la más dura, a la hora de prevenir a los Kirchner sobre cualquier otra decisión que no fuera la de dar asilo a Galvarino Apablaza Guerra, a quien consideran (status que Cristina Fernández avaló, cuando explicó la decisión a su colega trasandino, en la madrugada del viernes) un "perseguido" por la justicia chilena. Y ya se sabe que el matrimonio, decididamente, tiene un fuerte temor, antes que ningún otro sentimiento, hacia la desbocada mujer. Por lo demás, la impresión que queda, después de semejante destrato hacia la relación con Piñera y la sociedad política chilena, es que no sólo la imagen de la Argentina en el exterior resultará dañada.
Nadie se anima, en el gobierno, con seriedad, a responder cómo, al mismo tiempo, podrá pararse, desde ahora, la Casa Rosada, a la hora de reclamar al gobierno de Irán para que acepte enviar a juicio, aquí o en un tercer país, según la improbable vía de acción que reflotó la presidenta en Naciones Unidas, a terroristas acusados de haber cometido un crimen en plena democracia argentina, como el ataque a la AMIA.
Pero importa, además, y al margen de desmenuzar esas cuestiones con peso propio, señalar que, por debajo de la hojarasca con la que se mezclan asuntos tan mediáticos, aparecen nuevas y serias dificultades que tienen el gobierno, en general, y los esposos gobernantes, en particular, para imponer su idea de que todo lo que no responde a sus designios es una conjura destituyente o el accionar de oscuros poderes que buscan voltearlos.
Apenas una primera mirada al escenario permite señalar que el gobierno ha sufrido nuevas y sonoras caídas. Una, en el campo sindical, con la derrota del kirchnerista Hugo Yasky en la elección de la Central de Trabajadores Argentinos, donde triunfó el tándem que integran Pablo Michelli y Víctor de Gennaro, notorios opositores al matrimonio y a la prepotencia sindical que emana de la CGT de Hugo Moyano. La otra provino, una vez más, del Congreso, donde nada menos que incondicionales a ultranza del santacruceño (o, al menos, eso es lo que se suponía hasta no hace mucho), como Miguel Angel Pichetto y José Pampuro, votaron en contra del proyecto de ley de Glaciares que más agradaba a Cristina Fernández, y apoyaron el que finalmente resultó convertido en ley, que pone un freno a la inversión indiscriminada en la industria minera por parte de empresas, por lo general, amigas del poder. Y no alcanza para disimular el cimbronazo el rebuscado argumento de voceros de la Casa Rosada acerca de que a los senadores se les había concedido la "libertad de conciencia", a la hora de votar.
Quienes, desde sectores cercanos al oficialismo, analizan, entre signos de interrogación, las causas (reales, para ellos, o, para sectores independientes, ficticias o "armadas" por los medios para voceros de la Casa Rosada) de lo que sería una constante pérdida de poder por parte del matrimonio gobernante, y, en especial, del ex presidente, encuentran denominadores comunes: hasta la billetera de Kirchner ha dejado de ser un arma temible de cooptación por la fuerza.
Asimismo, algunas medidas de la administración, o los pasos dados por la pareja de Olivos en términos de mostrar un rencor creciente hacia quienes resisten la idea del pensamiento único que pregonan, han sumado más adhesiones del otro lado de la vereda del kirchnerismo que las que ellos mismos hubiesen deseado.
Una prueba palpable de estas horas sobre esa impresión ha sido aquella postura díscola de los senadores del Frente Para la Victoria frente a la ley de Glaciares. Pero se reforzó, sin nada de sutilezas, horas después, a través de un claro pronunciamiento de Miguel Pichetto sobre los jueces de la Corte Suprema de Justicia. "Son honestos y probos", dijo, en abierto desmarque de las vociferaciones de Bonafini o de aquella inoportuna frase de Carlos Zanini, cuando confesó, en Río Gallegos, que ellos habían puesto a la Corte "para otra cosa"; es decir, para que fallase según le conviniera al gobierno y no a los sectores que acuden en busca de reivindicaciones judiciales que consideran legítimas, como son las medidas cautelares contra la ley de Medios K.
La pregunta de hasta dónde los Kirchner son conscientes de la pérdida constante de la consideración de los sectores medios y altos de la sociedad que generan algunas de sus decisiones o sus discursos encuentra variada respuesta en el gobierno y en sus alrededores. Hay quienes, efectivamente, siguen la escena desde sus despachos de segundas líneas del poder con el ceño fruncido. Un ejemplo: un secretario de Estado que no pertenece al círculo cerrado donde se toman las decisiones del poder no pudo evitar un paralelismo entre el discurso del martes de Bonafini, llamando a echar a los jueces y a tomar el Palacio de Tribunales, con aquella quema del cajón por parte de Herminio Iglesias, en el cierre de la campaña electoral de 1983, que significó la tumba para la candidatura de Italo Luder y abrió la puerta al triunfo de Raúl Alfonsín.
En verdad, para algunos observadores, los Kirchner vienen quemando cajones de Herminio desde su derrota con el campo, en julio de 2008. Y han reforzado la cosecha en los últimos tiempos, con un discurso cargado de odio y rencor que espanta a los sectores sociales independientes o cercanos al peronismo, pero que reniegan de ese clima de permanente violencia verbal que baja desde el matrimonio y sus principales escuderos. O con empellones como el que vienen protagonizando contra los jueces de la Corte, en una actitud que de ningún modo sería descabellado sostener que va camino de colocarlos en los bordes del desacato a la ley.
Y no es una mera chicana de la oposición política, como pretenden en el gobierno: los Kirchner se han puesto, de algún modo, al margen de la ley, al no acatar los fallos del máximo tribunal sobre el caso del ex procurador de Santa Cruz o del ex guerrillero chileno al que se le acaba de otorgar asilo. Lo que es peor, lo han hecho con el añadido de insultos y agravios como los que descerrajó Bonafini, que, insólitamente, aplaudió de pie Gabriel Mariotto, de quien cabe preguntarse qué ecuanimidad podrá mostrar cuando le toque, como responsable de la aplicación de la ley de Medios K, coordinar la serie de audiencias federales que se vienen para terminar de acomodar la aplicación integral de esa norma. Sin contar con la propia andanada que les ha dedicado el matrimonio presidencial, alejado por completo de cualquier forma mínima, aunque en su fuero íntimo no lo sientan, de respeto por la división de poderes.
A ellos se refirió Cristina, el viernes, cuando dijo que, en el país, a propósito del motín policial que puso en jaque a Rafael Correa, en Ecuador, también hay "sutiles formas de desestabilización".
Pues bien, la respuesta a aquella pregunta es que a los Kirchner les importa poco y nada, a estas alturas, el consejo de sus operadores que les dicen que hay que recuperar a los sectores medios, para mejorar las chances electorales de cara a las presidenciales del año que viene. Suponen que con repartir netbooks y subsidios entre los sectores pobres del Conurbano bonaerense, donde abunda el clientelismo político, alcanza y sobra para sumar votos a la candidatura de él o de ella.
Ese interrogante se agiganta por el lado de lo que acaba de ocurrir en el plano de la inseguridad galopante que afecta a vastos sectores de la sociedad. Está visto y comprobado que al gobierno y a los Kirchner no los conmueven los muertos por la salvaje ola de violencia. El caso del joven asesinado en Ingeniero Maschwitz (que, para más datos, puso al descubierto, una vez más, la falsedad de las manifestaciones y las cifras oficiales acerca de la baja de los niveles de inseguridad o del desmantelamiento de las bandas dedicadas a secuestros extorsivos) no mereció una sola palabra de ningún funcionario del gobierno nacional. Tan afectos a utilizar Twitter hasta para intercambiarse recetas de cocina, las principales espadas mediáticas guardaron un penoso silencio.
Los Kirchner habían tomado nota de que el flagelo puede tener para ellos un correlato no deseado en las urnas del año que viene, cuando se produjo el bárbaro ataque a Carolina Píparo. Y ensayaron algunas frases de circunstancias. Pero rápidamente volvieron a las andadas. Igual de patética resultó la actuación de Daniel Scioli en medio del inmenso dolor de los familiares del infortunado joven Berardi y de toda una comunidad escaldada por este nuevo golpe. Montó un acto en La Plata a la misma hora en la que enterraban a la víctima, para felicitar a la policía por el éxito de la investigación, mientras entregaba patrulleros a intendentes provinciales y recurría en su discurso sobre cocinas de paco, narcotráfico, el 911 y su compromiso personal. ¿Desde qué lugar habla Scioli? El reclamo más escuchado, por esas horas trágicas, en dirección a los gobernantes, fue que protejan a los seres vivos y no que se regodeen con los resultados supuestamente exitosos de las investigaciones que se hacen sobre el cuerpo inerte de las víctimas. De nuevas víctimas.
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