viernes, 1 de octubre de 2010
MALA YUNTA
Río Negro - 01-Oct-10 - Opinión
SEGÚN LO VEO
Cristina y Hebe
por James Neilson
Hebe de Bonafini habla sin nada que se asemeje a un pelo en la lengua. Si se le ocurre que le convendría calificar a los jueces de la Corte Suprema de "turros" que coleccionan "sobres con plata", lo dirá. ¿Comparte su opinión lapidaria, y grotescamente injusta, la presidenta de la República? Es de esperar que no, pero puesto que desde hace años trata a Hebe como si fuera su otro yo, Cristina vacilará mucho antes de correr cualquier riesgo de verse convertida en blanco de una catilinaria previsiblemente furibunda.
No bien los Kirchner se mudaron a la Casa Rosada decidieron incorporar a las Madres de Plaza de Mayo al "proyecto" que tenían en mente. Fue una maniobra muy astuta. En la Argentina y en el resto del mundo occidental las Madres eran, y siguen siendo, símbolos vivientes del respeto por los derechos humanos. Aliarse con ellas les permitió a Néstor y Cristina tomar prestada una parte de su prestigio. Cuando Cristina viaja al exterior le gusta verse acompañada por algunas. Y cuando el presidente norteamericano Barack Obama habló de la importancia de "las madres de los desaparecidos" que se animan a enfrentar el poder de dictaduras despiadadas en su discurso ante la Asamblea General de la ONU Cristina le agradeció por lo que entendió fue una alusión a su propia lucha. Aunque hay tales madres en docenas de países de tradiciones tiránicas, sabe que las argentinas son las más célebres y por lo tanto las más auténticas.
Para muchos, incluyendo a Cristina, el que éste sea el caso es motivo de orgullo patriótico. No debería serlo. Lejos de probar que en los años setenta del siglo pasado los argentinos sí eran derechos y humanos, como rezaba aquella consigna procesista, el protagonismo alcanzado por las Madres con mayúscula hizo que fuera aún más llamativo el silencio de los demás. Por supuesto, es comprensible que, una vez caída la dictadura, no sólo progresistas sino también muchos otros las adoptaran, transformándolas de miembros de una agrupación marginada en representantes fieles de un pueblo reprimido por los militares y su cómplices, ahorrándose así la necesidad de someterse a un examen de conciencia colectivo y personal que con toda seguridad les hubiera resultado doloroso. Es lo que hicieron los franceses después de la Segunda Guerra Mundial cuando, liderados por el general Charles de Gaulle, se esforzaron por convencerse de que virtualmente todos habían contribuido a la resistencia contra la ocupación alemana, mientras que muchos alemanes se aferraron al ejemplo que fue brindado por el puñado de personajes eminentes que se habían animado a desafiar a los nazis y otros se pusieron a hablar de la "emigración interna", dando a entender que en verdad nunca habían tenido nada que ver con los horrores perpetrados por el régimen de Hitler porque, sin decirlo a nadie, siempre lo habían resistido en su fuero interior.
Según algunos militantes kirchneristas, las Madres son "referentes morales". ¿Lo son? En vista de que, con escasas excepciones, se sumaron al movimiento que andando el tiempo adquiriría tanta importancia porque sus propios hijos habían caído en manos del régimen castrense, la suya no fue una rebelión "moral" sino una reacción natural frente a la brutalidad de quienes se habían apoderado del Estado con la aquiescencia de buena parte de la población del país. Desde hace miles de años, grupos de mujeres están más que dispuestos a arriesgar la vida propia en defensa de sus hijos, hermanos, padres y maridos. La gran poeta rusa Anna Ajmátova recordó que "en los años terribles del horror de Yeshov pasé 17 meses aguardando en las colas frente a distintas cárceles en Leningrado" con otras mujeres. En Cuba, las "damas de blanco" están haciendo lo mismo. Puede que andando el tiempo los cubanos que nunca harán nada para llamar la atención a su propia "resistencia" digan que ellos también simpatizaban con aquellas mujeres y que por lo tanto sería injusto acusarlos de haber colaborado, aunque sólo fuera desempeñando sus tareas por rutina, con la dictadura castrista.
Es preocupante que a tantos dirigentes políticos, jefes gremiales e intelectuales, la mayoría vinculada con el oficialismo actual, les parezca realmente extraordinario que, más de treinta años atrás, familiares de las víctimas de la represión ilegal hayan organizado manifestaciones públicas contra el abuso sistemático de los derechos humanos y que por lo tanto deberíamos continuar celebrando su coraje. Por fortuna, en aquel entonces las Madres de Plaza de Mayo no estaban solas, ya que los miembros de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de aquellos años también estaban muy activos, pero por razones políticas muchos quisieran minimizar el significado del aporte de sus dirigentes. De todos modos, se trataba de una minoría reducida que se sentía comprometida con una causa que no se haría popular hasta que la dictadura ya se batiera en retirada.
Fue sin duda inevitable que el tema de los derechos humanos terminara politizándose. En muchas partes del mundo ha sido apropiado por agrupaciones contestatarias, por lo común de retórica izquierdista, que están resueltos a hacer pensar que en última instancia las peores violaciones son obra de sujetos vinculados con el "capitalismo" o el "imperio norteamericano" y sus diversas ramificaciones planetarias. En la Argentina, los Kirchner han desarrollado una variante del discurso así supuesto, acaso por querer compensar décadas de pasividad con su conversión tardía a una causa que antes no les había interesado demasiado. Si no fuera por su activismo reciente, criticarlos por no haberse arriesgado cuando hacerlo era peligroso sería injusto. Al fin y al cabo, en aquellos tiempos la pasividad ante los abusos del poder era normal, razón por la que la irrupción de las Madres ocasionó tanta sorpresa.
¿Ha cambiado mucho desde entonces? Puede que sí, que ya hayan alcanzado una masa crítica en la sociedad los que se niegan a juzgar las violaciones a través de un prisma ideológico y que por lo tanto en la Argentina por lo menos "nunca más" sea algo más que una consigna optimista. Caso contrario, habremos aprendido muy poco de lo que, merced a la indiferencia mayoritaria, sucedió aquí cuando era considerado aceptable que de vez en cuando las fuerzas armadas se encargaran del gobierno del país, reemplazando a una clase política que se había acostumbrado a esquivar así sus responsabilidades, incluyendo, desde luego, las supuestas por el deber de defender los derechos fundamentales de todos sin excepción aun cuando se tratara de personas acusadas de pertenecer a organizaciones que rinden culto a la violencia.
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