EL ABSOLUTISMO VICTIMIZADO
(Por el Lic Gustavo Adolfo Bunse)
“Como salidos de un molde, los absolutistas destripan a cualquiera…
pero son diestros para llorar las amenazas mas pequeñas…” Albert Camus
El aprendiz de totalitario suele utilizar, para sus obras, algunos recursos que bordean la parodia.
Sus conductas públicas, necesitan representar aquello que él no es, y también aquello que no ocurre ni que jamás puede ocurrir.
Aún sin tener condiciones histriónicas, su necesidad de fingir y mostrar tornasoles confusos, lo pone en la senda obligada de la teatralizació n de cualquier episodio, apareciendo entonces allí, como un intrépido partisano de las tablas.
Y es de tales maneras, que termina haciendo una representació n burlesca de cualquier cosa seria.
Imágenes, humo y señales simbólicas grotescas, son todas sus herramientas. Tan precarias todas ellas, que tienen una sola precondición : Considerar a todos los destinatarios de su gesto como un conjunto de infradotados.
Antes bien, debe por eso insultar su inteligencia con cualquiera de aquellos abalorios, o acaso simplemente con una práctica de malabarismo en los extremos.
Exagera hasta el delirio, obligado por un libreto que ha copiado de otros y sobre cuyo resultado no tiene demasiada constancia.
Por tanto, exagera con miedo.
Bascula entonces entre el compadrito a la violeta y la víctima.
Para lo primero, necesita desplegar mucho más que acciones de confrontación serias. Y entra allí a ensayar balandronadas que lo presenten salido de quicio.
Quiere ser admonitor, pero ingresa en el territorio de la amenaza
Y de allí regresa, de un solo golpe, al otro extremo :
Al de la necesidad de victimizarse.
Una piedra cayendo de la montaña o un aerolito en su jardín, le sirven igual para escenificar un atentado en su contra.
Una sombra fugaz o un destello en la oscuridad, tanto dan para un barrido como para un fregado.
El atentado terrible de un camión que vuelca en una esquina, sirve para victimizar únicamente a alguien cuya cara de piedra y cuya fragilidad psíquica, lo han puesto en fuga de sus propias sombras.
Una crónica así, en un diario de Bagdad, alcanzaría para que hubiese que internar a todos los iraquíes con un ataque de risa.
Pero no hay siquiera una mueca de vergüenza en sostener algo parecido. Sólo porque la vergüenza es un sentimiento relativo a la existencia de la observación ajena y, por lo tanto, no funciona sin la noción de prójimo.
Se necesita formar una gran oleada de adhesiones a favor de la víctima y en contra de cualquier imagen fantasmal, sin importar la ridiculez del atuendo que traiga puesto.
El clamor de los advenedizos, seguramente, ha de arrastrar a miles de confundidos, a miles de indecisos y a la mayor parte de los ignorantes. Y allí esta, precisamente, la base de una adhesión tan artificial que los deja a todos bajo el mismo rasero.
Confusión e ignorancia muchas veces vienen envueltas en el mismo paquete.
Pero la victimización por amenazas es la parodia más traslúcida porque obliga a definir un peligro en su abierto contraste con las dimensiones y la proximidad que se han elegido para ataviarlo.
De allí al ridículo… hay un solo paso.
Y por haber sobre valuado la entidad y la seriedad de donde provienen las amenazas o los peligros que han elegido, resulta entonces que cuando se descubre la estupidez, quedan sólo dos opciones frente al ridículo :
a) Reconocer el error b) Aumentar la apuesta
Casi dictado por un inédito Manual del Victimizado, el aumento de la apuesta debe hacerse sólo por dos mecanismos :
El primero, es crear otras fábulas distintas sobre el atacante.
Entablillar su valor como amenaza.
El segundo, es agregar nuevos atacantes para dejarlo mezclado entre ellos y crear una especie de síndrome, que tape el primer hecho y consolide un escenario de amenazas simultáneas.
Se denuncian por ejemplo, ese mismo día, que hubo un ataque telefónico a la madre, un intento de secuestro a la hija de un hombre cercano y unas amenazas a otro funcionario.
La configuración de la víctima, queda así emparchada y a los tumbos, pero sigue produciendo adhesiones por piedad y por conmiseración. Nacidas ambas de la ignorancia o la sumisión.
Todo sirve en los límites impúdicos de la influencia oficial sobre lo efímero. Desesperados por fomentar la aclimatación de los incautos y los distraídos, prefieren y cultivan un ejército de pobres de carácter.
Prefieren una multitud que no se resista y que ceda mansamente a cualquier hipnotización, que los empuje, en masa, a perder su dignidad.
Reclutas de cartón, que “compren”, a ojos cerrados, desde lo infame hasta lo ridículo.
Multitudes de lacayos… que estén dispuestas, como ellos, a perder mucho más que la nobleza, cuando vean extinguido el último chispazo de su remordimiento.
Lic Gustavo A. Bunse
gabunse@yahoo. com.ar
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