lunes, 21 de mayo de 2007

LA ARGENTINA QUE SE DESDIBUJA

La Argentina que se desdibuja

Cuesta creer que el país tuvo una forma social regida por valores y principios. ¿Es normal que las impuntualidades de los trenes legitimen la destrucción de una estación?

PUNTOS DE ANÁLISIS
María Herminia GrandeEspecial para El Ciudadano

¿Se puede acusar a alguien de sus propias torpezas? El caso Skanska ha puesto a la luz de los ojos de quien quiera mirar (parece que hay una gran porción de la sociedad argentina que prefiere no hacerlo), un modo de ejercer el poder que se aleja de lo que las sociedades civilizadas ambicionan.
El arco de la realidad se completa con más destemplanza. Sin lugar a dudas Argentina está desdibujándose. Chorrea en sus actos descontrol. Y lo más grave, admite –su sociedad- que todo se consigue con violencia.
El tratamiento de los temas en Argentina guarda un paralelo con lo explosivo. Aparece, estalla, hiere y se diluye. A veces sorprende y otras veces no. Hoy Skanska cubre los espacios que debieran estar dedicados al análisis de una de las definiciones más duras, más categóricas que expresase en Brasil monseñor Bergoglio sobre lo que en Argentina al igual que la corrupción, no ha sido desterrado: los pobres.
Monseñor Bergoglio dijo que “los pobres sobran”. Esto debiese conmover a toda la sociedad argentina, sin distinción de ideologías ni de credos. De alguna manera Argentina hoy con sus excepciones, es una sociedad vertebrada por millones de autistas Personas que se mueven en sectores, que adquieren más forma de entes que de ciudadanos. ¿Alguien puede desde su accionar contradecir o corregir lo expresado por Bergoglio? Seguramente se oirán voces manifestando: “yo ayudo”; “yo colaboro”; “yo hago algo”. Y otras voces dirán ante semejante realidad: “no es poco lo que hacemos”; “se hace lo que se puede” o lo más cómodo: “siempre hubo pobres”. ¿Ignorarán los responsables políticos de la pobreza, que matemáticamente el Producto Bruto Mundial alcanza, si hubiese una justa distribución de la riqueza, para que todo hombre, habitante de este planeta, tenga sus necesidades básicas satisfechas? ¿Por qué si matemáticamente está el recurso económico, existen personas pobres? Por decisiones y prioridades que el poder marca. Por valores tergiversados y por una aceptación colectiva de que así debe ser. La contundente advertencia que expresó monseñor Bergoglio debiese ser incluida como preámbulo de todos los encuentros que en el mundo se hacen diciendo que se ocupan de la pobreza. Un reciente informe de Intermón Oxfam, titulado “El mundo aún está esperando” le da la razón a Bergoglio: los pobres sobran y se debiese agregar no le quitan el sueño a los responsables directos de su condición. Según este informe el objetivo de incrementar en 50 mil millones la ayuda exterior a la que se comprometieron las siete naciones más industrializadas y Rusia (G-8) en el año 2005, se verá incumplido en nada menos que 30 mil millones, el 60% de lo prometido. El incumplimiento de esas promesas va a condenar, como consecuencia de la pobreza, muerte y enfermedades perfectamente tratables a millones de personas, en su mayoría mujeres y niños. Por poner un solo ejemplo, la crisis de Darfur (Sudán) está ya en su cuarto año, y la cifra de personas que dependen allí de la ayuda internacional se ha duplicado hasta sumar cuatro millones. Gran Bretaña es el único de los siete países más ricos del mundo del globo que aumentó sustancialmente su ayuda. El caso de estados Unidos fue llamativo. Su aporte cayó un 13% y representó sólo un 0,17% de su PBI, lo que convierte a la superpotencia en el menos generoso de todos.
Hoy cuesta creer que Argentina tuvo en algún momento una forma social regida por principios y valores. Los sucesivos descuidos que sociedades y gobiernos vinieron haciendo de ellos, lleva al reduccionismo en el que hoy se vive; en donde educa mucho más Gran Hermano y Tinelli que los ámbitos pertinentes. ¿Puede educarse en un país donde el show degradante para la elección del rector de la Universidad de Buenos Aires se repite, como un rito, en forma similar en las distintas altas casas de estudio del interior del país? ¿Puede tomarse como un acto de normalidad que las impuntualidades horarias d e los trenes en Capital Federal, legitimen la destrucción de las instalaciones de la estación Constitución? ¿Puede justificarse que por considerarse oportunista la aparición en Santa Cruz de la ministra Alicia Kirchner, se la escupa, se le pegue, se la arrastre de los pelos? ¿Es correcto que un Presidente diga, en alusión a un empresario, que le va a dar patadas donde corresponde? ¿Por qué hoy la sociedad argentina admite que las muertes provocadas por terceros gozan de distintos estatus? El asesinato del camionero en Rosario, ¿no vale lo mismo que el del maestro Fuentealba en Neuquén? ¿Qué puede pretender y exigir de la sociedad un padre que vía recurso de amparo, pretende que su hijo sea promovido en la escuela? ¿Por qué la sociedad toda no “se hace carne” del pedido de otro padre que solicita la no promoción de grado de su hijo, porque considera que no ha aprendido? Desde largos años la sociedad argentina viene siendo victima y verdugo en la construcción del entramado social. Su falta de método y convicción, su desapego al cumplimiento de las obligaciones y los deberes, vienen silenciando la palabra, que se desdibuja por el cada vez más cercano grito de la violencia.

www.mariaherminiagrande.com.ar

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