martes, 30 de junio de 2009
NOCHE TRISTE
Río Negro - 30-Jun-09 - Opinión
Editorial
La noche triste de los K
Mientras que en las democracias consolidadas los mandatarios suelen entender que hay que conformarse con una parte del poder, ya que el sistema mismo se basa en la conciencia de que es mejor distribuirlo entre muchos, en sociedades autoritarias tratan de monopolizarlo, lo que supone hacer de la política un juego de todo o nada. Ha sido ésta la actitud del ex presidente Néstor Kirchner, razón por la que la derrota que acaba de sufrir a manos de Francisco de Narváez le ha resultado tan angustiante. A inicios de la campaña nos advirtió sobre que, a menos que triunfara su lista, el país podría precipitarse en el caos porque sin una mayoría dócil en ambas cámaras su esposa, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, no estaría en condiciones de asegurar la gobernabilidad. Pues bien: perdió la apuesta. Aunque Kirchner contó con todos los recursos del Estado nacional y la ayuda de una legión de candidatos "testimoniales", el electorado bonaerense -el 40% del nacional- acaba de repudiarlo. Y para que la derrota le fuera aún más dolorosa, muchos intendentes "testimoniales" del conurbano consiguieron más sufragios que él al darse los votantes el trabajo de cortar las boletas, subrayando de este modo elocuente su deseo de verlo humillado. Para colmo, incluso en su feudo natal, la provincia de Santa Cruz, los candidatos oficialistas fueron derrotados.
Los motivos del derrumbe del poder de convocatoria de Kirchner no constituyen un misterio. Una proporción sustancial de la ciudadanía aprovechó la ocasión brindada por las elecciones legislativas y por su transformación en un plebiscito sobre el matrimonio santacruceño para protestar contra el autoritarismo, la arbitrariedad, la corrupción, la inoperancia, la mendacidad y la soberbia que han sido los rasgos más notorios del gobierno del que es "el hombre fuerte". Según la presidenta Cristina, el domingo la gente votaría a favor o en contra de lo que llama "el modelo", pero lo que importaba no eran las distintas opciones socioeconómicas frente al país sino las características personales de una pareja célebre por su falta de respeto por quienes no comparten sus opiniones. Para muchos, la naturaleza del gobierno kirchnerista sólo se hizo evidente el año pasado cuando declaró una especie de guerra santa contra los productores rurales, tratando hasta a los chacareros más pobres como "oligarcas" y "golpistas", además de acusar a los medios de comunicación de prestarse a una conspiración equiparable con las urdidas en otros tiempos por los jefes de las fuerzas armadas. A partir de entonces, la brecha entre los kirchneristas y el resto de la sociedad siguió ampliándose. El domingo pasado se formalizó la ruptura.
La presidenta Cristina tendrá que optar entre resignarse a ser una mandataria "normal" en una democracia "normal" en que, como sucede con cierta frecuencia en otros países, no hay ningún bloque hegemónico y por lo tanto le es necesario invertir mucho tiempo y esfuerzo en la búsqueda de consensos, y procurar seguir como antes, haciendo gala de un estilo que es llamativamente autocrático. Puesto que desde hace muchos años la presidenta y su marido están acostumbrados a ser obedecidos por la mayoría de los legisladores, no le será fácil en absoluto adaptarse a las nuevas circunstancias, pero mal que le pese continuar como si la derrota electoral no hubiera cambiado nada no constituye una alternativa. Mucho dependerá de su forma de interpretar el mensaje que le han enviado los votantes no sólo de la provincia sino también de otros distritos importantes, como Capital Federal y Córdoba, en los que el Frente para la Victoria apenas logró el 10% del total. Si Cristina comprende que la gente quería decirle que no le gusta del todo el arreglo actual según el cual ella cumple un papel protocolar mientras que su marido desempeña el de presidente de facto, le será posible completar su período en el poder aunque sólo fuera porque los fortalecidos por la elección preferirían que el país se ahorrara una crisis institucional de desenlace imprevisible. Si se niega a acusar recibo del mensaje electoral, el antikirchnerismo virulento que se manifestó a través del voto no podría sino intensificarse cada vez más, lo que haría casi inevitable que su gestión terminara de forma traumática tanto para ella y su marido como para el país.
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