lunes, 29 de junio de 2009

UNA PASTILLA......


Una pastilla para el día después
por Susana Viau

Ni aún con un triunfo agónico en la provincia de Buenos Aires hubiera podido Néstor Kirchner declararse ganador de la jornada. Perdió desde Salta a Santa Cruz, un lugar de profunda significación para la Presidenta y para el candidato derrotado, su provincia, su feudo. Una catástrofe en el plano simbólico, pero de escaso peso a la hora de la verdad: lo relevante es que Kirchner y el Gobierno quedaron relegados al cuarto puesto en la Capital, el segundo distrito en orden de importancia; se ubicaron cuartos en Córdoba, el tercero; se colocaron terceros en Santa Fe, el cuarto; segundos en Mendoza, el quinto, y segundos también en Entre Ríos, el séptimo, donde su desastrosa performance arrastró al peronismo entero. A eso es difícil llamarlo una victoria. La tendencia que comenzaron a marcar los muestreos posteriores al cierre de los comicios -y que habían advertido desde muy temprano los armadores de Francisco de Narváez y Felipe Solá-, hacia la noche parecía inapelable. No por los tres puntos de diferencia sino por la magnitud de ciertos resultados: el PROperonismo perdía en La Matanza por cuatro puntos, ganaba en San Martín y en Lanús. El empresario había logrado perforar el territorio que Néstor Kirchner y Daniel Scioli creían tener amarrado y esa evidencia oscurecía el futuro. El pretil sobre el que el Gobierno hizo caminar la campaña lo abocaba a una crisis política. La derrota del 28 carece de importancia en comparación con la realidad a la que tendrá que hacer frente a partir del 29.

En previsión de este desenlace, algunos integrantes de la Liga de Gobernadores tenían resuelto viajar a Buenos Aires para discutir con Kirchner y establecer nuevas reglas en la relación. Los intendentes del conurbano mostraron ayer el corto alcance de su fidelidad y facturarán con creces la reapertura de los concejos deliberantes a un radicalismo que había sido desalojado de ellos. Al presidente del PJ el aparato se le ha escapado de las manos.

Es de imaginar que, en silencio, el éxodo comience a hacerse sentir en el Senado de la Nación y en la Cámara de Diputados. Los legisladores aspiran a seguir teniendo vida después de los Kirchner. Además de la aparición de insumisos y desertores, el hasta ayer poderoso matrimonio deberá asumir los aumentos de tarifas postergados hasta después de los comicios, los pedidos de aumentos salariales que el moyanismo aceptó dilatar, la caída del velo del INDEC, el agujero negro de la ANSES, la declaración de una emergencia sanitaria, el estallido de una pandemia y el estado ruinoso de la infraestructura de salud. Para pilotear la situación, el oficialismo debería sentarse a negociar. Sin embargo, para que la alternativa sea practicable hay un escollo llamado Néstor Kirchner. Y ni él, ni su esposa, ni la mesa chica saben perder. Ésa ha sido la lógica que jalonó el declive y abre un signo de interrogación sobre los próximos dos años. Eso explica, asimismo, que después de una patética irrupción televisiva del secretario de Medios, Enrique Albistur, y del vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, anunciando imposibles, nadie del Gobierno haya dado la cara para informar de una derrota que no podían digerir. Eso explica la enojada, desesperada, llegada de Scioli hasta la habitación que ocupó la pareja patagónica en el hotel Intercontinental para exigirles que se hicieran cargo de lo sucedido. Y para algo más: para advertirles que no admitiría retoques a los resultados. Tal vez aludiera a los circuitos 635, 635 A, 635 B, 635 C y 635 D, de La Matanza, donde los fiscales informáticos de la oposición observaron curiosas diferencias con otras cifras del partido e incluso del mismo barrio. La confusión entre autoridad y soberbia, esa imperiosa necesidad de mandar, es lo que la Presidenta y su marido deberían cambiar a la luz del terremoto que se acaba de llevar puestos sus años de bonanza. Para desgracia de ellos, nuestra, de todos, quizá sea eso lo que no cambie en lo que queda de mandato.

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