lunes, 25 de octubre de 2010
OBSECUENTES
LOS OBSECUENTES
Por Jorge Omar Alonso
La cultura política argentina acredita una larga tradición de obsecuencia. Así se refería La Nación en un editorial, poniendo de manifiesto una característica muy acentuada dentro del régimen kirchnerista.
Juan Domingo Perón se cansó de escuchar cómo sus seguidores le decían a coro: "Perón, Perón, ¡qué grande sos!"; no obstante cuando ocurre la Revolución Libertadora del 55 nadie de los que “daban la vida por Perón” fueron en ayuda de su líder.
A los Kirchner habrá de pasarle algo idéntico en su hora póstuma.
Los D´Elia, las Bonafini, los Moyano y todo esa patética corte de aduladores que los rodean, llegado aquel momento harán “mutis por el foro” muy convenientemente.
La historia ha dado cuenta abundantemente de esta especie de ratas, que abandonan el barco cuando asumen nuevos amos a quienes prestar servicio.
Escribió Hannah Arendt que es muy característico de los movimientos totalitarios, la sorprendente celeridad con la que son olvidados sus dirigentes y la sorprendente facilidad con que pueden ser reemplazados.
Agregaba no obstante que dichos regímenes mientras se hallan con vida, gobiernan contando con el apoyo de las masas hasta el final.
Es una conducta ya afirmada en gobernadores, secretarios de estado, ministros, consejeros, parlamentarios y funcionarios de distintos estamentos, la obsecuencia más extrema y abyecta dirigida a no desagradar a la pareja imperial.
Esto los ha convertido en funcionarios-esclavos.
Dentro de los cuales no hay que olvidar aunque no integren el elenco estatal, pero con el mismo grado superlativo de obsecuencia a empresarios, sindicalistas, intelectuales, artistas y el periodismo complaciente.
El régimen se encuentra inficionado por esta política patológica.
Un cabal exponente lo constituye el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, de reconocidas aptitudes de subordinación-sumisión a los designios y el mal trato de Kirchner.
Vapuleado y ninguneado cuando vicepresidente, es cabal exponente del total e incondicional alineamiento a quien suele humillarlo.
Siempre presente como ladero de Kirchner en cuanta concentración este irracional lo arrastre, supo estar en ese denigrante “meeting” en el sur del País, el que llegó a constituirse en una demostración de ataque contra unos de los poderes de la Nación.
Había escrito Max Weber con relación al dominio que este se basa en la devoción de los dominados al “carisma” puramente personal del “caudillo”.
Dice el sociólogo alemán que la devoción al carisma del profeta o del caudillo, significa que éste pasa por la llamada que hace que los dominados no se someten en virtud de costumbre o estatuto, sino porque creen en él.
Sin duda, él mismo, si es algo más que un vano y limitado advenedizo, vive su propia causa, “persigue su misión”.
Pero la devoción de su séquito, sus apóstoles, sus secuaces o sus partidarios, se dirige a su persona y sus cualidades.
En cada concentración que elucubra Kirchner sea para el motivo que fuere, se puede ver esa devoción que le brindan sus secuaces, sean gobernadores, intendentes, ministros.
Y en este caso no hay duda de que hay que hablar de secuaces. No cabe otra calificación de las dadas por Weber.
Es peculiar el caudillaje político en América Latina, primero en la figura del demagogo y del jefe de partido, que creció en el ámbito del Estado constitucional.
En el Estado moderno, el verdadero dominio, que no consiste ni en los discursos parlamentarios ni en las proclamas de monarcas sino en el manejo diario de la administración, se encuentra necesariamente en manos de la burocracia civil.
En el caso específicamente argentino, el dominio casi esclavista ejercido sobre gobernadores, intendentes, agrupaciones piqueteras y de las proclamadas de “derechos humanos”, se ejerce mediante el manejo indiscriminado y a voluntad de la “kaja”, por parte del ilegitimo que maneja el poder de la Nación.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué necesita de todos ellos?
Los movimientos totalitarios dependen de la pura fuerza del número, escribió Hannah Arendt.
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