sábado, 31 de marzo de 2012
DISCIPLINA
Una cuestión de disciplina
Como es habitual cuando se propaga la sensación de que la economía ha ingresado en una etapa muy complicada y que al gobierno no le será nada fácil solucionar los problemas que día tras día siguen surgiendo, el tema de la corrupción se ha acercado a la cabeza de la lista de preocupaciones ciudadanas. En esta oportunidad el "emblemático", la persona que tiene el privilegio ingrato de simbolizar el mal, es el vicepresidente Amado Boudou, y las sospechas que ha motivado su relación con la empresa Ciccone se han visto intensificadas por la resistencia a defenderlo de otros miembros del elenco gobernante. Aunque a esta altura entenderán que la situación incómoda en la que se encuentra Boudou está perjudicando enormemente al gobierno nacional y, sobre todo, a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, tanto el ministro del Interior, Florencio Randazzo, como el ex jefe de Gabinete Aníbal Fernández acaban de coincidir en que no se les ocurriría "poner las manos en el fuego" por nadie, de tal manera insinuando que, si bien dicen confiar en "la honestidad y buena fe" del primero en la línea de sucesión presidencial, siguen siendo reacios a comprometerse con él por completo.
En otras circunstancias, tales palabras no llamarían la atención de nadie, pero en las actuales no carecen de importancia. No es ningún secreto que no sólo el ministro del Interior sino también integrantes del estrecho círculo áulico de Cristina ven en Boudou un personaje de opiniones flexibles que consiguió congraciarse con ella, desplazando a otros que a su juicio hubieran resultado más apropiados para desempeñar un papel tal vez menor pero que, en cualquier momento, podría adquirir mucha importancia. Es que en torno al gobierno de Cristina se ha creado un microclima enrarecido en que incluso un gesto casual puede prestarse a interpretaciones imaginativas, lo que, desde luego, es de por sí inquietante, como es el hecho de que a pocos meses de las elecciones en que triunfó por un margen muy amplio el binomio haya motivos para suponer que una parte acaso mayoritaria del conjunto kirchnerista ha llegado a la conclusión de que la presidenta cometió un grave error cuando elegía a Boudou para ser su compañero de fórmula, pero que por razones comprensibles prefiere aludir de modo ambiguo al tema, contribuyendo así al malestar de quienes se sienten preocupados por lo que está sucediendo en el seno de un gobierno que es notoriamente hermético.
El país está acostumbrado a los gobiernos "hegemónicos" en los que muy pocas personas, cuando no una sola, acumulan una proporción desmedida del poder político para que todo dependa de decisiones tomadas detrás de puertas firmemente cerradas. También lo está a las internas que suelen estallar cuando un gobierno no tiene por qué preocuparse por lo que podría hacer una oposición por lo común fragmentada, desmoralizada y por lo tanto desorientada. Por desgracia, el sistema desequilibrado así supuesto dista de ser tan eficaz como supondrían los convencidos de que, a menos que haya un líder muy fuerte, el país será ingobernable. Aunque la voluntad generalizada, compartida por el grueso del electorado y la mayoría de los políticos comprometidos con "el proyecto" de Cristina, de colmar de poderes discrecionales a la presidenta puede atribuirse a la convicción de que los necesitará para llevar a cabo aquellas reformas que se suponen necesarias, los gobiernos así conformados casi siempre resultan inoperantes.
A partir del colapso de la dictadura militar, la mayoría se afirma a favor de la democracia y en contra del autoritarismo, pero parecería que así y todo aún predominan los convencidos de que las instituciones propias del sistema presuntamente consensuado sólo sirven para "poner palos en la rueda", de suerte que convendría simplificar el orden político cerrando filas detrás de la persona más poderosa para que todo funcione mejor. Sin embargo, por engorrosos que puedan parecer los debates parlamentarios y molestos los controles, a la larga un gobierno que se sienta constreñido a respetar las reglas institucionales será mucho más eficaz que uno que se haya acostumbrado a obrar a su antojo y que, por suponerse invulnerable, termine invirtiendo mucho más tiempo y energía en sus propias internas que en la gestión para la que fue elegida.
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