sábado, 31 de marzo de 2012
TREINTA AÑOS
TREINTA AÑOS DESPUÉS
2 DE ABRIL
por Raquel E. Consigli y Horacio Martínez Paz
raquelyhoraciocba@gmail.com
“Las Malvinas son argentinas”. A este eslogan lo tenemos grabado a fuego desde la cuna todos los argentinos. Y todos nosotros queremos recuperarlas. Sin embargo, no es desde un atril -donde la presidente reflotó el tema de manera imprudente y extemporánea-, ni menos con bravuconadas, que las podremos recobrar. Tampoco dejando de lado una diplomacia lenta, pero segura, en la que se venía trabajando. Con su accionar reciente Cristina pateó el tablero, promoviendo un retroceso de muchos años.
Lo que no debemos perder de vista los argentinos es que un general, según dicen alcohólico, ejerciendo de facto el poder ejecutivo, ordenó la invasión a las islas aquel lejano 2 de abril de 1982, mientras saludaba desde el balcón de la Casa Rosada a una multitud sólo comparable a la que se reunía en la Plaza de Mayo en tiempos de Perón.
Inglaterra reaccionó y dijo que mandaría su flota, y el general se rió en un ataque de arrogancia, sosteniendo, convencido, que los británicos no harían un viaje de tantas millas por un par de islas. Y vaya que se equivocó. Entonces le declaró la guerra al Reino Unido.
Tampoco debemos olvidar eso los argentinos. Declaramos una guerra y la perdimos. Lo que resulta inaceptable es que a treinta años de aquel infausto episodio cierta dirigencia política nacional insista en la actitud belicista que tanta desgracia trajo al país.
De los errores hay que aprender y escarmentar. No se puede persistir en la técnica de la arremetida verbal incontrolada y permanente, mientras se buscan aliados y excusas para justificar lo injustificable.
Somos los perdedores de un conflicto armado que dejó secuelas muy crueles en la sociedad, además de los numerosos muertos y mutilados, y los que perecieron por diversas causas una vez finalizado el enfrentamiento armado.
El camino ahora es la paz y el diálogo. El único posible. Y aunque Argentina, salvo casos aislados, no tiene en este momento una diplomacia de excelencia, empezando por el inepto canciller, tal vez sea la oportunidad para demostrar que podemos aprobar esta asignatura pendiente con los recursos humanos capacitados con los que cuenta el país.
El desafío es inmenso y los logros parecen muy lejanos, pero es justamente por esa razón que debemos empezar en este mismo instante, con la esperanza de que en alguna fecha no demasiado remota tengamos un feriado, no para rememorar a los caídos, sino para celebrar el triunfo de la paz y el entendimiento sobre la estupidez humana.
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