viernes, 16 de marzo de 2012

EL ROPAJE

Por Agustín Laje (*) Hasta el hartazgo solemos escuchar que el socialismo o comunismo son cosas del pasado que acabaron con la GuerraFría; que el mundo del siglo XXI se inscribe en el pragmatismo más duro y puro; o que hablar de ideologías en el nuevo milenio es propio de arcaicos. Tal fue la implícita tesis del célebre politólogo norteamericano Francis Fukuyama, cuando al caer la URSS declaró que la humanidad estaba asistiendo al “fin de la historia”, es decir, a la inexorable victoria del mundo libre. Fukuyama −al igual que todos quienes creen que las ideologías ya no tienen importancia en nuestros tiempos− se equivocó por dos cuestiones básicas a saber: la primera, que no hay tal cosa como un “fin de la historia” por el simple motivo de que las ideas no perduran por disposición de leyes históricas indemostrables, sino que al contrario, el libre albedrío existe, y el hombre puede actuar sobre distintos aspectos de la realidad induciendo el cambio de sus estructuras sociales conforme nuevas circunstancias; la segunda, más simple y concreta que la anterior, tiene que ver con observar por un momento nuestra Latinoamérica, compuesta en su gran mayoría por países en los cuales la libertad de expresión es una entelequia, la libertad económica es mala palabra, el Estado de derecho constituye una ficción, y la democracia ha traicionado sus fundamentos sustanciales para devenir en un simple procedimiento dispuesto en bandeja a quien mejor endulce el oído de las masas. En los nuevos tiempos que siguieron al derrumbe de la URSS, el socialismo no ha tenido mejor aliado en su lucha ideológica que los escépticos y triunfalistas, es decir, aquellos que rehúyen ver que la izquierda no ha muerto sino que ha actualizado sus propuestas y continúa dando pelea con arreglo a nuevos métodos. En definitiva, siempre será más fácil batallar contra ciegos. Por supuesto que, como consecuencia de los nuevos contextos histórico-culturales, el izquierdismo actual (o como a muchos les gusta llamarlo, “socialismo del Siglo XXI”) se ha aggiornado y no se presenta con el mismo ropaje ideológico y metodológico del izquierdismo del siglo pasado. En tal sentido, resulta interesante traer a discusión sus tres modificaciones que estimo principales. En el plano del acceso al poder, el “nuevo izquierdismo” ha comprendido que la democracia como sistema político deseable se ha prácticamente universalizado, y la legitimidad racional (vinculada a la democracia) es la más estable y duradera. Por consiguiente, mientras el “viejo izquierdismo” utilizaba las enseñanzas de Lenin, Mao o Guevara para acceder violentamente al poder, el “nuevo izquierdismo” se vale de las grietas de los sistemas democráticos vigentes para desplegar estrategias populistas y acumular progresivamente poder fagocitando la estructura desde adentro. En el plano de la lucha social, el “nuevo izquierdismo” ha comprendido que las nuevas formas de producción e innovaciones tecnológicas, el auge de los servicios, la globalización, y las mejoras en las condiciones laborales en general en comparación con los tiempos de la irrupción industrial, le han dejado una clase obrera que no encuentra fundamentos demasiado interesantes ni persuasivos en sus postulados clásicos. Por consiguiente, mientras el “viejo izquierdismo” basaba su prédica en la lucha de clases tomando partido por el proletariado, el “nuevo izquierdismo” no se preocupa tanto por una clase socio-económica en particular, sino por cualquier grupo minoritario que pueda serle funcional (léase indigenismo, ecologismo, feminismo, etc.) haciendo de sus fines simples medios. Finalmente, en el plano económico, el “nuevo izquierdismo” es consciente de que si el comunismo se derrumbó a fines de los años `80 del siglo pasado, eso fue porque la ineficiencia productiva le era connatural. Un sistema diseñado para distribuir y no para producir, tarde o temprano colisiona con la realidad al margen de toda utopía. Por consiguiente, mientras el “viejo izquierdismo” predicaba la colectivización de los medios de producción, el “nuevo izquierdismo” propone directamente la colectivización de lo producido. En efecto, aprendió a valerse de las virtudes productivas del sistema capitalista, donde los medios de producción están en manos privadas, para luego repartir compulsivamente sus frutos. Si bien es cierto que esta “nueva izquierda” se presenta acaso más civilizada y moderada que la antigua, también es cierto que, dado que el principio según el cual la necesidad crea derechos sigue estando presente en el nuevo ropaje izquierdista, es correcto inferir que la aludida actualización es en cuanto accidente, y no en cuanto sustancia. En concreto, si no hay necesidad hoy de aniquilar 100 millones de personas para acumular poder como se hizo en el siglo pasado, no significa que no se den hoy diversas formas de autoritarismo por otros medios; si no hay necesidad de expropiar los medios de producción para asegurar una supuesta igualdad económica (que en la práctica nunca resultó posible), no significa que no se estén vulnerando los derechos de propiedad con otras argucias para perseguir similares fines. Lo curioso de todo esto es que, mientras la reciclada izquierda se desvive por expandir su “nuevo” proyecto ideológico, la realidad sigue dando lecciones ineludibles: los sistemas sociales basados en mayores grados de libertad, son aquellos que mayores resultados concretos han alcanzado para sus pueblos. Basta efectuar simples comparaciones tomando como referencia los más prestigiosos rankings internacionales, como el Índice de Democracia o el Índice de Libertad Económica de Heritage Foundation, para concluir que Japón, Nueva Zelanda, Australia, Corea del Sur, Suiza, Canadá, Dinamarca, entre otros ejemplos, encabezan el mundo libre de este siglo, a la vez que resultan ser los países con mayor estabilidad y bienestar (nótese la heterogeneidad cultural y geográfica de los países citados). La proxima vez que escuche aquello de que las ideologías son parte del pasado, tenga presente que las ideas son las que determinan el orden social en cualquier contexto histórico, y que toda practica es necesariamente precedida por una idea, sea esta explicita o no. Y como decía Chesterton, “las falacias no dejan de ser falacias porque un día se conviertan en modas”. (*) Autor del libro “Los mitos setentistas”. Para adquirirlo, escribir a libro@agustinlaje.com.ar La Prensa Popular | Edición 89 | Viernes 16 de Marzo de 2011

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